Opinión Nacional

Populismo: Una palabra rusa para un mal latinoamericano

Populismo fue alguna vez una llana voz rusa que nombra a una compleja familia de asuntos rusos. «Narodniks», también «narodniki», es plural derivado de la expresión «buscar o ir hacia el pueblo».

«Populismo ruso» no es el nombre de un solo partido político, ni de un coherente cuerpo de doctrina, advierte Sir Isaiah Berlín en un célebre ensayo, sino de un movimiento radical muy difundido en Rusia a mediados del siglo XIX. Nació durante los grandes disturbios sociales e intelectuales que siguieron a la muerte del zar Nicolás I y a la derrota y la humillación producida por la guerra de Crimea; cobró fama e influencia en la década de 1860 y 1870, y alcanzó su culminación con el asesinato del zar Alejandro II, después del cual comenzó a declinar. Sus jefes fueron hombres de muy distintos orígenes, opiniones y capacidades» (Isaiah Berlín, Pensadores Rusos, Fondo de Cultura Económica, México, 1980 página 391).

La palabreja corrió con suerte. Aludía a algo en verdad muy difícil de definir pero con lo que resultaba muy fácil simpatizar: «Todos estos pensadores dice Berlín más adelante comparten una gran suposición apocalíptica: una vez consumido el reino del mal la autocracia, la explotación, la inequidad–– en las llamas de la revolución, de sus cenizas surgirá natural y espontáneamente un orden sano, armonioso y justo, que sólo necesitará la suave guía de los revolucionarios ilustrados para alcanzar su plena perfección». ( Ibid, página 404).

Si Alexander Herzen (18121870) fue el «inventor» del populismo, Nicolai Chernyshevsky (1828-1889) fue su mejor político.

Autodidacta, Chernyshevsky creyó siempre que la literatura era el mejor medio para difundir sus ideales políticos y, sin duda, fue a través de ella que Chernyshevsky logró infundirle al populismo ruso sus atributos distintivos.

Cautivo en la Fortaleza de Pedro y Pablo escribió una novela titulada ¿Qué hacer? Mucho más tarde, V. I. Lenin tomó prestado el nombre de la novela para uno de sus más famosos panfletos.

En 1872, mientras se hallaba exilado en Siberia oriental, le fue enviado a Chernyshevsky un ejemplar de El capital. He aquí su comentario: «Le eché un vistazo, pero ni lo leí. Le fui arrancando las páginas, una por una, para hacer con ellas barquitos de papel que eché a navegar en río Vilyui».

Inquieta más el hecho de que, durante cinco años, Chernishevsky quiso inventar una quimérica máquina de movimiento perpetuo que fuese el primer paso hacia la solución de todos los problemas de la vida material. [Un motor de movimiento perpetuo violaría la primera y segunda leyes de la termodinámica].

La mayoría de los narodniki se adhirió a un puñado de creencias inconmovibles.

Una de ellas era la posibilidad de formas económicas alternativas al capitalismo. Tal como afirma Berlín, «retrocedían ante las perspectivas del industrialismo en Rusia por causa de su costo brutal, y les desagradaba Occidente porque había pagado este precio sin ningún escrúpulo» (Isaiah Berlín, Ibid, p. 426). Pero la idea mejor compartida por los populistas rusos era la de que la salvación no podía estar en una política liberal de estilo occidental. Por último, está su infatuación colectiva con la obschina.

La obschina, primitiva forma de comuna campesina, fue idealizada por muchos populistas rusos como el promisorio germen de una forma de asociación más vasta: el fundamento de la creación y redistribución colectiva de riqueza material.

La obschina, argumentaban, no era una idea occidentalizante: era algo autóctono. Algo que hubiese estado allí desde tiempo inmemorial, condensando la sabiduría del pueblo que, a su vez, era lo único que, camino al desarrollo económico y la felicidad social, podía ayudar a Rusia a «saltarse» el capitalismo.

El argumento contra la democracia liberal, las fórmulas republicanas y el capitalismo resuena de modo familiar en la América Latina del siglo XXI tanto como el recurso a las culturas indígenas y la noción de que pueda haber «rutas alternas» hacia el desarrollo económico y la justicia social.

La mita, una organización comunal de los Andes precolombinos, ofrece un ejemplo resplandeciente.

Más de un izquierdista latinoamericano, estudioso del desarrollo económico, ha asimilado la mita a una especie de obschina del altiplano. Los líderes de la llamada «tercera ola populista» que barre hoy el continente no cesan de clamar por despóticas «terceras vías» que han de conducirnos «sin dolor» al desarrollo económico y a la redistribución igualitaria.

Ciertamente, el populismo latinoamericano no tiene deuda intelectual alguna con las divagaciones de Chernishevsky en torno al despotismo ilustrado y las máquinas de movimiento perpetuo. Pero, llamativamente , comparte con los narodniki de fines del siglo XIX ruso el mismo desdén por las libertades individuales y el capitalismo.

El populismo latinoamericano tiene una historia que le es propia, así como héroes propios, supersticiones intelectuales y mitos tribales propios.

Aun así, persiste una pregunta: ¿cómo es que una palabra ––»populismo»–– que otrora significó heroísmo, desinterés y nobleza personal en la Rusia zarista ha venido a nombrar la yunta de pobreza y corrupción, el desdén por las libertades individuales y por el imperio de la ley que ha traído casi un siglo de populismo en nuestros países? Creo que es una historia muy digna de ser contada.

Alguien debería hacerlo.

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