Populismo en el Gran Viraje y la Venezuela actual
La sociedad venezolana continúa sin sopesar errores y extremos. Algunos de los que hoy se oponen a la nefasta administración actual no sólo no admiten -ni admitirán- su cuota de responsabilidad sino que desean seguir enhebrando los mismos hilos y cuentas del poder. Se trate de políticos tradicionales o de la muy maltratada tecnocracia petrolera -que en otros tiempos era extremadamente arrogante e indiferente-. Los políticos –no necesariamente buenos políticos- han creído que ellos son los únicos que pueden manejar la sociedad y los tecnócratas, de variado tipo, han creído –como hoy lo creen los militares- que ellos son los únicos que saben de eficiencia y disciplina.
En ciertos ámbitos se recuerda el periodo del Gran viraje -segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez- en una especie de parodia, donde, jóvenes tecnócratas acompañando al veterano de la política venezolana electo a finales de 1988, buscaron modernizar al país en base a la apertura y la privatización. Algunos de ellos supieron, con habilidad, moverse en el ámbito de la política, manteniendo una especie de bajo perfil permanente, que les permite hoy día hablar con “objetividad”. Varios de estos tecnócratas merecen reconocimiento técnico e intelectual, otros eran unos advenedizos. Pero aún con esto último, debe decirse que fue casi nada lo que se inventó o planteó como original. Lo que en la “revolucionaria” actualidad venezolana pasa a ser el acoplamiento a ideas demasiado complejas y trajinadas en el devenir de la humanidad durante los últimos 100 o 200 años, para ser digeridas por la mayoría de los «revolucionarios» –mezcla de revolucionarios sinceros, oportunistas, conversos, delincuentes y personajes variados de baja ralea- de la quinta república, en el período del Gran Viraje fue un simple acoplamiento a las ideas del llamado Consenso de Washington, sobre lo cual no deja de disertar hoy día Willianson para promocionar su reciente libro y porque existe una realidad ineludible del conjunto de políticas implementadas y resultados no exitosos. Quiérase o no, realmente se trata, tanto en el caso de la segunda administración de Pérez como en la del presidente Chávez, de un proceso influido por la dependencia y el comportamiento de los extremos. Por su parte, la mitad del sándwich, el segundo gobierno del Presidente Caldera, consistió siempre en un gobierno triunfalista, aunque sin razón, y de los tres ministros que andaban, permanentemente, defendiendo al otro gran veterano de la política electo para su segundo mandato en diciembre de 1993.
Para plantear lo que, en nuestro entendimiento, rige hoy día en Venezuela como populismo matizado por la comodidad petrolera y el rentismo asociado a ella, debe recordarse que, América Latina, como ha sido ya bastante señalado en la literatura, siempre ha estado muy proclive al populismo, en el sentido de regímenes que buscan favorecer a los sectores menos beneficiados desde el punto de vista económico-social, aunque no sea siempre con las políticas mas adecuadas. En tiempos recientes, basta observar las promesas pero también la evolución de los Presidentes Lula en Brasil (una especie de populista sincero), Gutiérrez (un populista confundido) en Ecuador, Chávez en Venezuela (un populista neoliberal) y Toledo en Perú (un neoliberal populista). Los llamados dividendos políticos, priman sobre resultados que pudieran relacionarse con mayor estabilidad en el crecimiento o bienestar. Y esto se traslada al campo de la irresponsabilidad de las ofertas políticas. No es que los grupos sociales o pueblos sigan siempre esperando la magia de los políticos sino que estos asumen la función pública con pocos criterios de responsabilidad y a sabiendas de que –guardando distancias entre unos y otros casos- la memoria en nuestras latitudes puede ser volátil o no existen las sanciones sociales e institucionales más expeditas.
Fue lo que estuvo en la base para la elección de Carlos Andrés Pérez en su segundo gobierno. No sólo influyó la ilusión popular sino como alguien que deseaba “hacer historia” aprovechó esa ilusión. El cambio tenido en las posiciones de este Presidente electo en diciembre de 1988, fue parte de los propios fundamentos de su posterior caída en base a una acumulación de sucesos diversos. Dándose allí el caso de un candidato populista que le dio entrada a los tecnócratas salvadores y de comportamiento explosivo –algunos de ellos antiguos izquierdistas- y desapareciendo de forma súbita la tendencia al populismo.
Estos conjuntos de singularidades y evoluciones no quedan fácilmente abarcadas en el concepto de que el populismo es una política redistribucionista sin restricciones presupuestarias. Es menester recurrir a las particularidades culturales, históricas, institucionales e incluso personales para poder apreciar mejor cuanto grado de populismo y que vericuetos y transcursos pueden suministrarle a una nación.
En el gobierno actual, se parte de un agotamiento de las perspectivas políticas tradicionales hasta el año 1998, que termina convirtiéndose en una fundamentación populista, la cual busca resguardarse y beneficiarse de una coraza “revolucionaria” y –paradójicamente- tecnocrática, aunque esto último, mayormente, por vías distintas a la presencia de los jóvenes tecnócratas del recuerdo del Gran Viraje. Se pueden destacar algunos elementos que ilustran por qué el gobierno «revolucionario» es no solo populista sino también tecnocrático Las siguientes, son algunas de las manifestaciones que permiten caracterizarlo de tal manera.
Por el lado del populismo:
-Su permanente defensa de lo popular en su identificación con la pobreza, aunque sus políticas y resultados no hayan propendido a solucionar las manifestaciones de aquella.
-Un perfil cultural que se ve signado por un sobredimensionamiento de lo sencillo y lo modesto o de la humildad y el sacrificio aunque los dirigentes de la administración tengan claras manifestaciones de ostentación.
-La ejecución interesada, en el sentido perverso del término –pues es obvio que todo político puede albergar intereses- de misiones en las áreas de salud y educación que buscan mantener espacios de electores amarrados. La democracia de los años 1960 a 1975 mantuvo –grosso modo- un perfil aceptablemente eficiente y neutro en estos asuntos.
Por el lado del tecnocratismo:
-Su supuesta eficiencia en el desarrollo de la apertura en el área de las telecomunicaciones. La apertura en este sector puede considerarse natural, según el proceso acumulado en años recientes y previos a 2000, y las particularidades del sector. Más aun, la globalización y las negociaciones internacionales le suministran un matiz de inevitabilidad a tal proceso de apertura.
-Su actitud de estimular la inversión extranjera de manera entusiasta, mientras se presenta como un gobierno antiimperialista. Se trata de una administración que ha atacado y afectado los desempeños de los agentes privados de la economía y que en razón de no haber logrado su sumisión ha optado por sonreírse y articularse al oportunismo racional de los inversionistas internacionales.
-Un gobierno donde, supuestamente, se va a desarrollar el proyectismo (expresión del Presidente en una de sus alocuciones), la ingeniería y el sentido de eficiencia de los militares y que no ha solucionado ni minucias, ni grandes problemas como los del Estado Vargas después de más de cuatro años de tal tragedia.
-Una administración que ha cambiado sistemáticamente funcionarios públicos, en aras de una supuesta eficiencia que se asociaría a permanentes reestructuraciones, las cuales esconden, simplemente, autoritarismo y manejo grupal y centralizado del poder. Así ha sido evidenciado con los manejos de PDVSA y otras empresas e instituciones que han venido viendo alterado su perfil de desempeño.
-Un gobierno que critica la globalización y lo que sienta como imperialismo, pero que, por otro lado, se vanagloria de darle acceso al llamado soberano a Internet, mientras a muchas escuelas del país se les caen las paredes. Indudablemente que los desarrollos informáticos son necesarios, pero deben atenderse las paredes y los baños.
-Una administración cuyo Presidente «revolucionario», se da el gusto de comprar un avión de altas sofisticaciones técnicas para disfrutar sus numerosos e incontrolados viajes, mientras le sugiere al pueblo la construcción de gallineros verticales.
-Un gobierno cuyo sentido de lo que es el crecimiento y el desarrollo consiste en presentar retazos rimbombantes e inoperantes y que se vanagloria de triunfar en la macroeconomía, en variables como la inflación, mientras, como ha dicho Hector Silva Michelena (El Nacional, 11-3-01, pg. D-1): «Por ahí empiezan los neoliberales». De finales de 2001 en adelante la administración del presidente Chávez ha sentido que tiene un plan porque la Asamblea “revolucionaria” dio su visto bueno a las mal estructuradas y peor escritas Líneas generales para el establecimiento del plan de desarrollo 2001-2007.
En fin, el Gran Viraje, de populismo terminó en tecnocratismo y caída. El gobierno actual entre populismo y tecnocratismo tiene al país en franco deterioro económico, social e institucional.