Opinión Nacional

Poder complaciente, o ¿cómplice?

De prosperar la peregrina pero reveladora postura del dirigente político Luis Miquilena, jerarca reconocido del oficialismo, asumida a propósito del tema de las designaciones de las cabezas visibles del Poder Ciudadano por parte de la Asamblea Nacional, habrá que convenir que en el futuro será necesario cambiar la denominación de aquél por algo así como a lo que apunta el título de este comentario.

Para que nadie se llame a engaño, la peculiar tesis expuesta por el destacado factor del MVR es que “sería aberrante colocar enemigos en el Poder Ciudadano”. Quiere esto decir que el sectarismo dará la medida para la recomposición de esa importante parcela del Poder Público y que, por consiguiente, los titulares de la Contraloría General, de la Defensoría del Pueblo y de la Fiscalía General, tendrán que ser funcionarios identificados políticamente con el “proceso”, incondicionales del régimen, pues ello es lo que permitirá que sus respectivas designaciones prosperen sin que surja para impedirlo objeción alguna que pudiera impedirlo.

Esta manera de entender la democracia que se ha dado en llamar “participativa”, sin serlo, permite llamar la atención hacia la circunstancia de que el régimen cada vez más se acerca a una forma de gobierno que nada tiene que ver con la imperante en la generalidad de los países del hemisferio occidental. Todos ellos, entre otros aspectos, se caracterizan por respetar a los disidentes políticos considerándolos adversarios cuando tenga que ser así, pero no catalogándolos de enemigos y, por supuesto, reconociéndoles el derecho a participar apropiadamente en las tareas que conciernen al desarrollo nacional. Es la versión de la democracia que no reniega de la representatividad al aceptar como elementos complementarios, de necesaria vigencia, tanto a la participación como el pluralismo.

Lo que el régimen no puede ocultar es su indetenible marcha hacia el autoritarismo y la militarización, que cada día son más evidentes como signos ominosos de un panorama que no presenta nada halagüeño para Venezuela, pues ello se traducirá, sin que quepa duda alguna, en un fortalecimiento de la intolerancia y el sectarismo, como sin disimulos lo anuncia Luis Miquilena, entre otros dirigentes del oficialismo, en cada ocasión que es abordado por los profesionales de los medios de comunicación.

Sin embargo, todo lo comentado en los párrafos precedentes, no debe interpretarse en el sentido de que marchamos fatalmente hacia un despeñadero o hacia un callejón sin salida. Esa sería una actitud extremadamente pesimista que ignora el comportamiento y las reacciones que los diferentes sectores del país nacional han mostrado en situaciones críticas cuando han quedado al descubierto políticas destinadas a imponer y sostener métodos demagógicos y populistas que, antes que beneficiar contribuyen a empobrecer aún más a la población.

La sociedad civil, la auténtica y no la que está armándose en los talleres del oficialismo, tiene a ese respecto que adoptar una definida y valerosa actitud, a fin de dar la cara sin vacilación alguna para superar esta insólita circunstancia, en donde el enfrentamiento entre la defensa de los valores y las formas democráticas de gobierno versus el autoritarismo y el militarismo, será determinante para el futuro del país.

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