Pobre Maduro
Nicolás Maduro, locatario temporal del Palacio de Miraflores, debe despertarse todos los días incrédulo de lo que está viviendo. Un sindicalero gris, sin estudios, sin experiencia política de envergadura, que ejerció devaluados cargos que sólo el “socialismo del siglo XXI” pudo permitir que alguien como él ejerciera. En fin, un personaje casi sin historia, alguien de quien se desconoce cómo piensa porque, entre otras cosas, sigue la tradición ágrafa de los jefes del llamado proceso.
Decía Bolívar que un ser sin estudios es un ser incompleto. Pues Maduro es el más incompleto de los seres, a pesar de que vocifere que es bolivariano. Hasta las vallas demagógicas de este régimen promueven el estudio, aunque sea en las nuevas escuelas piratas: “Hoy artesana, mañana médico”.
Todas las mañanas debe sentir que no es él quien ocupa la silla de Bolívar, de Páez, de Gallegos. Debe decirle a Cilia que lo pellizque para saber si está soñando o si experimenta una pesadilla, como la experimentamos la inmensa mayoría de los venezolanos que tenemos que sufrir con él su desgobierno.
La suerte que ha tenido Maduro para llegar al poder es sencillamente asombrosa. Olvidémonos de todas las alegorías sobre equívocos, protagonizados, por ejemplo, por el diente roto de Pedro Emilio Coll o el jardinero de Jerzy Kozinski. Maduro pasó de ser el telefonista de su antecesor, a quien se le acercó días antes de ser indultado, a ocupar los más altos cargos, sin pasar por los libros ni por ninguna escuela política, ni siquiera cumplió un horario como trabajador responsable pues todos los testimonios hablan de su pereza y contumaz reposerismo.
Pero en el pecado va la penitencia. Maduro, quien no tiene un ápice de humildad y en medio de tanta ignorancia y falta de méritos, ha aceptado el dedazo del locutor muerto y asumió, a contra vía con la dispuesto en la pisoteada Constitución de 1999 (pasando por encima de Diosdado el bobo), ser Presidente encargado y después. bendecido por la farsa automatizada del CNE, ocupante de Miraflores. Quién lo duda, un pecado de soberbia que ya está pagando.
Decía también el Libertador (es que hay que recordárselo a esta gente ignorante, que lo cita sólo a conveniencia y fuera de contexto) que llamarse jefe para no serlo es una de las peores desgracias. Y Maduro no es jefe. No ha logrado conformar un nuevo Gabinete. La colcha de retazos que armó con los despojos del PSUV sólo sirve para seguir saqueando el país. Más nada.
Maduro no ha nombrado ministro ni siquiera a un amigo suyo. Ha tenido que nombrar vicepresidente al “yernísimo” que pasó de ser el entrevistador más aburrido de la TV mundial a ministro, mediante vínculo matrimonial. No ha podido destituir al destructor de PFVSA. Tener que dejar a la Fosforito como encargada de las cárceles sólo puede ser explicado por el miedo a su viperina porque la incapacidad de la señora es manifiesta. Sólo tímidamente le ha quitado responsabilidades al cerebró de la economía vudú, Giordani, para darle otro cargo al presidente del Banco Central que en todo país que se respete es autónmo y no –como ocurre aquí- un apéndice del gobierno. Y para cerrar con broche de oro, destituyó a uno de los pocos ministros que conocía la materia a su cargo porque no era lo suficientemente descerebrado rojo-rojito.
Pobre Maduro, ser Presidente así, preso de las instrucciones de los dictadores cubanos y de la cofradía infinita de los grupos robolucionarios, debe ser una verdadera pesadilla. Más temprano que tarde se despertará.