Plebiscito y olla de presión
La mentira repetida cien veces, es una mentira. Quizá hemos internalizado en demasía una perspectiva de la política y de lo político como compendio accidentado de intrigas y de falacias, que – naturalmente – no nos impide sobrevivir con la habilidades que supone, reducidos dramáticamente a un absurdo histórico, imponiéndonos como deber el regreso arrepentido a la razón.
Por el año 2000, cuando arrancó exitosamente el consecutivo proceso comicial que le concedió popularidad al Presidente Chávez –incluso- en muchos sectores que hoy lo rechazan, a veces mera y patológicamente en el denuesto, comenzamos a sospechar de un inédito perfil plebiscitario que, en el mundo académico, asomaba Alfredo Ramos Jiménez desde la ULA, o, en el partidista, César Pérez Vivas. Y el tiempo confirmó no sólo aquella tendencia, sino que la consolidó como la única vía de legitimación de un régimen innovador en el oficio autoritario, prodigándose como una experiencia protagónica de participación que pulveriza cualquier noción de responsabilidad institucional y, obviamente, reniega de la representación.
Ahora, con las leyes referidas al Poder Público Municipal y a las Juntas Comunales, invocadas ad nauseam, inflamos la vana ilusión de un fenómeno que – precisamente- la razón y su inseparable pareja, la conciencia moral, pulveriza: no otro que el de la participación. Y, sencillamente, no la hoy, ya que está condicionada por el generoso financiamiento central en el que privan las directrices, intereses y orientaciones del financista, criminalizada la disidencia, que permite una distinta y directa relación política entre el ocupante principal de Miraflores y la vasta clientela (auto) organizada, sin que interfieran siquiera los alcaldes u otros de sus seguidores tornados en funcionarios del Estado, capaces de convertirse en eventuales competidores de los espacios políticos que aquél administra.
La participación nos remite a una experiencia de integración y de ciudadanización en procura del bien común, aceptada y reinvindicada una dimensión de la representación que habla del fortalecimiento de las organizaciones de base y de otras sociedades intermedias, intensificadas la formación, el adiestramiento y la aparición de mecanismos espontáneos, legítimos y autónomos para su realización. Por lo demás, ha de ser libre, consciente, responsable y eficaz, atendiendo una concepción dignificante de la persona humana.
Evidentemente, no hay tal participación, sino una burda generación de apoyos que, contaminadas, apela a los expedientes de la cogestión y de la autogestión como señuelos que, incluso, confunden y electrocutan el curso de la vida municipal, irresponsabilizando a las propias autoridades públicamente elegidas. Significa que el plebiscito, tardíamente descubierto por algunos líderes de opinión que no se desprenden de la clásica versión de la tiranía, no tiene la simplicidad de la que un día quiso aprovecharse Pérez Jiménez, cargándonos de una irracionalidad siempre necesaria de denunciar.
Así como miente el Presidente Chávez, el único que ha de pontificar en lo que es su siglo XXI, en el campo de la participación, la clientela política repite otras consignas que, lamentablemente, tendemos a corear al pretender su condena. Va a Panamá y, a pesar de su condición de exportador neto de negocios o de su muy visible, ostentoso y también tonto avión personal, adquirido con renta, impuestos, utilidades cambiarias y deuda a la cuenta las generaciones siguientes, niega que sea el portador de una gruesa chequera al portador y reclama un estoicismo del que se avergüenzan sus adjetivos y adverbios ansiosos de imaginación. No obstante, cien veces repetidas, las mentiras urgen de una válvula de escape.
2007 promete tan inmensa concentración de poderes que, de no liberar un poco más los espacios políticos administrados, hará estallar la olla de las infinitas presiones políticas, sociales y económicas que no logra aliviar la constante rifa de los recursos petroleros. Probablemente, se asemejará al Perú que conoció, con o sin trampas, la épica victoria de Alberto Fujimori, pero, a la vuelta de pocos meses, elevó a Alejandro Toledo, de quien sólo se esperó la corajuda defensa de su triunfo electoral en beneficio de una transición, así no hubiese conocido la prestancia que alguna vez tuvo Ricardo Belmonte o se esperase el hallazgo de un estadista, si acaso a lo Haya de la Torre: sin que seamos deterministas, Toledo se presentó en el momento justo, pues de hacerlo un mes antes o después, otro sería el nombre.
De lo que ocurra en el citado año, será responsabilidad del Presidente Chávez y de sus cien mil fusiles rusos. Por lo pronto, en tiempos de reivindicación del sufragio efectivo, libre y transparente, la oposición democrática tendrá que deshacerse de las mentiras, las propias y las ajenas, hallando un horizonte, calibrando una situación y actualizando una experiencia: posible si