Opinión Nacional

Pistoleros

Con su irrupción en la escena política como factores de cambio, comunistas y fascistas reavivaron la violencia presente en pasadas guerras de expansión territorial. Los enfrentamientos de los trabajadores con la policía en los comienzos de la revolución industrial, no fueron juegos florales. Tampoco figuraba en la agenda de quienes luchaban por conquistar mejores condiciones de trabajo y calidad de vida, la acción criminal como medio para el logro de los objetivos.

Ambos extremos gravitaron sobre amplios sectores de la sociedad mundial y, en menor medida, continúan ejerciendo influencia pese a la inviabilidad de sus propuestas socioeconómicas y al desempeño totalitario en la conducción política. Y esa perversión totalitaria que consistió en el asalto, a mano armada, de organizaciones sindicales, cuando la correlación de fuerzas no les era favorable y el desconocimiento del otro, no ha variado.

En Latinoamérica sobran ejemplos. Argentina y Cuba, en los años 40-50 del Siglo XX, resultan emblemáticos. En la primera, el Justicialismo (fascista) comienza a llenar las escena política desde el golpe de Estado de 1943, que luego de muchas peripecias, practicando la intimidación y la agresión física del adversario, J. D. Perón controla el gobierno y, a pesar de golpes y contragolpes, de retornos y de dictaduras derrocadas, no es descartable que algunos hechos recientes de intolerancia respondan a pulsiones de fascismo subyacente. En Cuba se producen hechos similares, pero de signo contrario. Son los comunistas que, no teniendo mayor audiencia en el sector sindical, optan por el pistolerismo gansteril en el ámbito universitario, donde se van a escenificar los combates intraestudiantil y a cometer sonados asesinatos. En esas actividades descuella Fidel Castro vistiendo ropaje democrático que, luego del fracaso del Moncada al que condujo a un centenar de jóvenes a una muerte más que segura, pasando por la cárcel, el exilio, el Granma y la montaña, cambió de ropaje estando en el tope del reconocimiento y adhesión popular, dando paso a su verdad comunista por mucho tiempo mantenida in pectore.

En Venezuela intentaron sin éxito porque la sociedad no se dejó amilanar. Bien temprano le pararon el trote los líderes obreros, estudiantiles y políticos que, una y otra vez, les hicieron comer el polvo de la derrota, aun aliados con la derecha gobernante (1941-1945) no lograron imponerse en ninguno de los sectores de la nación.

Luego de la resistencia contra la dictadura militar (1948-1958) comandada por Acción Democrática, en la cual desempeñaron bien el papel que les correspondió, intentaron imponer la violencia, volando oleoductos, robando bancos, asesinando policías y uno que otro secuestrado, pero fueron derrotados en la guerrilla urbana y rural. La sociedad quería desarrollarse en democracia y libertad.

Por último, encontrándose la democracia acosada por quienes utilizaron la libertad para promover su destrucción, emergió de las cavernas un militar felón que hizo armas contra la República al rendirse, dejó las calles alfombrada con cadáveres de soldados. Pero, más adelante, como el pueblo suele equivocarse, lo eligió Presidente. Y allí tenemos a un bellaco predicando odio estimulante de la violencia, que sus hordas rojas-rojitas ejercen a placer saboteando actos de la oposición y masacran manifestaciones pacíficas.

A lo largo de 10 años el desgobierno y sus pistoleros han dejado un reguero de estudiantes apaleados, heridos con balas rasas y perdigones o asesinados dentro y fuera del recinto de instituciones educativas. Imposible precisar quién ha diseñado las acciones criminales, pero como los muertos siempre los ha puesto la oposición, ¿podría dudarse de su origen gubernamental?. No, hasta tanto no demuestren lo contrario.

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