Opinión Nacional

¿Pingüino yo?

La cúpula que gobierna a Venezuela se ha vuelto delicadamente sensible a cualquier recordatorio público de sus relaciones con las FARC, la ETA y, si hurgamos en la memoria reciente, con una saga de figuras y movimientos políticos internacionalmente asociados al terrorismo o la represión. Por eso intenta hacernos olvidar, por ahora, la carta en defensa del Chacal, la réplica de la espada de Bolívar ofrecida al dictador Mugabe, el chofer loco de contento manejándole a Hussein, o el público amor por Gaddafi, el experto en dinamitar seres humanos por los aires.

Tan sensible al tema se ha vuelto la cúpula que, en vez de ofrecer una respuesta serena, democrática y judicial a las denuncias en torno a las relaciones gobierno bolivariano-ETA-FARC del tipo «investiguen lo que quieran, no tenemos nada que ocultar» , las autoridades, incluida esa maquinaria sedada de respuestas automáticas llamada Asamblea Nacional, ofrecieron una respuesta histérica que denunciaba al juez español Velasco como un ectoplasma del demonio derechista y, a la investigación sugerida, como otra más de las tantas artimañas del imperio para sacar de juego a la «revolución» bolivariana.

En esa línea parece inscribirse el carcelazo político al que acaban de condenar al ex gobernador Oswaldo Álvarez Paz. Los enterados sabían que, aunque la lista debe ser larga, Álvarez Paz estaba entre los primeros en la fila de condenados a priori.

Lo que no estaba claro era cuál sería el pretexto legal que, para sorpresa, terminó siéndolo el escándalo político internacional por la presunta relación de apoyo mutuo entre chavistas, faracos y etarras.

Es muy probable que haya otras cosas por detrás. Y que la mayoría las desconozcamos.

Pero que se haya tomado como delito fundamental la declaración en la que el gobernador zuliano sostuvo que «el Gobierno venezolano apoya la relación ETA-FARC» parece una burla, un desplante, o la prueba definitiva de que estamos bajo una tiranía.

Prueba de tiranía porque en una democracia nadie debería ir preso, al menos sin un proceso legal previo, por un acto semejante. Como muestra, un botón. El mismo día que en Caracas el Sebin esposaba al dirigente socialcristiano y lo conducía por la fuerza a sus calabozos, en Madrid, el ex ministro del Interior, Mayor Oreja, acusaba al presidente Rodríguez Zapatero de ser un colaborador de la ETA. ¿Y cómo respondió el Presidente español? Desde Bruselas, serena pero firmemente, sostuvo que la acusación era una canallada y una irresponsabilidad de Mayor Oreja. Pero nadie, ni el Presidente ni los diputados del PSOE, ordenaron de inmediato a la Guardia Civil buscar, esposar y apresar al líder derechista.

El asunto hay que verlo también como un chiste. O como una burla demencial al ciudadano común. Porque han sido el propio Hugo Chávez y sus ayudantes los que introdujeron en la agenda política venezolana el tema de su vínculo con los grupos terroristas.

¿Quién desató una campaña internacional para lograr que las FARC fueran eliminadas de la lista de organizaciones terroristas de la Unión Europea, Estados Unidos y la propia Colombia? Pues Hugo Chávez. Y, después del bombardeo que acabó con su vida ¿quién despidió como un héroe en su monólogo televisivo semanal a Raúl Reyes? También, Hugo Chávez. Y, en la única entrega de rehenes que más o menos funcionó, ¿quién trató a los guerrilleros presentes como si fueran unos hermanos? Pues el ministro Rodríguez Chacín, enviado de Chávez. ¿Quiénes erigieron una plaza y un busto en el 23 de Enero en homenaje a Marulanda y una biblioteca pública con el mismo nombre en una localidad de Aragua? Pues sus seguidores rojos.

Yo no sé usted. Pero si yo me niego a que clasifiquen a los Tiburones de La Guaira entre los malos equipos, aplaudo en el estadio cuando logran anotar una carrera y me dejo ver en la tribuna con una gorra azul con una «T» en la frente, ¿debo indignarme cuando alguien me señale como fanático de los Tiburones? Presumo que no. Pero en la Venezuela del presente las cosas son muy raras. Aquí usted puede ser un ave, caminar bamboleante con las paticas abiertas, tener un plumaje con aspecto de smoking, vivir en la Antártida, y, sin embargo, sostener rabiosamente que no es un pingüino.

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