Opinión Nacional

Piénsalo bien, tu voto puede salvar a Venezuela

Muchas veces hemos planteado el problema de la abstención electoral como una cuestión de índole moral, que va mucho mas allá de la simple decisión, democrática, de cada uno de quienes se niegan a participar electoralmente en situaciones como las que atraviesa Venezuela en la actualidad. En una sociedad abierta, organizada por los cánones de la modernidad, el individuo también tiene derecho a no participar en el debate público y político, aún cuando esté consciente de que su cualidad de ciudadano le apareja un cúmulo de deberes cuyo cumplimiento debe determinarse como una muestra mínima, pero esencial, de solidaridad con sus semejantes y coterráneos. En condiciones normales, un voto más o un voto menos no hacen la diferencia para decidir la existencia o la supresión de un país, dentro de un contexto histórico determinado. Pero no es este el caso de la Venezuela actual; no estamos viviendo dentro de una normalidad y ni siquiera debemos pensar que pasamos por una simple coyuntura, en cuya  ligera distorsión las  mismas circunstancias que la acompañan  se encargarian de corregir. No. Venezuela vive, de verdad, un episodio dramático, cuya continuidad amenaza su calidad de nación, de país, de república soberana, como herencia de nuestros Libertadores y como propiedad de todos los que nacimos en su territorio.

             En 1958, cuando elegimos Presidente a Rómulo Betancourt, inmediatamente después de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el índice de abstención fue inferior al 8% y en los procesos electorales sucesivos más bien bajó a más de la mitad del dígito indicado, señalando un  creciente deseo de participación del venezolano en las justas electorales. Una decisión firme de consolidar el régimen democrático.  No obstante, cuando ocurre la segunda nominación de Carlos Andrés Pérez, (¿rechazo a la reelección?) la abstención  llegó a un 18%; es decir, se comenzó a revelar que una importante porción del electorado expresaba desconfianza o desinterés por las propuestas presentadas para su discernimiento. Tal vez cansancio. Pero, es después del “caracazo” y de la aparición de los golpes de estado frustrados del 92, promovidos por grupos de oficiales de las FAN, bajo el mando del actual Presidente Chávez, cuando comienzan a darse, en inmediatas elecciones presidenciales, márgenes de abstención significativos, superiores al 30%. Podríamos decir una abstención “militante”, por su tamaño y su frecuencia. Abstención que,   evidentemente, revelaba  pérdida de esperanzas en el sistema y deseos, por contrario imperio, de un cambio sustantivo en la manera de concebir el ejercicio de gobierno. Para las elecciones del 2000, incluso, la abstención llegó al 42%.

            En todos los últimos procesos electorales una buena parte de los venezolanos inscriptos en el REP, se ha apartado del cumplimiento de su obligación de expresar su opinión acerca de cómo y quiénes deberían dirigir los destinos del país. Entre el 2008 y el 2010, casi Seis Millones de compatriotas se han mantenido al margen del ejercicio comicial. Ya somos Treinta Millones los que habitamos dentro de nuestras fronteras y una masa extensa de Dieciocho Millones tenemos el compromiso de abrirle las puertas al futuro, con grandeza, o…. cerrarlas, perversamente,  para que el país se hunda en la anomia, en la desorganización social, en la petulante “revolución bonita” propuesta por nuestros actuales gobernantes, más bien pensando en el modelo cubano, vergüenza anti-democrática del Continente, o en el modelo de la Libia de Gadaffi y su Libro Verde, sobre cuya desaparición está cifrada la esperanza de la gran mayoría de los pueblos de nuestro mundo.

            Existen, claro está, muchas razones, o motivos, para explicar el ausentismo electoral de tantos compatriotas. Incluso, uno de ellos, el miedo a perder derechos naturales y consagrados ante un gobierno que amenaza constantemente la libertad individual, conducta abiertamente promovida por el régimen,  hasta ahora, con éxito. A nadie más favorece la abstención como a quien la manipula, aviesamente, para enmascarar su propósito dictatorial y herir a la democracia con un malinterpretado ejercicio de una de sus más nobles herramientas, la del voto popular. El que se abstiene no vota; pero,  por omisión, por no cumplir con su responsabilidad ciudadana,  contribuye a lo peor social y ayuda a los enemigos de sus valores a imponerse sobre quienes los defienden de verdad.

             Diríamos que lo más importante, en la hora actual, más allá de las primarias, más allá del nombre del candidato que terminará escogiéndose por una u otra vía de consulta a las grandes mayorías populares, es convencer a los venezolanos de que todavía nos queda un recurso democrático, no controlado por el régimen, mediante el cual podríamos ratificar lo que dijimos en el Referendo Constitucional del 2007, en el sentido de que no queremos una desviación comunista en nuestro país. Que no queremos una Cuba ni una Libia totalitarias, impuestas a la brava sobre nuestra historia democrática. Que lo que queremos es, cada vez más, justicia, libertad e independencia, para sentirnos cada vez más dueños de nuestra soberanía, más venezolanos, más demócratas, más dignos de nuestra historia y de nuestros libertadores. Y ese recurso que nos queda es el voto. No hay nada que justifique la abstención. No a la abstención. Los que nos causaron daño en el pasado, allá ellos con  su conciencia. Pero nada de lo hecho por otros fue, o es tan dañino, como esta entrega brutal de nuestro destino a extraños que no pueden promover nuestra grandeza; a este sometimiento tan innoble a la voluntad de un solo hombre, recurrencia caudillista que habíamos dejado en el olvido, hace ya muchos lustros. A este sectarismo ideológico, importado, alimentado por intereses contrarios a nuestra propia manera de ser y al que estamos dejando que tome cada vez más cuerpo, por la negligencia de los que creen tener demasiadas razones para no defender al sistema democrático y abstenerse de votar. Seis Millones se ausentaron de las urnas el pasado 26 de Septiembre. Seis Millones que terminaron votando por quienes nos quieren doblegar y reducir a nuestro pueblo a una simple y pobre piltrafa, en manos chinas, o cubanas, o rusas, o musulmanas, en una traición que ahoga la sevicia de cualquier otro tráfago imperial.

             El slogan del No a la Abstención debe convertirse en una cruzada solemne, que comience a caminar desde ya sobre nuestro territorio y sobre nuestra conciencia, de manera que no quede nadie sin conocer su aguda significación . Venezuela se salva o se hunde en las próximas elecciones presidenciales. Cuba tiene 52 años en manos de la dictadura castrista. Libia tiene 42 bajo el yugo de un demente. Más allá de los pasados doce años vendría una eternidad de sufrimientos y de carencias, donde lo más lamentable sería la pérdida de  nuestra dignidad humana. El que no vote en el 2012, habrá votado contra si mismo; habrá votado por empujar a Venezuela hacia su propio infierno. Hagamos un esfuerzo final, desde ya, a tiempo,  para identificar a los que se han venido absurdamente absteniendo de votar. Entendamos sus razones; pero vamos a convencerlos de la bondad de nuestra primera misión,  la de captar los millones de votos que nos faltan y que están en ese amplio abanico que ellos conforman cuando se abstienen. En ellos está nuestro destino. Confiemos en su cambio de actitud y derrotemos cualquier reacción pesimista. Tengámoslo bien claro. Empecemos la cruzada ya, a un año largo de la campaña final y digamos, con firmeza, con convicción, con amor a Venezuela: ¡No a la Abstención!.

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