Pertinencia social
En estos tiempos un tanto caldeados de revolución y de promoción de una supuesta ideología “socialismo del siglo XXI” que ha pretendido trastocar todo por no decir alterar, desde la política de admisión, el rol y misión de PDVSA, el currículo de nuestros muchachos y muchachas, pasando por las Fuerzas Armadas y los poderes públicos, surgen voces disonantes, críticas y autónomas frente al poder omnímodo del presidente Chávez. Esas voces tienen nombre y apellido son la Universidad pública, democrática y autónoma y la iglesia católica venezolana.
Las cifras que continuamente leemos, analizamos y tratamos de interpretar con el apoyo de la economía y la estadística nos revelan lo errado en varios ámbitos y cursos de acción en que está sumergido el gobierno, ese curso errado no es nuevo, viene siendo recorrido hace años y el pueblo venezolano al unisonó le viene indicando y diciendo al gobierno entre otras cosas que fomente la inversión y no expropie, cree condiciones para la productividad y la generación de empleo y mano de obra calificada en aéreas estratégicas (telecomunicaciones, ciencia y tecnología, agro, turismo, construcción, etc.), no conculque las libertades y derechos, como el cierre de RCTV, mire menos hacia afuera en ese delirio continental y dedíquese a gobernar y solventar los graves problemas que nos aquejan de forma cotidiana (desempleo, inseguridad, deterioro de la salud y educación, etc.).
Frente a este cuadro que es crítico y naturalmente alarmante, casi obsceno, si asumimos que Venezuela es un país petrolero, que se emborracha diariamente con su renta petrolera sin que la misma permita que los venezolanos verdaderamente podamos vivir mejor, podamos acceder a una mejor salud, una justicia expedita, imparcial y rápida, tengamos una seguridad en nuestras ciudades, en nuestros campos, avenidas y recintos, logremos un genuino desarrollo endógeno del que tanto cacarea el gobierno pero que la cifras dejan claro que importamos la mitad de nuestros alimentos y demás rubros y no fabricamos prácticamente nada.
En ese esquema y rotulo nefasto por el deterioro de nuestros estándares de vida, en el que prospera el oropel, campea la corrupción, el enriquecimiento de la boliburguesia bolivariana y la ineficiencia del aparato estatal se alza el papel que viene desarrollando la iglesia católica venezolana, esa que padece y se debe a los pobres y más necesitados, esa que socorre, que asiste en salud y educación básica, que lleva el evangelio a los caseríos y se erige en factor de fe, unión y esperanza.
La otra institución que ha cumplido un papel relevante, loable y digno es la Universidad venezolana. Nuestras universidades son las que han permitido en pocas décadas cambiarle el rostro de precariedad a la sociedad venezolana y hacerla profesional, competitiva, incluyente y con valores humanos. De tal manera que el gobierno no sólo ha herrado, salió raspado el 2D, fue reprobado en la forma abrupta de imponer el currículo bolivariano o el propio mecanismo de ingreso a la educación superior. Es hora de sumar y no de restar, es hora de rectificar, cuestión que implica no sólo gobernar y corregir con hechos y acciones, sino darle el trato justo que instituciones como la iglesia o la universidad tienen frente a los atropellos y tratos del gobierno tropel que hoy nos gobierna. En fin apostamos a lo bueno y naturalmente a Venezuela.
(*) Profesor de la Universidad de Los Andes