Opinión Nacional

Perseverancia

La perseverancia representa la fuerza de voluntad y la energía que
disponemos para marcar conductas y alcanzar metas viables y factibles.

Viables, ya que no todo, a pesar de la tenacidad, puede obtenerse en la
concreción de los fines esperados. La racionalidad, como expresión de la
inteligencia humana, marcará las pautas que permitan definir aquellos
asuntos de la realidad objetiva que ameritan el esfuerzo de la
perseverancia. Pensar, por ejemplo, que en esta fase del Proceso ya está
derrotada la reforma y consolidada la revolución, eso es algo irreal. Sin
embargo, continuar con el trabajo a largo plazo, orientado en materializar
la disminución de los índices de pobreza, combatir la alienación cultural y
estimular los principios revolucionarios es algo perfectamente posible. En
este caso sí cuenta el tesón y la constancia como factores determinantes
para obtener el éxito.

Esta reflexión me hace recordar la gran aventura que viví en el famoso
crucero de instrucción con la Escuela Naval en 1966. Para aquel entonces,
como premio a mi ascenso a Alférez Mayor, fui invitado a participar en el
crucero que se haría en el mes de julio por el mar Mediterráneo. Como viaje
de instrucción, yo debería incorporarme con mis compañeros navales a recibir
todo el entrenamiento en la misma condición que los Guardiamarina. Sin
embargo, mi elevada disposición anímica no impidió sufrir la inexperiencia
del mar. Los primeros días fueron desastrosos. No pude asistir a ninguna de
las clases. Tal fue el mareo que el descuido a mi apariencia personal no me
importaba: barbado, sucio, sin insignias en los uniformes, abandono total,
un verdadero caos. Mi autoestima estaba quebrada, principalmente por verse
afectados los valores que genera el ser primer cadete de la EAM. Toda esa
entereza que produce el saberse útil y estimado, desaparece cuando nos vemos
devastados por una resistencia externa que nos humilla y que no depende de
nuestras decisiones. Me sentía desvalorizado, inútil y frágil ante el arrojo
del mar y un buque al que le desconocía su funcionamiento. No obstante, el
ímpetu interior de oponerse a la desgracia se impuso. Al cabo de la primera
semana, comencé a incorporarme a las sesiones de instrucción. Poco a poco me
fui integrando a las actividades, de tal manera que al arribar a los puertos
de los países del mar mediterráneo: España, Francia, Italia, Grecia y
Líbano, ya me encontraba de nuevo en mi condición de luchador eterno. Llegar
a ese momento fue el resultado de la persistencia, a pesar del infortunio.

El entorno marino golpea tan recio que solo queda vencer el reto por dominar
el mar y al equipo de guerra.

Al término de la jornada, 70 días, de nuevo el sublime retorno a La Guaira
que si antes era natural su localización y paisaje, ahora lo percibíamos
bajo otra dimensión espiritual. El mismo puerto con otra sensación en los
sentimientos que evocan a la Patria y el retorno a casa, a lo propio, a lo
auténtico y al ejercicio de continuar en la lucha que escogimos como
profesión y forma de vida. Y así, de nuevo en la Escuela de Aviación
Militar, como Alférez Mayor, comandando el cuerpo de cadetes, experimenté el
flujo de esa onda cambiante del poder producto de la constancia. Estaba en
la cresta de esa onda, aunque hacía unos días atrás me encontraba
experimentando el foso del punto más bajo de su movimiento ondular. Si no
hubiese mantenido mis principios de no dejarme vencer por la adversidad, en
el primer puerto que hubiésemos llegado, tenía la opción de plantear mi
regreso a Venezuela por vía aérea. Eso hubiese sido aceptado por mis
superiores, pero era también darle una oportunidad al fracaso. Esa
capitulación significaría un peso negativo a lo largo de mi vida
profesional. Pero no fue así, porque tuve que sacar fuerzas de lo más
profundo de mi espíritu para soportar aquel tránsito circunstancial que en
algún momento debería finalizar. Y ahora, viéndome con mi traje impecable,
con mis tres estrellas en cada uno de mis hombros, mis zapatos pulidos y mi
hebilla radiante, al frente del escuadrón de cadetes quienes a mi voz de
mando seguían mi mandato, regresaba otra vez a mi el coraje y la pujanza que
produce la alta moral por haber retornado al lugar al que uno pertenece, por
el que tanto se ha luchado.

La derrota no puede tener cabida en los revolucionarios de sangre, alma y
corazón que no le dan espacio al ocaso de su vida, ni admiten la perdición
de sus metas. La perseverancia mantiene vigentes los principios que han
animado por siempre la lucha política imperecedera.

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