Perpetuidad
Iosiv o José Stalin, el más sanguinario de cuanto dictador haya existido y un genocida solo equiparable a Adolf Hitler, gobernó a la Unión Soviética durante 31 años. En realidad pocos para desarrollar los grandes planes que tenía para su revolución comunista. Kim Il Sung aplastó a Corea del Norte durante 46 años, le sucedió su hijo quien es el dueño de ese país hasta el día de hoy. Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios, ejerció el gobierno de su país por espacio de 36 años y murió con las botas puestas. Benito Mussolini, el verdadero creador del fascismo, gobernó a Italia a lo largo de 21 años en los que hizo obligatorio el lavado cerebral al pueblo para inculcarle la doctrina fascista; lo mismo que hacía Stalin en la URSS con el comunismo. Murió ejecutado por partisanos cuando huía hacia Suiza. Su cadáver colgado patas arriba fue exhibido para que los italianos, que apenas unos años atrás lo veneraban, se divirtieran escupiéndolo.
Alfredo Stroessner, un militar, estuvo en el poder en Paraguay a lo largo de 35 años. Le siguió en persistencia dictatorial latinoamericana el también militar Rafael Leonidas Trujillo, apodado El Chivo o Chapita. Gobernó a la República Dominicana per se o por interpuesta persona (su hermano) durante 31 años. Anastasio Somoza, otro dictador militar, oprimió a Nicaragua por espacio de 25 años. Augusto Pinochet fue general en jefe y presidente de Chile durante 17 años. Es importante recordar la suerte final de estos cuatro personajes del subdesarrollo político de América latina: dos fueron derrocados, Somoza y Stroessner; uno asesinado Trujillo y el otro derrotado en un referéndum, Pinochet.
He dejado para el final de esta saga de dictadores desaparecidos, a Juan Vicente Gómez quien gobernó a Venezuela en forma directa o por interpuesta persona, y de manera ininterrumpida durante 27 años. Si lo menciono de último es porque fue el único dictador venezolano que pudo mantenerse en el poder por tanto tiempo: casi tres décadas. Su paisano Marcos Pérez Jiménez, otro militar, pretendía emularlo pero el pueblo lo soportó sólo por ocho años y le respondió con un NOOO rotundo cuando quiso reelegirse para un nuevo quinquenio. Había ordenado a los serviles
funcionarios de entonces que burlaran la voluntad popular mediante un fraude, lo obedecieron
y cinco semanas después debió huir del país derrocado por la acción conjunta del pueblo y de las fuerzas armadas.
¿Y Fidel Castro? Bueno es que este personaje rompió todos los moldes. Cincuenta años, cinco décadas, medio siglo y un cáncer de estómago sin que la pelona parezca dispuesta a llevárselo a ese mundo eterno donde supuestamente se vive mejor. El ha preferido experimentar la eternidad en el
planeta tierra aunque parezca un cadáver que camina entre los vivos. Como muchas enfermedades y sus curaciones están rodeadas de insondables misterios que ni la ciencia médica logra descifrar, es probable que el tirano de Cuba deba su cuasi inmortalidad a la inyección de energía (y de dólares) que le ha proporcionado en estos últimos diez años su hijo putativo Hugo Chávez.
Hugo Chávez lleva ya diez años de gobierno que a buena parte de los venezolanos nos parecen siglos pero que para él son poquísimos. Ya lo ha dicho: en tan breve período no ha podido meterle el pecho a la corrupción, ni siquiera a la de su propia familia en su estado natal. Los próximos diez,
quince o veinte serán aquellos años en los que su revolución socialista del siglo XXI puede tomar forma porque lo que hasta ahora hemos padecido es apenas un ensayo. Como los avances científicos y tecnológicos ocurren con la velocidad de la luz, es posible que algún prodigio de la ciencia le permita mantenerse vivo hasta el año 2101, aspirará entonces a otra reelección para iniciar el socialismo del siglo XXII.
Quienes oyeron a Chávez exigir al mundo que reconociera su condición de demócrata, porque aparentaba aceptar los resultados electorales del 23 de noviembre, se preguntarán a que viene compararlo con algunos de los dictadores más duraderos y más criminales. Hay un elemento que los hace idénticos: el amor por el poder. Este llega a ser tan desmedido que el autócrata cree realmente que sin su mando el país se hunde o desaparece. La silla presidencial se le queda adherida a las nalgas como si la hubiesen pegado con Soldimix. La vida sin la sumisión, la obsecuencia y el servilismo de quienes lo rodean le resulta inconcebible. De allí en adelante todo lo que le sirva para perpetuarse es válido. En el caso de Chávez no podemos hablar de crímenes en masa ni de asesinatos de opositores como los cometidos por los antes mencionados, pero si de abusos, atropellos, violaciones legales y constitucionales y burlas descaradas a la voluntad popular.
El jefe ya convertido en caudillo infalible e imprescindible, puede extraviar su mente y ordenar a sus subalternos las acciones más irracionales y éstos las acatarán sin chistar. Y cualquier grupo de delincuentes que cometa sus tropelías en nombre del caudillo, está protegido por la impunidad
y es premiado por sus exabruptos. Esta y no otra es la calaña de un presidente que en 1998 fue electo para gobernar cinco años, que ya lleva diez y que pretende emular a su mentor y padre putativo Fidel Castro ¿Qué de bueno habrá hecho en este último año para que los venezolanos que el 2-D-07 le dijeron NO te queremos para siempre, hayan cambiado de opinión?