Pero López de Ayala (1332-1407)
“Agora el Papadgo es puesto en riqueza;
de lo tomar cualquier non toman a pereza;
et maguer sean viejo, nunca sienten flaqueza,
ca nunca vieron Papa que moriesse en pobreza.”
Pero López de Ayala.
LA VOZ DE UN CLARO PRECURSOR DEL RENACIMIENTO
Pero López de Ayala, conocido como el canciller Ayala, es una de las figuras políticas y literarias más relevantes de la segunda mitad del siglo XIV. Américo Castro señala que su obra es quizá el producto más importante de un periodo en el que la crisis ideológica y vital del siglo se había agudizado al trasponer la quinta década. El canciller Ayala puede considerarse uno de los más claros precursores del Renacimiento, si bien su obra poética es todavía medieval, quizá la última manifestación de la corriente “mester de clerecía”.
Pero López de Ayala nació en Vitoria en 1332, hijo de una familia hidalga, fue favorecido en su juventud por Pedro I, que le nombró Alguacil Mayor de Toledo y Capitán de la flota, pese a lo cual no dudó en pasarse al bando de Enrique de Trastamara, tras la batalla de Nájera, en la que participó, fue hecho prisionero por los ingleses de la Casa Lancaster (defensora de los derechos de Pedro I); una vez liberado fue nombrado Alcalde Mayor de Vitoria y luego de Toledo, y actuó como embajador en Francia. Con Juan I participó en la batalla de Aljubarrota contra los portugueses: fue apresado y una año después logró la libertad tras pagar un fuerte rescate. Como embajador concertó la paz con la Casa Lancaster y con Portugal bajo el reinado de Enrique III, quien le nombró canciller de Castilla (1399). Pero López de Ayala murió en Calahorra en 1407.
Pese a la veleidades políticas de su juventud, en cuanto a honradez el canciller supone la moralidad severa que luego encarnarán respecto a sus épocas otros españoles como Quevedo, Gracián, Larra, etc. Ante la corrupción de su tiempo, blande el látigo para intentar detener el derrumbe político-moral de su siglo. Aunque quizá sea el único noble que pasó al siglo siguiente con la fama limpia de actos brutales, aumentó su poderío sin tasa aunque también sin escándalo. Al par que batallador y político infatigable, tuvo una afición a la cultura que le impulsó a traducir a Tito Livio y a Boecio, a san Isidoro y a san Gregorio, y a escribir el mismo, además de la Crónica, el Rimado de palacio y un libro de caza, pasión esta que compartía con la de las mujeres, como apunta su sobrino Fernán Pérez de Guzmán en el soberbio retrato que de él nos dejó en sus Generaciones y semblanzas “Amó mucho mugeres, más que a tan sabio caballero como él se convenía”.
Como historiador su papel es fundamental; abandona el estilo de las crónicas anteriores, acercándose a las “semblanzas” del siglo XV. Su larga vida le permitió escribir las Crónicas particulares de los cuatro reyes con los que estuvo en el poder: Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III. Su modelo es Tito Livio, de quien recoge la visión animada y precisa de la Historia, en la que abundan las cartas y arengas, resultando ser así una reflexión humana, social y moral de la historia reciente. La más valiosa, tanto literaria como históricamente es la Crónica de Pedro I. Su Libro de cetrería o de las aves de caza, escrito durante su prisión en Portugal, pone de manifiesto los gustos y diversiones de los señores de su época.
Su obra poética fundamental es el Rimado de palacio, que pone fin a la singladura del mester de clerecía, es un poema satírico-moral de 8.200 versos, en cuaderna vía preferentemente. La temática es variada, y su unidad se consigue por la perpetua presencia de la persona del autor; con todo, pueden distinguirse tres partes: la primera y más extensa se abre con una invocación, seguida de una introducción acerca de los vicios, pecados y virtudes, tras esta confesión, sincera sólo en apariencia, Ayala pasa a una dura y violenta sátira de la sociedad de su tiempo, que abarca todos los estamentos sociales, especialmente la aristocracia, no librándose la jerarquía eclesiástica ni el mismo monarca; ésta es la mejor parte de la obra: el realismo y las vivas y fuertes imágenes se combinan constantemente con las propias aportaciones del autor, en forma de consejos y sugerencias. La segunda parte es más lírica y personal: se escribió quizá en cautividad, lo que le inspira invocaciones, ruegos, oraciones, súplicas de libertad y promesas de peregrinación. La tercera, compuesta en los últimos años de su vida, vuelve a la cuaderna vía, abandonada en la anterior: incluye una glosa del Libro de Job y otra de Las Morales de San Gregorio, caracterizada por la abstracción de su temática. Y como dijo nuestro poeta: “La justicia, que es virtud atan noble e loada, / que castiga a los malos e la tierra ha poblada, / deven la guardar los reyes e ya la han olvidada / seyendo piedra preciosa de la su corona onrada”.