Opinión Nacional

Perdidos entre conceptos y acciones

En medio del apocado discurso político característico, redundan vacuidades sin medir

consecuencias. Al calor de las palabras, ni atienden ni entienden diferencia alguna entre conceptos políticos o económicos que comprometen decisiones.

Uno de los problemas del militarismo, es el raquitismo conceptual que caracteriza no sólo su discurso político, sino también la visión de las realidades. Sus alocuciones constituyen gruesas apologías de la vejación, la humillación y la insolencia razón por la cual acuden a términos cuya eufonía, aunque acentuada por el interés demagógico, no se corresponde con la acepción debida. La intención de potenciar la atención de la muchedumbre, lleva a estos oradores a imprimirle una particular gesticulación a fin de emocionar a la audiencia de manera que el discurso sirva de arma temática ante la situación expuesta.

Quienes siguen tan equivocada práctica, propia del más rancio populismo, se ufanan de su perorata. Creen que dominan la política. Cuando lejos de tan errada convicción, revelan una crasa ignorancia. No tienen la menor idea de las estupideces que vociferan sin advertir que están revelando una atroz incultura con el consabido perjuicio ante la opinión de quien los escucha con sentido crítico y la sensatez de quien maneja la teoría política o la económica con alguna idoneidad.

En el plano de tan disparatadas realidades, hay gobernantes que basan su discurso en aseveraciones ajenas o de quienes poco o nada se conduelen de los problemas que a lo interno se padecen. Gobernantes desentendidos de procesos sociales creativos y exigentes como en realidad son los que distinguen el devenir de una nación. Sobre todo, de una nación tan controvertible y hostigada como la venezolana dado el contexto social-político-económico profundamente estrecho en el cual busca su sociedad demócrata abrirse paso.

En medio del apocado discurso político característico, redundan vacuidades sin medir consecuencias. Al calor de las palabras, ni atienden ni entienden diferencia alguna entre conceptos políticos o económicos que comprometen decisiones. Hablan indistintamente de revolución como de socialismo, sin siquiera precisar su alcance en el ínterin de un forcejeo provocado por sus mismas imprecisiones. Abusan de términos que sólo desmerecen del conocimiento que dicen tener frente a la conducción de las realidades profusamente complicadas. Arremeten contra una burguesía sin comprender que su razón de ser complementa la existencia de todo modo de producción que se precie no sólo de democrático, sino de promotor de la prosperidad y del desarrollo humano. Esto deja ver cuanto desestiman la Constitución cuando exalta la iniciativa privada y ampara la creación de aquella riqueza que favorece libertad de trabajo, empresa, comercio e industria.

Ineludiblemente, la burguesía forma parte de la totalidad que estructura la sociedad y por tanto, la economía. Tanto vale su presencia, que hasta el marxismo la considera de importancia por cuanto en la medida como ésta se ha desarrollado, igual se ha desarrollado el proletariado lográndose de esta conjunción el advenimiento de oportunidades que al analizarse en todo el espectro de posibilidades, constituye un espacio que bien garantiza el mejor aprovechamiento de las fuerzas y capacidades productivas. De no entenderse estas realidades en el trazado de su concepción, el país seguirá maniobrando en las eclosiones de más problemas que finalmente harán crisis en todos los órdenes de la vida nacional. Y buena parte de tan grave estado de hechos, resulta de la cruda gestión de gobernantes que andan perdidos entre conceptos y acciones.

“NO SABER A DÓNDE VAMOS”

Cuando la incertidumbre se encubre por la inseguridad, los riesgos pululan y las ansiedades consumen la vida misma. Es la ecuación que da forma a un mecanismo social de suma peligrosidad toda vez que actúa como artilugio explosivo por el cual afloran no sólo temores, sino también modos de resistencia que incitan la violencia. En medio de esta situación vive el venezolano pues la malla social está rota.

No cabe duda que, como lo parafrasea la jerga popular, “la cosa está color de hormiga”. Existe un estrés colectivo que lleva a sentirse frágiles como sociedad. Si se observan las causas que han provocado tan lamentable condición de vida, tampoco hay duda de que buena parte de ellas se consiguen en el discurso amenazante de altos emisarios gubernamentales cuando hacen cualquier alusión por simple que sea. El verbo insultante de estos personajes de marras, ha servido para canalizar acciones vandálicas que a su vez pasan inadvertidas ante los ojos de un régimen para el cual la impunidad se convirtió en un criterio que le ha permitido arreciar la coacción y la intimidación como recursos de gobierno.

Frente a tan dantesco cuadro de atrocidades revolucionarias, luce ineludible que los venezolanos aferrados a sentimientos democráticos, profundicen relaciones sociales y políticas a través de las cuales puedan argumentarse actitudes que tiendan a consolidar la confianza en un futuro digno del esfuerzo que muchos despliegan en aras de recuperar el país de las manos del comunismo en cierne. En consecuencia, así podría vencerse el miedo de “no saber a dónde vamos”.

ECONOMÍA NACIONAL SE DESMORONA

Cuando se advierte que la situación de calle está caliente, dado el cúmulo de problemas acumulados y otros nuevos que han comenzado a exhibirse con irascibles consecuencias, es porque realmente las condiciones políticas, sociales y económicas “pintan mal”. El problema que representa una economía comprometida en casi todas sus dimensiones, obliga a concluir que el país está “en el filo del precipicio”. Mientras que economías con menores ventajas que la venezolana hoy muestran capacidades superiores, la economía nacional vive una situación de contingencia.

A pesar de los ingentes recursos fiscales que ha recibido Venezuela en el contexto de un comercio petrolero boyante, la deuda externa alcanzó niveles vergonzosos. Asimismo ha sucedido con la deuda interna. Según los propios reportes del Banco Central de Venezuela, al cierre de 2012, la deuda se montaba en los 105 mil 700 millones de dólares. Esto, sin contar facturas pendientes en Pdvsa, estatizaciones que obligarán pagos y la deuda en bolívares.

Si a ello se suman las repercusiones de la devaluación de la moneda, la situación adquiere rasgos de insólita gravedad por cuanto el monto de la deuda asciende al 70% del tamaño de la economía lo que significa la amenaza que se cierne sobre la dinámica económica con los consiguientes desastres que anuncia una situación así de oscura. Así pues que frente a la cara de un régimen que habla de presuntas “maravillas logradas” en el curso de su cacareado socialismo, no cabe duda de que la economía nacional se desmorona.

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