Patriotismo, racismo y guerra civil
El desarrollo de la prevención de un conflicto civil
armado en Venezuela descansaba en lo fundamental en
una gestión realista de la crisis por parte del
Presidente de la República, asumida ésta como Jefe del
Estado ya no como el principal generador de la misma,
sin embargo, ha obtado por cerrar los ojos fracasando
estrepitosamente a los fines de levantar esos
dispositivos letales que cada día nos acercan más a
ese terribe escenario de confrontación.
Muchos parecen tomar a la ligera esa real posibilidad
de matarnos entre los venezolanos, y la crisis se nos
ha hecho inmanejable no habiendo signos de ninguna de
las partes (gobierno y oposicion) y los titulares de
los poderes públicos(Fiscal,Defensor del Pueblo
Contralor) en cuanto a intensificar una diplomacia
preventiva, -como sería la renuncia de estos últimos-
que desmonte sus causas y evite sus tan previsibles
como horribles efectos. En mi opinión, tiene que haber
una iniciativa de organizaciones que dentro del país
dedican sus esfuerzos en derechos humanos -si es que
ya no se ha implementado -, para que Venezuela más allá
de que esté en observación, se involucren con la
urgencia y vehemencia que amerita una situación como
la nuestra, los organismos internacionales
hemisféricos, pero aún mucho más, la propia ONU dentro
del margen que le otorgue el derecho internacional
debería nombrar una alta comisión integrada por
personajes notables y reconocidos para interceder en
la búsqueda por pacificar este país, pues es
inocultable que nosotros estamos siendo incapaces de
resolverlo por nosotros mismos. Es en el contexto de
«alerta temprana»(corto plazo), «gestión de la
crisis»(largo plazo) y «rehabilitación» (largo plazo)
que deben incidir las diligencias que con apremio y
contundencia debemos reclamarle a las instancias
internacionales. Sería inexcusable, además de muy
triste, que estas organizaciones terminaran por venir
al país solo ayudarnos a recoger y contar nuestros
muertos
Raíces del conflicto
Chauvinismo y racismo
No obstante, de que el grupo de responsables de la
actual crisis se amplió, sería ocultar la verdad si
obviáramos en donde cae el mayor peso de culpabilidad
de la tragedia que vivimos.
La democracia de la que hablaban los «bolivarianos»
como nuevos actores en el poder, nada o casi nada
tenía que ver con los principios que inspiran a las
democracias occidentales, entendidas como sociedades
de individuos libres, sometidos al imperio de leyes
imparciales en un orden democrático con apego a
libertades políticas y a garantías económicas. El
nacionalismo y el igualitarismo exaltado en su forma
más ruin, dió como resultado de lo que estamos
viviendo dentro de la sociedad venezolana dos
peligrosas tendencias: el chauvinismo y el odio social
por una parte, y por la otra (en referencia a los que
resisten los excesos de la diatriba presidencial y su
proyecto político), el racismo.
Se vendió desde el nuevo poder, la idea errónea y
perversa de que se intentaba rescatar por la
autocalificada por sus mismos auspiciadores
«Revolución Pacífica» hoy ya bien manchada de sangre (pero que parecen creer que no es suficiente) la
identidad usurpada por gobiernos corruptos y por
falsos demócratas, levantando para ello los símbolos
de ese viejo expediente del patrioterismo secular
entre nosotros, que es la imagen de los próceres (con
prescindencia de las figuras civiles por supuesto)
especialmente la del Libertador, símbolo inocente del
convulsivo oscilar de la historia venezolana en el
incesante ir y venir entre la anarquía y el
despotismo. Justamente, las continuas rupturas e
inestabilidad institucional que nos ha caracterizado
en nuestra vida como República independiente, junto al
desdén y desconocimiento del pasado, creó en la
conciencia colectiva de los venezolanos un sentimiento
de depresión, de vacío, en las que se han mezclado
sensaciones de incertidumbre y de desconfianza sobre
la imagen de nosotros mismos, y sobre el sentido de
pertenencia a una nación o a un proyecto colectivo.
Hispanoamérica-Venezuela:La superposición de los
conflictos
Lamentablemente, este no es sólo el caso venezolano,
la historia de hispanoamérica es la historia sin fin
de la superposición de varios problemas juntos, nunca
totalmente resueltos; en palabras del pensador Antonio
Caso refiriéndose a México pero aplicable a todo el
continente: «Todavía no resolvemos el problema que nos
legó España con la conquista; aun no resolvemos la
cuestión de la democracia y ya está sobre el tapete de
la discusión histórica del socialismo…»
La superposición mantiene los conflictos irresolutos,
por estar diversamente superpuestos, la asimilación
los elimina. Ha sido común que conflictos que
aparentemente han sido superados o al menos suprimidas
sus tendencias disolventes, vuelven a reaparecer, en
otras palabras, que las contradicciones del pasado que
han debido resolverse en ese pasado, se superponen a
las contradicciones y problemas del presente
convirtiendo la totalidad de nuestra historia en un
problema actual. Una vaga observación de la historia
europea rápidamente nos convence, que cada nueva etapa
surge como una síntesis de las contradicciones de las
anteriores. En Latinoamérica se acumulan las
contradicciones de anacrónicas tradiciones, que de
pronto se presentan en un tiempo que ya no debería ser
el suyo; creemos estar en una cierta escala de la
evolución cultural e irrumpen formas primitivas; vamos
en camino de ir consolidándonos en el occidente
contemporáneo bajo los conceptos modernos de una
sociedad abierta, y una distorsionada propaganda
ideológica arengada por un partido, o, por un
caudillo, comienza por hacerle el juego a viejos
complejos, resentimientos y a la ignorancia. Por lo
general la oferta ha sido la misma, basada en un
folklorismo chauvinista que concluye que nuestra
identidad es incompatible con los valores
occidentales, y con los principios democráticos que
animan las sociedades liberales, requiriendo una
salida original, propia.
Definirnos desde el rechazo
Es en definitiva, el falso dilema de tratar de
definirnos desde el rechazo, atribuyéndole a otros
nuestros fracasos históricos, y que como puede
corroborarse persistentemente, sólo ha servido para
negarnos el derecho de ser responsables, construir
sociedades libres, con sólidas instituciones
democráticas, con una economía dinámica y próspera, y
una administración estatal transparente, sana y
productiva. Lo que es incompatible en cualquier nación
que aspire a ser una sociedad de hombres libres, es el
mesianismo político disfrazado de salvación nacional,
que no es otra cosa que la agudización del
primitivismo político y la tentación de acabar con la
democracia, para experimentar inventando nuevas
fórmulas dictatoriales o pseudo democráticas que tanto
han lastimado a los latinoamericanos.
El discurso presidencial: odio social y la guerra
federal
En Venezuela la acción irresponsable del liderazgo
del presidente Chávez, en nombre del igualitarismo
utópico, especulando sobre la ignorancia, la pobreza y
antiguas expectativas incumplidas, ha apelado con una
desvergonzada manipulación del discurso político, al
culto de la emoción, de lo irracional, habiendo
movilizado consistentemente sentimientos de odio, de
revancha, de redención. No fue un hecho casual, o de
simple retórica -y lo podemos constatar más ahora-,
que el presidente utilizara el término oligarquía
para referirse a sus enemigos políticos y haya tenido
como uno de sus emblemas revolucionarios al General
Zamora. Es bien conocido que la guerra federal fue un
cruento escenario de luchas de clases, con
«rutilantes» ingredientes raciales, y a pesar de que
fue un doloroso y desafortunado acontecimiento,
nuestros historiadores más notables se encuentran
contestes en afirmar, que el balance de su contenido
social es el haber sellado en buena parte lo que
comenzó en las guerras de la independencia, el
igualitarismo, rasgo identificativo y característico
del pueblo venezolano, que ha servido de catalizador y
facilitado nuestra convivencia. Subsistirán las
clases, pero definidas ya no conforme al paradigma de
lo estamental sino por la posición económica; ésta no
va ser ahora determinada por la herencia y demás
privilegios de las viejas familias, sino por medios
más expeditos, que dependerán más del individuo sea
cual fuere su origen y color de piel. Nuestra
tradición guerrera distorsionará el proceso, entre
otras razones, por la búsqueda dentro de la milicia,
del rango y con ella la fortuna y estimación social.
Pero en términos generales, la guerra federal liquidó
los vestigios del jerárquico, injusto y anacrónico
sistema social Español, y todos los venezolanos y la
movilidad social de que hemos gozado, más bien que mal
-incluyendo la del presidente – en comparación con los
demás países Latinoamericanos, fue producto de esa
contienda.
Sería insensato negar, que en el pasado reciente la
democracia fue un sinónimo de desorden, corrupción,
ausencia de autoridad e ineficacia, demostrando
asimismo su fragilidad como promotora de bienestar
bajo el peso de una economía estatista y postiza. Lo
que no había ocurrido desde la guerra federal y mucho
menos durante el «puntofijismo» y que tomó enérgica
fuerza, es la forma en que los venezolanos se perciben
hoy entre sí, tanto por la posición económica, como
por consideraciones de naturaleza racial, ello viene
precedido de la «dialéctica» presidencial,que se hará
irreversible por un buen tiempo, pues al colocar el
juego político en exégesis tan simples como
diabólicas, le sumó nuevos elementos
desestabilizadores al hecho político, especialmente el
vinculado al racismo, un mal que quizás muchos
venezolanos nunca hubiéramos pensando que sufriéramos
en una escalada que ha ganado un considerable terreno.
Venezuela es un país fundamentalmente mestizo, y si
bien es cierto que se produjo un largo proceso de
transculturización, también lo hubo de aculturización
de las expresiones minoritarias indígena y negra. Pero
si sobre el punto en sí, no pudiésemos afirmar que
estaba completamente resuelto, mucho menos podemos
decir que era justificable que se manifestara en un
plano de luchas interraciales, pues en general se
había respetado la alteridad en los límites deseables
para la convivencia. Tampoco se puede negar el hecho,
que ha existido más soterrado que abierto, un grado de
discriminación en diferentes grados y escalas, secuela
que ha dejado desde el pasado la cultura dominante
occidental blanca; no es un secreto que en nuestro
país los mestizos o gente de piel oscura se crean
mejor de aquellos que tienen la piel más oscura que
ellos y ello es notable tanto en el pueblo llano como
en las clases más pudientes. Lo que es inadmisible
es que se haya utilizado con fines políticos un factor
tan sensible de nuestra identidad sociocultural, y
cuyas consecuencias parecen estallarnos sin que
existan signos que les haga dar a los extremos- que
nos empiezan a envolver a todos-, un salvador,oportuno
y prudente paso atrás.
Reacción de las clases medias. La disociación
Éste régimen llamado de los pobres, ha desdeñado desde
el comienzo en forma explícita de las clases medias
que se sienten peligrosamente amenazadas, y quienes en
su exacerbación utilizan a su vez expresiones
simiescas para referirse al Presidente de la República
y a los chavistas en general, aludiendo sus aspectos
morfológicos y su baja categoría de «chusma», amén de
otras «florituras» lingüísticas que no necesitamos
repetir aquí.
Este aspecto disociador, odioso desde la perspectiva
de la dignidad humana, es quizás-desde los tiempos de
la guerra federal- junto a los «círculos bolivarianos»
la más visible de las innovaciones que nos ha aportado
«La revolución pacífica «.
Pero lo peor no parece haber finalizado de no
detenernos de inmediato, pues nadie va a venir luego
en nuestro auxilio por que simplemente será demasiado
tarde.
Voy a concluír con una cita de Laureano Vallenilla
Lanz que refiriédose a nuestras profusas guerras
civiles describe la forma de verse entre sí por parte
de los contendientes y que resulta sorpredentemente
familiar de muchas maneras a lo que nos acontece en la
actualidad:
[En nuestras luchas civiles posteriores a la
independencia se han establecido divisiones…»para
los godos, el país se dividió en dos clases de
hombres: los buenos, los honrados, los amigos del
orden, los defensores del la sociedad, los
representantes de la civilización,que eran ellos; los
tramposos, los ladrones, los malvados, los destructores
de la sociedad, los representantes de la oclocracia,
etc, que eran los liberales. Para estos, a la inversa,
la division se hallaba establecida entre los
magnánimos, los redentores del pueblo, los amigos de
todos los progresos sociales, políticos , económicos,
los regeneradores morales y materiales del país,que
eran ellos. Frente a ellos, los sanguinarios, los
fanáticos, los aristócratas, los enemigos jurados de
todo progreso y de toda luz, los godos, los
conservadores.»]
(%=Link(«mailto:[email protected]»,»E-mail:[email protected]»)%)