Opinión Nacional

Patria ¿quién te quiere?

En el siglo xx, dos veces Alemania ocupó Francia y, felizmente, sus pueblos
se reconciliaron pero Francia no hizo las paces con Hitler. En realidad,
los franceses ni siquiera han perdonado al Mariscal Petain.

Ocurre que las únicas acciones de invasión foránea en nuestra historia
republicana las intentó Fidel Castro. Una de aquellas agresiones armadas
ocurrió el 8 de mayo de 1967 a través de la playa de Machurucuto, en el
Estado Miranda, cuando el
ejército venezolano, forjador de libertades, cumplió su deber e hizo honor a
su responsabilidad de cuidar la patria y defenderla de la planta insolente
del extranjero armado. Aquel zarpazo a nuestra Venezuela, aquella grosera
intromisión violenta en nuestro territorio, aquel artero ataque a la nación
venezolana, aquel atentado contra la naciente democracia en nuestro país,
parecemos haberlo olvidado. Salvo un excelente artículo de Víctor Rodríguez
Cedeño y algunos comentarios aislados tales como los de José Vicente
Antoneti en un
programa de televisión, el nuevo aniversario de esa afrenta a la
Venezolanidad, pasó inadvertido. Eso en el ámbito civil es síntoma de
debilidad de nuestra identidadad como nación pero en el marco militar el
sólo olvido resulta desolador.

La importancia de Venezuela para la exportación del sistema castrista data,
obviamente, de aquella época, con una doble vertiente: la dominación de
nuestro país en razón de los recursos energéticos y la situación geográfica
de Venezuela que nos hace puerta norte de Suramérica, con una extensa costa
caribeña de cara a Cuba. Uno de los logros de la incipiente democracia
venezolana de la segunda mitad del siglo XX, fue atajar la penetración de la
revolución castrista a Suramérica, a un costo de muchas vidas y
que fue posible gracias a unas fuerzas armadas
(así en plural) comprometidas con la patria, a un gobierno celoso de
nuestra soberanía y a una población que no se dejó embaucar a pesar de la
aureola idealista de la que gozaba entonces en el planeta, el extremismo de
izquierda, que en cada uno de los países donde logró imponerse, se revel
como una aventura suicida para el bienestar de los pueblos y de allí su
espontáneo desmoronamiento.

La gesta venezolana bien pudo agregar el deseo de
venganza al doble interés de Castro por controlar nuestra Venezuela.

Todo ello hace parecer insólito el entreguismo actual al castrismo y
patética la más reciente señal de su consolidación. Me refiero a la
selección de Castro como padrino del curso de Estado Mayor número 46. Al
cumplir el requisito para ocupar los más altos cargos de la jerarquía
militar, es decir para integrar la cúpula que tiene por misión defender la
integridad de la República, 41 oficiales venezolanos contra 38, escogieron
en una segunda votación, a su
gran ofensor.

Si el hipotético desconocimiento es de extrema gravedad, la
eventual venta de conciencia no puede disociarse de la traición a la patria
que con este venidero Estado Mayor parece quedarse desvalida e
indefensa.

¿Habrán pensado estos oficiales en que el implacable registro que
la historia haga de sus actuaciones es el legado que dejan a sus hijos, por
encima de la bonanza material que integre su herencia?
Cierto que aún es tiempo para rectificar y sería un acto de honor pero
también es cierto que amerita un caudal de valentía.

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