Opinión Nacional

Para una teoría del costo político

La más importante consecuencia de una transición del autoritarismo hacia el totalitarismo, reside en la minimización real o aparente de los costos que acarrean determinadas planteamientos y decisiones, posturas y hasta gestos públicos. Las expectativas de riesgos, amenazas o peligrosos cobran mayor importancia e influencia cuando se trata de aquellos regímenes que respetan la disidencia, en buena medida garantizados por una efectiva división de los órganos del Poder Público, pero el problema estriba en un enorme simulacro de libertades públicas, cuyo reconocimiento formal no guarda correspondencia con el efectivo ejercicio de los derechos por abuso ˆprecisamente- de la maquinaria propagandística y publicitaria del Estado.

Una teoría del costo político en la Venezuela actual debe considerar tamaño dato no sólo por la gruesa inversión de recursos que comporta, sacrificando otros rubros prioritarios de la acción gubernamental, sino por el cinismo galopante que ˆ digamos ˆ aceita ya nuestra cultura política. Sin embargo, al ejemplificar aquellos hechos que normalmente podrían generar e identificar una determinada responsabilidad para los actores políticos, presuntamente en pie, el chavezato aporta otro dato esencial: la saturación noticiosa.

En efecto, por una parte, resultan incontables las promesas presidenciales incumplidas que inmediata ˆ y sólo inmediatamente ˆ no desmienten sus niveles de popularidad. Y, al esgrimir una razón de Estado, al despedir confesa y deliberadamente a los trabajadores petroleros o utilizar arbitrariamente los recursos del FIEM, dice estar autorizado para la adopción de decisiones o el grosero desplante en nombre de los más altos intereses republicanos que ˆ ahora ˆ trastoca en revolucionarios. No obstante, cuando la oposición se retiró de los comicios parlamentarios previendo un elevado costo en el caso de haber mantenido sus candidaturas de signo unitario, las fuerzas e individualidades que resultaron ciertamente castigadas por mantener la nominación, simplemente, pasaron desapercibidas, no respondieron siquiera a una instancia colegiada de los partidos que las avalaron, pues, relevados de cualquier explicación, ésta sólo debía darla el liderazgo más emblemático así ˆ más tarde ˆ se resignara a compartir tareas con el liderazgo presuntamente secundario.

Agreguemos, por otra parte, que hay una indigestión noticiosa causada por el mismo gobierno nacional capaz de ocultar o adulterar los hechos más sentidos, pero que pugnan por ser social y políticamente identificados. Excepto las habilidades que la oposición pueda demostrar y demuestre en torno al desabastecimiento de alimentos y fármacos, imputables al propio modelo socialista en vigor por nueve largos años, observamos mayores destrezas de un régimen que nos distrae con sendas operaciones de rescate de rehenes o renueva las promesas diferidas enfermizamente.

A pesar de las grandes fallas y de los errores que se abultaron, antes de 1999 había posibilidades de soportar las presiones gubernamentales y, con el uso de la tribuna parlamentaria o de la prensa, demandar determinadas o concretas respuestas que ˆ en sí mismas ˆ ocasionaban costos políticos, pérdidas de credibilidad y de apoyo electoral, a los decidores públicos. Quizá la degeneración en la denuncia de oficio ayudó a legitimar la pérdida o el desprecio de tales prácticas, aunque es siempre deseable asumir el riesgo o el costo que comporta si no hay otra fórmula para oxigenar la vida democrática.

Finalmente, no esperemos que el Presidente Chávez renuncie por su fracaso referendario o que el Presidente Parra Luzardo lo haga cuando se le ha negado la subordinación de la que fue partidario para el Banco Central de Venezuela, como parecería obvio en un régimen de libertades, aunque sí debemos reflexionar sobre una agenda de la oposición social, política y mediática que ˆ al sincerar radicalmente la competencia política ˆ evidencie la responsabilidad oficial en aquellos problemas fundamentales que frecuente e inexplicablemente ceden sus espacios a los más baladíes, como he escuchado sobre la octava estrella de la bandera o la ilustración de las especies en extinción en los billetes. Una trampa de distracción consiste en la dolosa banalización de los asuntos públicos por un gobierno que, pretendiendo el olvido, ha permitido el incremento mortal de la delincuencia común o, ya conocido, nada hace respecto al secuestro en Venezuela: la ilusión del comienzo del período presidencial, como si estuviésemos anclados en 1999, descansa en una saturación o indigestión de noticias que festeja y desorienta a la oposición, extraviada la espina dorsal de las realidades que nos aquejan.

Valga acotar, es necesario acusar recibo de las fallas o errores de la oposición, corrigiéndolos a tiempo para que adquiera la necesaria hondura, coherencia y confianza, porque ˆ simplemente ˆ no pueden algunas corrientes y personalidades rasgarse las vestiduras de la abstención y rápidamente, fracasados, nominarse para un cargo de pública elección sin la menor explicación y vergüenza. Decimos de sectores que probablemente tendrán responsabilidades en una futura transición democrática y, desde ya, deben aceptar el aprendizaje al que la historia los obliga.

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