Para una crítica de la razón súbita
Todos los acontecimientos parecen requerir del video para alcanzar una dignidad negada por la simple testificación personal. Los habrá muy consistentes, suscitando la inmediata indignación, pero suelen hacerse pasto de la confusión cuando el debate se ha enrarecido a tal punto que no podemos reconocernos en el espejo de la conciencia colectiva. Otros, por suerte de la tecnología, se dirán inapelables y, no obstante, sufren del inmisericorde ataque de los prejuicios más diversos que empañan el cristal de una convivencia muchas veces inaceptada.
Lo que ha ocurrido en los últimos días nos remite a la amarga interpelación del oficialismo, cuyos enflaquecidos argumentos ofrecen mejores pistas de la crisis que experimentamos. Y no porque todas las bondades aniden en una oposición afortunadamente diversa, sino por la mera constatación de que el poder pudre a aquellos que no lograron ni logran alguna vitalidad ética que impida el dramático extravío intestinal en un Estado que merecía una distinta respuesta.
Los voceros del gobierno carecen de razones para explicar, aún a sus propios seguidores, las causas y el perfil adquirido por una incontestable debacle política que los sume en una peligrosa perplejidad. Súbitamente invocan aquellas formalidades constitucionales que, antes, permitieron el ascenso y, ahora, desean que les permita la supervivencia en el poder. Y, al fallar la lógica, sobresale la amalgama de prejuicios que dicen manifestar un tramo de la “lucha de clases”, como si ésta, vulgarmente esquematizada, respondiera al equipaje de un marxismo francamente desconocido, a menos que tomen por tal esa versión estalinista que prende fuego a los resentimientos reales e imaginarios que pueden consumir a los mismos ocupantes del avión presidencial, cuyo disfrute constituye la más penosa revelación de una putrefacción en el mundo de las convicciones.
Se dice de democracia y, además, participativa y protagónica, pero la marcha cívica para entregar las firmas en el CNE, en procura de una consulta referendaria, es atacada inclementemente. Rangel desliza una respuesta destinada a la comunidad internacional que no se compadece con el gesto de cólera que le sirvió para referirse al cacerolazo recibido por un alto oficial, en los confines de un restaurante del este caraqueño, donde celebraba no precisamente un episodio patriótico y cancelaba no precisamente una modesta cuenta.
Con la pavorosa simultaneidad que toda crisis muestra cuando hierven las circunstancias, supimos de la valiente actitud de Mohamed Mehri, atropellado en sus más elementales derechos. La televisión recogía una escena que pudo ser anecdótica, pero aún resulta deplorable: un sujeto de espontánea estampa de clase media, intentaba un discurso contra el ciudadano humillado por el poder y, sin dejar de apuntar con su dedo índice, como si tres de ellos no apuntaran hacia su propio pecho y uno hacia Dios, comenzó con lo de “españoles y canarios, contad con la muerte”. Al olvidar el párrafo siguiente, le dio un latigazo a su memoria escolar con lo de “! Los árabes también ¡”, pues ya no sabía qué en esa suerte de perfomance duodenal. Después, casi distraídamente, en un vagón del metro, susurraba alguien que Mehri fue víctima de los abogados inescrupulosos, obligado a montar un espectáculo bajo la lluvia como todo pendejo que se repute, pasando por alto el grito impotente de un padre al que nada más y nada menos le mataron un hijo y recibe el portazo de la impunidad. ¿Qué vaina es lo que está pasando en la Venezuela actual?, es la pregunta irreprimible a la hora de abordar los sucesos.
El oficialismo trata de inventarse un enemigo existencial y común, luego de liquidar el monstrete del que dispuso hasta la saciedad con los famosos 40 años, el bipartidismo, los corruptos y la inmensa galería que hizo el triunfo de un lenguaje que la realidad deshace quizá prematuramente. Un vocero “calificado”, como Pedro Carreño, soltó que la conspiración radicaba en la “clase política”, buscando una generalización que ya no resulta rentable y que, por cierto, lo incluiría en sus niveles más tristes. Y es que ese enemigo que hipotéticamente nos comprometería a todos, luce como una inútil figura espectral, porque a estas alturas de la vida el gobierno ha llevado la canasta básica a Bs. 873.343,oo constantes y sonantes, por no abundar sobre la posición nr. 69 en el Indice de Desarrollo Humano de 2002, viniendo de la posición nr. 61, como cualquier mortal puede comprobar en la red (http://www.undp.org/hdr2001/spanish/).
Una crítica de los argumentos nada convincentes del oficialismo, debe forzarnos a dirigir la mirada hacia el “chavismo” de tintes democráticos, confiscado por el vecino de Miraflores. Ciertamente minoritaria,víctima de los usos y abusos del poder, una importante corriente de venezolanos depositaron su fe en el proyecto ganador de 1998 y, dentro o fuera del partido-guía, soportando el peso de iguales humillaciones, mantienen vivas las esperanzas en un ideario que, independientemente de la apreciación que tengamos, urge del debate. Significa apelar al testimonio de las buenas intenciones de ese conjunto de compatriotas sin nombre, asfixiados por un adjetivo que le es ajeno, para impulsar la recuperación plena de una democracia que los incluya: su suerte no acaba con el Gran Confiscador: también merecen la dignidad del video y el abandono de los prejuicios que hemos alimentado.