Opinión Nacional

Para los padres en el Día de la Juventud

Es frecuente escuchar lamentos relacionados con la actitud asumida por la juventud de estos días en referencia a su estilo de vida, a los valores que imperan en el ambiente, a su forma desenfrenada de conducirse. También nos sorprende la falta de recato al hablar, vestir, o divertirse. Nos asombra el irrespeto a las normas, la irreverencia a la autoridad, la ausencia de sensatez. Ultimadamente, pensamos, se ha perdido la compostura. Pocas veces, en una reflexión concienzuda, inquirimos en la razón de ser de tal fenómeno.

Sucede que esa juventud, la misma que vemos desde la barrera, es hija nuestra. Tan hija nuestra como somos nosotros de nuestros padres. Tan producto de lo que le hemos enseñado y permitido, como lo es lo que nosotros aprendimos y asimilamos de nuestros mayores veinte o treinta años atrás. Entonces ¿a qué viene la pesadumbre?

La juventud, en todos los tiempos, ha sido retadora, transformadora, creadora. Eso no pertenece exclusivamente al último siglo ni al presente. Eso ha formado parte de la mocedad de sus años y de sus sueños a lo largo de toda la historia humana. Por eso no puede ser vista entonces como un problema, al contrario, la fuerza y energía necesarias para generar cambios es siempre precisa y muchas veces bienvenida. Por lo tanto, los jóvenes deben ser tratados y orientados para motorizar giros hacia un desarrollo en positivo.

El quid del asunto no está pues en ‘ser joven’, sino más bien en el ‘cómo formar jóvenes’ valiosos, con una verticalidad a prueba de huracanes. Y eso es precisamente lo que muchos padres se preguntan, saltando la prueba de mirar hacia dentro, y responsabilizan al ‘mundo de hoy’ de lo que sucede con sus hijos.

Sería injusto colocar sobre los hombros paternos toda la responsabilidad de las acciones de los hijos, pero invitamos a una reflexión profunda sobre lo que se aprueba e incluso se enseña para evitar, a la vuelta de unos años, llorar sobre las consecuencias.

La juventud puede ser producto de lo que la rodea, su familia, su educación formal y el ambiente en que se desarrolla. Sin embargo no todos ellos se encuentran en concordancia. Muchas veces, corrientes encontradas ametrallan de información al joven que no encuentra claridad en los mensajes e incluso corre el riesgo de seleccionar el menos conveniente.

Los padres en muchos casos por temor a enfrentase o sencillamente por no saber cómo entrar en ese mundo lleno de dudas que tiene un adolescente, ceden ante las corrientes y asume un ‘laiser faire’ en lugar de colocar pautas y normas que nunca deben estar ausentes en la formación de los hijos. Así también sucede con los principios y los valores que se transmiten con ejemplo y ante los cuales no caben cesiones.

La juventud en su ansia de examinar y descubrir nuevas experiencias manifiesta inconformidad con los patrones preestablecidos, sin embargo, una conversación, una explicación acertada, un rato compartido para conocer los rincones escondidos de un corazón en crecimiento, pueden hacer una diferencia que evitarían graves contratiempos.

Asumir el rol de verdaderos padres, ejemplo y modelo, y abrazar la juventud de los hijos con la ilusión de un reto distinto cada día, con sus logros y sus derrotas, escuchando y recibiendo el cambio que se genere sin perder de vista la herencia de valores que se transfiera a las nuevas generaciones, marca un paso adelante en la siembra de mujeres y hombres íntegros para el futuro.

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