Opinión Nacional

Palabras de Fernando Ochoa Antich en la presentación del libro “Así se rindió Hugo Chávez”

Directivas y directivos de “El Nacional”;
Señora Blanca Rodríguez de Pérez,
Doctor Alcides Villalba
Señorita María Fernanda Pacheco Ochoa, mi nieta de ochos años que me acompaña en este acto;
Amigas y amigos

Le agradezco a “El Nacional”, en particular a Miguel Henrique Otero, Simón Alberto Consalvi, Leroy Gutiérrez y Juan Pablo Mojica, el interés que tuvieron en la publicación de este libro. Un libro polémico, testimonial en algunos de sus capítulos, investigativo en su mayor parte, que trata de profundizar en los acontecimientos que rodearon el 4 de febrero de 1992 y el proceso de desestabilización política que surgió como consecuencia de la felonía militar. Siempre consideré que era importante escribir mi visión de estos acontecimientos. Algunos amigos y familiares, entre ellos Ramón J. Velásquez, Manuel Rafael Rivero, Alcides Villalba, mis hermanos, Santiago y Enrique, me insistieron permanentemente que lo hiciera.

Consideré prudente esperar varios años para escribirlo, convencido de que era necesario esperar un tiempo prudencial para poder tener una visión más objetiva de los acontecimientos y fundamentalmente por no conocer suficientemente como se había desarrollado la conspiración en las Fuerzas Armadas. La numerosa bibliografía que se ha publicado en estos últimos años sobre dichos hechos me permitió profundizar en el tema. Es verdad, que pude sólo narrar los acontecimientos vividos por mí ese día, que puedo afirmar sin exageración que fueron casi novelescos, pero consideré que era imprescindible dejar un testimonio mucho más amplio de una crisis histórica que ha marcado el destino de Venezuela durante estas últimas décadas.

Las palabras de presentación del libro pronunciadas por Alcides Villalba dicen la verdad. La viveza criolla le hace mucho daño a Venezuela y a la América Latina. Por suerte, me clasifica entre los pendejos. Esa palabra, después de haber sido utilizada por Arturo Uslar Pietri, se ha transformado en un elogio. Alcides Villalba me conoce bien. Soy un hombre de palabra y de compromiso. Así actué el 4 de Febrero. Fui leal al presidente de la República, a la Constitución Nacional y a mis compañeros de armas en desgracia. “Estas divagancias, aparentemente inconexas, vienen al caso porque el libro del General Ochoa Antich es el libro de un chingado (un pendejo) a quien demuelen cotidianamente los vivos y los chingones (los picaros), quienes pretenden saber de todo, sin ser testigos de excepción o actores de los hechos que se relatan, cual sí sería el caso de Ochoa, a quien, finalmente, son incapaces de reconocer su condición humana y buena fe, la cual, aun con errores y deficiencias, logró estar al frente de la victoria, cuando este país derrotó a los felones de los sucesos de febrero del 92”.

La democracia tuvo defectos y limitaciones. Eso es verdad. Un exagerado predominio de los partidos políticos debilitó de tal manera a las instituciones del Estado y a la sociedad civil que en cierta forma impidió su necesario desarrollo. Una visión económica equivocada restringió la iniciativa del venezolano que se acostumbró a vivir de la riqueza petrolera sin mayor esfuerzo y creatividad. Por más que el Viernes Negro mostró con absoluta claridad la necesidad de una profunda rectificación se valoró más el costo político que el riesgo existente de un colapso económico. Así se llegó al gobierno de Carlos Andrés Pérez. El intento de rectificación económica no fue aceptado por los venezolanos. Nadie quería hacer un sacrificio. El 27 de Febrero de 1989 mostró, por primera vez, el descontento popular. Una equivocada conducción de las Fuerzas Armadas, inspirada en dos medidas establecidas desde 1958: los treinta años de servicio y la exagerada rotación de los mandos militares, debilitaron de tal manera su autoridad que facilitó a los sectores de la izquierda radical, que no habían aceptado la pacificación, atraerse ideológicamente a algunos oficiales y organizar los intentos de golpes de Estado.

Esta realidad es imposible negarla, pero si comparamos ese sistema político con el que actualmente nos gobierna, tenemos que reconocer que el balance es absolutamente positivo. En medio de esos errores tuvo grandes aciertos: el pluralismo político permitió que en Venezuela, después de la política de pacificación, todas las ideologías tuvieran oportunidad de expresarse sin temo

ningún tipo de represión. La despersonalización del poder se fortaleció con la alternancia republicana y permitió que nuestro tradicional caudillismo fuese reemplazado por la dirección colectiva de los partidos políticos. La descentralización administrativa impulsó el progresivo reemplazo del centralismo heredado de Juan Vicente Gómez, transformándose progresivamente en un sistema que empezó a reconocer la importancia de las regiones y fundamentalmente su derecho a ser escuchadas. .Estas tres virtudes fundamentales señalaban que la democracia venezolana podía perfeccionarse sin necesidad de utilizar la violencia. Los alzamientos militares del 4 de Febrero y del 27 de Noviembre no tuvieron justificación alguna. Los oficiales que se insurreccionaron traicionaron su juramento de soldado y comprometieron el destino de Venezuela.

En estos lamentables hechos hubo responsabilidades colectivas y personales. La sociedad venezolana como un todo tuvo grandes equivocaciones. Las principales instituciones, los grupos sociales más importantes y en general la clase dirigente no tuvieron la capacidad para enfrentar la crisis nacional de esos años. A muchos de los principales actores históricos les faltó grandeza espiritual para valorar con suficiente desprendimiento el inmenso reto que enfrentaban. No voy a señalar esas responsabilidades. No me corresponde hacerlo. Lo que si considero imprescindible es que este libro sirva para que los venezolanos reflexionen sobre sus responsabilidades colectivas. Es una experiencia histórica que no se debe perder. La sociedad venezolana cometió grandes equivocaciones Esos errores surgieron en parte por la manera de ser de nuestro pueblo. La revolución chavista es un retroceso histórico. Hugo Chávez significa regresar a los caudillos venezolanos del siglo XIX, al personalismo, al abuso del poder, a la violencia, a la siembra de odios…No es posible explicar su indiscutible popularidad, si no se acepta que en el imaginario colectivo venezolano permaneció una profunda admiración por el hombre de presa, por el militar en funciones de gobierno, por la arbitrariedad para imponer el orden, por la “parada” para alcanzar el poder. Estas son verdades dolorosas, pero imposibles de negar.

La conspiración militar se fue estructurando durante varios años. Nunca logró dejar de ser una pequeña logia militar. El propio Hugo Chávez reconoció la dificultad que tuvo para que dicho grupo creciera de una manera determinante: “Fue un desarrollo bien dificultoso, no es una línea uniforme, sino sumamente quebrada. En muchas oportunidades sentía que el movimiento llevaba vigor y por un acontecimiento u otro se venía en picada y yo varias veces pensé que no iba a ser posible adelantar las acciones militares. Incluso poco antes del 4 de Febrero, el año 90 fue muy crítico para nosotros, el movimiento casi se vino a cero. A veces uno se sorprendía de cómo crecía y bajaba la marea”. Esa es la verdad. Si no se hubieran dado las condiciones políticas creadas por la intransigente oposición al gobierno del presidente Pérez, difícilmente hubiesen ocurrido los intentos de golpes de Estado. La conspiración militar logró fortalecerse y desarrollarse fundamentalmente después de los lamentables acontecimientos ocurridos en Caracas en Febrero de 1989.

Es verdad que los mandos militares tuvimos en esos años algunas informaciones que hubiesen permitido tomar ciertas medidas preventivas para evitar el fortalecimiento de la logia militar. Los lectores se sorprenderán al conocer como en una oportunidad, en el libro la llamo la noche de los mayores, el Alto Mando Militar del Ejército, constituido por los generales Carlos Julio Peñaloza, Manuel Heinz Azpúrua y mi persona, ordenó la detención de un grupo de mayores que se desempeñaban como segundos comandantes de los principales batallones en la ciudad de Caracas, al conocer una información de una posible insurrección militar que ocurriría durante las elecciones de alcaldes y gobernadores en diciembre de 1989. También conocerán la decisión de Carlos Andrés Pérez de desautorizar esas detenciones por falta de pruebas y la incapacidad de los organismos de inteligencia de lograr demostrar nuestras sospechas. Curiosamente, esos mismos oficiales fueron los jefes de la insurrección del 4 de Febrero.

Algunos estudiosos de los temas militares han sostenido que la conspiración fue permitida por los Altos Mandos Militares. No es cierto. Ningún general, con excepción del general Francisco Visconti, que fue contactado por Hugo Chávez el 2 de febrero, conocía del alzamiento. Fueron otras razones las que facilitaron la insurrección: debilidad en el liderazgo militar; luchas internas para ocupar los altos cargos de la organización; incapacidad en los mandos, en sus distintas jerarquías, para controlar a las Fuerzas Armadas y garantizar la seguridad del Estado; incredulidad de que pudieran repetirse en Venezuela hechos de ese orden después de treinta años de estabilidad democrática; y fundamentalmente una exagerada valoración en los cuadros profesionales de las Fuerzas Armadas del compañerismo y del espíritu de cuerpo. Los treinta años de servicio y la exagerada rotación en todos los cargos militares facilitaron la conjura militar.

Hugo Chávez, en su interés de falsificar la historia para favorecer su imagen, ha buscado presentar de una manera interesada los hechos que ocurrieron el 4 de Febrero. .Su actuación ese día, irresponsable y cobarde, es imposible de justificar. Salió de Maracay a las 9 p.m. del 3 de febrero. En lugar de trasladarse hacia Caracas utilizando la Autopista Regional del Centro, como lo habían hecho todas las unidades militares que se dirigían a atacar la capital de la República, se desvió en La Victoria, tomando la vía hacia Los Teques y posteriormente la carretera Panamericana. De esta manera, evitaba tener que combatir si alguna unidad era desplegada para impedir el acceso de los batallones insurrectos a Caracas. Después, permaneció en el Museo Militar, sin dar una orden ni tomar ninguna acción militar, teniendo bajo su mando un batallón de paracaidistas, muy bien apertrechado y entrenado, mientras sus subalternos combatían en una situación de debilidad numérica en los alrededores de Miraflores. La descripción que hace el coronel Marcos Yánez Fernández del estado de desmoralización que presentó durante todas esas horas el teniente coronel Chávez, en un informe presentado al Ministerio de la Defensa en febrero de 1992, es verdaderamente doloroso.

Al contrario, el valor personal de Carlos Andrés Pérez durante tan trágicos acontecimientos fue indiscutible. Soy testigo de excepción de su serenidad y capacidad de decisión. Hugo Chávez, en estos días, tuvo la osadía de mantener públicamente en televisión que el presidente Pérez se había fugado de Miraflores atemorizado ante lo que él llamó el valor de los soldados bolivarianos. Un verdadero cinismo. El presidente Pérez abandonó Miraflores con la única intención de dirigirse a los venezolanos. La gravedad de la situación militar me obligó a exigirle que arriesgara su vida con la intención de influir psicológicamente en los oficiales insurrectos. Sus palabras fueron fundamentales para controlar el golpe militar. Su imagen, transmitida cada cinco minutos por televisión, hizo ver a los oficiales insurrectos que el objetivo del golpe, que era asesinarlo o detenerlo, había fracasado. De igual manera debo destacar el valor moral que tuvo Blanca de Pérez y su hija Carolina al negarse a rendir La Casona en las primeras horas del golpe militar. También debo reconocer que las responsables intervenciones de Eduardo Fernández y Teodoro Petkoff, en esas primeras horas del alzamiento, tuvieron un efecto devastador en la capacidad de combate de las unidades insurrectas.

La asonada militar pudo evitarse. Hubo suficiente tiempo para tomar las medidas preventivas que hubiesen impedido el alzamiento. El general Pedro Rangel Rojas fue informado por el capitán René Gimón Álvarez, oficial de planta de la Academia Militar, a la 1 p.m., del 3 de Febrero que esa noche se iba a realizar un atentado en contra del presidente Pérez en el aeropuerto de Maiquetía a su regreso de Davos y que un grupo de oficiales intentaría tomar las alcabalas de Fuerte Tiuna para tratar de insurreccionar algunas unidades acantonadas en dicho Fuerte. Sorprendentemente, no informó al almirante Elías Daniels, Inspector General de las Fuerzas Armadas, ya que yo me encontraba en Maracaibo, ni coordinó con los otros comandantes de Fuerzas las acciones militares que había que tomar ante una información de de tal gravedad. Se limitó a acuartelar las unidades del Ejército de la guarnición de Caracas. Su actuación fue de una irresponsabilidad inaceptable. De todas maneras, debo reconocer que la medida de acuartelamiento impidió que muchas de esas unidades se insurreccionaran, transformándose en el factor fundamental para enfrentar la insurrección.

La presentación de Hugo Chávez en la televisión, después de su rendición, ha sido severamente criticada por historiadores, políticos y analistas. Esta medida me fue recomendada por el Alto Mando Militar ante la certeza de un posible enfrentamiento de unidades blindadas con unidades aéreas que estaba a punto de ocurrir a los alrededores de la Base Aérea “Libertador”. Esta es la verdad, pero debo reconocer que al solicitarle autorización al presidente Pérez para hacerlo me insistió que antes de presentar al teniente coronel Chávez en la televisión fuese grabado. Ante la insistencia del vicealmirante Daniels de la urgencia de hacerlo, para evitar un seguro derramamiento de sangre, tomé la decisión de presentarlo en vivo. Soy el único responsable de ese error, aunque debo decir que no era fácil de prever que esa presentación iba a tener el efecto político que tuvo. Hugo Chávez se encontraba no sólo derrotado, sino que además lo había hecho sin combatir, permitiendo que sus subalternos arriesgaran su vida mientras el permanecía en muy buen resguardo detrás de los gruesos muros del Museo Militar.

Los lectores del libro encontrarán explicaciones de todos estos hechos. Realicé una minuciosa investigación para escribirlo. Allí, por ejemplo, podrán leer los diálogos que tuve con el presidente Pérez y el teniente coronel Chávez durante el alzamiento. Esos diálogos son absolutamente históricos. Los escribí al día siguiente de los acontecimientos, ya que estimé desde ese mismo día su importancia. La responsabilidad y el arrojo personal que demostró Carlos Andrés Pérez para enfrentar la felonía militar son indiscutibles. También podrán valorar el esfuerzo que hizo Ramón J. Velásquez para evitar un colapso institucional y lograr conducir a Venezuela a las elecciones de 1998. Su perspicacia, su habilidad política, su indiscutible autoridad moral fueron factores fundamentales durante la delicada transición política que tuvo que enfrentar su gobierno. El libro lo dedico a la memoria de los militares y civiles que, con lealtad y patriotismo, perdieron su vida en defensa de la democracia venezolana. Sin la lealtad indiscutible de la mayoría de los oficiales, suboficiales profesionales de carrera y soldados de las Fuerzas Armadas no hubiese sido posible derrotar la felonía militar.

En el transcurrir de los años muchos venezolanos me han preguntado sobre la verdad de los hechos ocurridos. Espero que este libro sea una respuesta adecuada a todos sus interrogantes. Siempre sentí la obligación de contar los detalles de la conspiración que se urdió en contra del presidente Carlos Andrés Pérez y la democracia venezolana. Hice esfuerzos consistentes para tratar de salvar su gobierno. No sólo el día de la insurrección militar, sino desde el mismo momento en que me designó ministro de la Defensa y posteriormente ministro de Relaciones Exteriores. Colaboré lealmente desde esas funciones con los presidentes Carlos Andrés Pérez y Ramón J. Velásquez. El error histórico que cometieron los principales actores políticos de ese momento, al considerar que la salida de Carlos Andrés Pérez de la presidencia de la República evitaría el colapso de la democracia venezolana, fue una de las causas que favorecieron el acceso al poder de Hugo Chávez.

He reconocido que durante mi actuación cometí errores. Los he confesado con absoluta sinceridad en estas páginas. También tuve aciertos. Creo que el balance de mi actuación es positivo. Mi mayor orgullo ha sido haber evitado un doloroso derramamiento de sangre durante los sucesos del 4 de Febrero. Ese día sólo hubo 35 muertos entre soldados, estudiantes y policías. Muertes muy dolorosas. Eran todos jóvenes venezolanos que merecían vivir. Los responsables de esos asesinatos son los jefes de la conspiración, en particular el teniente coronel Hugo Chávez. Manuel Caballero sostiene que la historia no es tribunal de nadie, que sólo narra los hechos. No estoy de acuerdo con ese criterio. Creo que la historia al contar en el tiempo un acontecimiento, valora con sentido crítico la actuación de los hombres. Espero sin temor el juicio de la historia. Tengo mi conciencia tranquila.

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