Opinión Nacional

País portátil

Cuál sombra pegachenta nos persigue el anatema del bendito “país portátil”. A veces sin querer una ocurrencia puede concluir en pesadilla. No es que fuera esa, creo, la intención del escritor venezolano Adriano González León (1931-2008), que en su novela homónima publicada en 1968 contextualizaba la crisis venezolana. Era más bien su intento ofrecer, desde la literatura, una mirada de país. No pretendía convertir su visión en hipérbole definitoria de lo que tendríamos que ser inexorablemente. Era lo suyo un bisturí, no una sutura. Presumo.

Curioseando en ese valle de su Trujillo natal encontré que esa noción de lo portátil y transitorio aparecía ya desde los tiempos de José Oviedo y Baños en su “Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela” (1723): “Sin hallar sus pobladores lugar que les agradase para su existencia anduvo muchos años como ciudad portátil, experimentando mil mudanzas”. Otra vez, en 1810, Andrés Bello en su “Resumen de la Historia de Venezuela” reitera: “Trujillo… anduvo vagando convertida en ciudad portátil hasta que en 1570 pudo fijarse en el sitio que ocupa actualmente”. Pero hay más. En 1939 Américo Briceño Valero publicaba “La Ciudad Portátil”, y allí confirmaba: “Era ya una especie de vicio eso de estarse mudando” Para más vainas, hace poco vengo en el carro oyendo la radio y anuncian “País Portátil”, canción de Rubén Blades, de la cual extraigo párrafos que me convienen:”Se vende un país portátil, es un lugar sin memoria donde ya nada sorprende, ni ver crimen indultado o un charlatán presidente”. ¡Cómo anillo al dedo!

Me interesa además resaltar del libro de González León, la primera oración: “La escalera cubre la cola del pájaro pintado”. En interpretación pretenciosa se pudiera leer que el autor establece una relación entre dos sujetos de naturaleza distinta, chocantes y contradictorios. Lo permanente de la naturaleza y lo pasajero e incierto de la escalera por donde uno sospecha bajan y suben seres humanos, pero que allí no existen. No hay propósito de continuidad, de destino preciso, es surrealista, fotográfica, ¿cinética? Pura avaricia de la imagen. Atasco, “lucidez demorada” al decir de Alberto Cousté.

Y la idea de lo transitorio-portátil-pasajero ha echado raíz en nuestras maneras de ser y de actuar, así como de ser percibidos por los otros. El “por ahora” de Chávez no es más que la expresión brutal más cercana en el tiempo a esta consideración. Un hito para el análisis político de la Venezuela contemporánea más atrasada. “Cómo somos portátiles y petroleros, mañana puede que se abra otra historia. Pero mientras tanto, instalemos allí un gendarme necesario, caudillo corregidor, que ponga orden en el caos”. De esa jungla no hemos salido ni siquiera con los paréntesis democráticos de nuestra larga vida cuartelaria. En el caso venezolano la constante ha sido la dictadura y lo efímero la democracia. Las ventoleras, no las instituciones. Los paracaidistas, no la constancia.

 

 

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