Opinión Nacional

Pacto de Gobernabilidad

¿Puede copar una tolda política toda la dirección del Estado, en su más
amplia acepción?. Evidentemente, no. Sin embargo, esa fue la ilusión que
prevaleció seis años atrás, como si bastara para resolver todos los
problemas que nos aquejaban por una súbita y providencial domesticación del
tiempo.

El año constituyente, fue la promesa, significó la aceptación o la
resignación ante un aguacero de soluciones que, a la postre, resultaron las
mismas de siempre. El peso de la costumbre aplastó toda novedad,
retrotraídos a un siglo creído distante, como el XIX, lloviendo sobre
mojado. El cambio no anidó en quienes lo publicitaban con vehemencia
colérica. Todavía irresuelta, la paradoja apuntó a vinos viejos en odres
nuevos, mientras que había vinos nuevos en odres viejos, en las otras
orillas de nuestra existencia histórica que pudo padecer la crisis real: ni
siquiera vino para los jirones de odres que queden.

Es de tal complejidad nuestra vida social, en constante fermento, que una
sola corriente política no puede explicarla y asumirla exclusivamente. El
drama no estuvo en el agotamiento de Punto Fijo y el modelo de desarrollo
asociado al pacto, fundado en la renta petrolera, sino en la pretensión de
suplantarlo por la simple, maniquea e iluminada voluntad del vencedor
electoral de 1998, creído de las suficiencias de su único campamento
ideológico, si es que puede caracterizarse así a juzgar por la legendaria
carta que enviara por 1999 a la entonces Corte Suprema de Justicia, la
Agenda Bolivariana y toda la oratoria que es vendaval exhausto,
arremolinado y prisionero del polvo. Y, huérfano de ideas, lo único que le
queda es el empleo de la fuerza y sobran los comentarios al respecto.

El acuerdo de gobernabilidad impulsado por la Coordinadora Democratica, es
fruto del reconocimiento del pluralismo irreprimible de la Venezuela que no
cabe en una carpa. Hablamos de los consensos mínimos y necesarios de
edificar en consonancia con un mundo cuya transformación no se decreta ni
está condensada en el gesto estrafalario de los apostadores del poder. No
significa reprimir los conflictos, sino administrarlos democráticamente
para que no desemboquen en una guerra civil alimentada artificialmente. El
concurso de los distintos factores políticos, la reconstrucción de las
reglas de convivencia, el radical saneamiento de la vida pública y la
intención irrevocable de alcanzar otro modelo de desarrollo, lucen
incompatibles con la actual versión chavista de los procesos históricos y
el régimen campamental que nos ha dado.

Un candidato presidencial de la unidad, aportando un pacto de
gobernabilidad, constituye una buena noticia para todos aquellos que, aún
reclamándose opositores, llevan también tiesos el viento y el polvo en el
corazón de sus propuestas. Objeto de una ulterior reflexión, Punto Fijo
representó algo más que una coalición de gobierno que antecedió a la Ancha
Base por los sesenta, e hizo posible pactos institucionales que los
demócratas y participativos de la hora no podrán nunca reeditar debido al
autismo que los embarga. Independientemente de sus fallas y de sus
aciertos, posibiitó que, a partir de 1968, un partido ejerciera el gobierno
no sólo porque había alcanzado la amplia conformación de un equipo capaz,
identificado con una doctrina básica, sino por el reconocimiento de la
existencia de otras fuerzas políticas que –incluso- dominaban en el
parlamento, amén de la política de pacificación que inició en el caldeado
país de más de tres décadas atrás.

Un acuerdo afianzado en las relaciones agonales, adecuadamente genérico,
pero decididamente quirúrgico para atacar la pobreza, por ejemplo, fuerza a
un compromiso común para la conducción del Estado que –despejados los
peligros- permita una futura e idónea, limpia y convincente, competencia de
los distintos actores. Un difícil modo de hacer oposición en el presente
que igualmente ha de contemplar otro difícil modo de hacerla en el futuro,
sin que estemos literalmente expuestos al odio y a la muerte. Y supondrá
la propia transformación de los campamentistas de la política, si es que
persiste una intención despilfarrada ideológicamente, descapitalizada
políticamente y adulterada criminalmente por Hugo Chávez. A menos que, en
el fondo de lo que ha sido una fosa de viento y polvo, surja un propósito y
una interpretación genuina y transparente que tan solo espera por un
liderato distinto al miraflorino.

SAQUEO URBANO

El problema lo ejemplifica muy bien un edificio ubicado entre las
caraqueñas esquinas de Pedrera y La Bolsa. Al parecer, originalmente
destinado a una institución bancaria, construído en tiempos de una crisis
financiera del sector que saldó el erario público, objeto de un prolongado
litigio, es refugio de la próspera buhonería del sector y quién sabe de qué
más. Lo cierto es que, inevitable, poco a poco es despojado de sus losas de
mármol y de otros materiales de elevado costo para reingresar al mercado de
las oportunidades.

La situación de este y otros inmuebles, obliga a un régimen jurídico que
permita su ocupación lícita, ordenada y responsable, con fines
residenciales, comerciales o públicos, tratándose de espacios muy
encarecidos de la urbe y de una joya para la delincuencia, sea espontánea u
organizada. No parece incompatible con el régimen de propiedad privada,
afectar transitoriamente tales edificaciones, al menos, mientras creamos
prolongados los juicios civiles y mercantiles, acaso penales y
específicamente concursales, que explican su actual situación. Una
biografía de El Helicoide representa una magistral lección para todos.

Lo que ocurre en las referidas esquinas, puede apreciarse a lo largo y
ancho de la otrora vanidad urbana de los venezolanos. No hay objeto
metálico alguno, obra artistica o barandal, placa o señal de tránsito, que
no reciba el zarpazo de la indigencia creciente que prácticamente regala
las piezas en el mercado negro para sobrevivir, adquirir licor u otras
especies de un mercado no menos negro. Hay testimonios del saqueo
sistemático, adelantado por una macabra gerencia que coloca sus camiones y
grúas, como óbuses que van desdentando puentes, pasarelas, autopistas, en
medio de la calculada oscuridad de calles y avenidas, fingiéndose quizás
funcionarios públicos.

El saqueo de Caracas y otras metrópolis, es un reflejo verídico del
chavezato en boga que no admite una concepción urbana vinculada a la
calidad de vida. La ciudad “lumpenizada”, acogotada por los grafiteros
desinhibidos del oficialismo, colgada de los caprichos de un alcalde
inepto, transistorizada por las grandes cornetas de un proselitismo
patétitico como ocurre en la Plaza Bolívar de ambientación fascistoide, se
ofrece como todo un reto para el desprendimiento y la buena voluntad de
quenes la habitan.

EL AMBIENTALISMO DEL PRESIDENTE GALLEGOS

Al regresar del magnífico acto de COPEI-Zulia por el SI, tuve oportunidad
de observar desde el avión las lesiones ocasionadas por la “lemna” en los
alrededores del puente del Lago de Maracaibo. E, inmediatamente, recordar
los responsables señalamientos que ha hecho contra el gobierno nacional un
experto en el tema, como es el amigo y compañero Lucas Riestra. No
obstante, al llegar a casa, en horas de la noche, hurgué un viejo discurso,
posiblemente precursor cuando se trata del Estado que vela por el medio
ambiente, objeto de otra anterior lectura con miras a un ensayo sobre el
rentismo político venezolano.

El entonces Presidente Rómulo Gallegos, en mensaje dirigido al Congreso de
la República de fecha 29 de Abril de 1948, alertaba: “Estamos quemando y
talando a Venezuela, como para entregársela definitivamente y cuanto antes
al yermo de la erosión y es menester que la mano imprevisiva no pueda
continuar preparando la herencia que así dejaríamos a las generaciones del
porvenir: campo de esterilidad, muerte, carbonizado”. Y la alusión es
oportuna, no sólo porque ilustra la inquietud del novelista devenido
mandatario nacional, sino por la temprana preocupación de un Estado,
empeñado en hacerse democrático, que enviaba un señal cuando el pensamiento
ecológico no tenía la profundidad y consistencia de hoy, contrastante con
la doctrina desarrollista de Pérez Jiménez y la no menos corrosiva
demagogia del chavismo, cuya concepción ambiental está fielmente retratada
en el occidente del país. El ministerio del Ambiente y de los Recursos
Naturales No Renovables, en las laderas del PPT, cumple mgníficamente con
publicitar las supuestas medidas adoptadas en el Lago para divulgar
groseramente el NO, así como pagaba a uno de los pistoleros de Puente
LLaguno o –se ha denunciado- dota de armas y abalorios de propaganda a
otros pretendientes de este u otro puente.

Imaginamos al novelista intentándose estadísta en una nación que pretendía
transitar otros rumbos, redactando la pieza oratoria. Conocedor de las
profundidades naturales, telegrafiaba al país. La señal sigue vigente.

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