Oscuridad a mediodía
No son sólo los periodistas quienes deben sufrir el bloqueo comunicacional que esta singular revolución impone a quienes no le son incondicionales: también a la academia y a los investigadores en general, a través de los expedientes más diversos, el régimen se empeña en negarles el acceso a la información que su trabajo demanda.
En el plano más general se encuentran los esfuerzos por maquillar la información que desde hace un tiempo caracterizan a instituciones públicas que en el pasado habían gozado del mayor prestigio en la materia, así como los retardos injustificados en la publicación de boletines estadísticos cuya utilidad es, en gran medida, función de su puntualidad. Digamos de inmediato que se trata de una política torpe, donde el primer engañado es el propio gobierno que puede terminar creyéndose sus mismas mentiras; porque el ciudadano común no necesita de las estadísticas oficiales para calibrar la gravedad de la inflación, del desempleo o del auge delincuencial. Pero también delata el empeño en uniformar a la sociedad, en imponer el reinado del pensamiento único.
En un plano más particular está la abierta denegación de acceso a estudios que, como los de movilidad o de cobertura de determinados bienes y servicios, deberían ser públicos y en cam-bio, incomprensiblemente, son escondidos incluso bajo absurdas cláusulas de confidencialidad. Pero el colmo son los casos en los cuales se prohíbe a los funcionarios públicos participar en eventos académicos convocados por universidades críticas lo son todas las que tienen alguna significación en el país- incluso cuando cuenten con el patrocinio de organismos internacionales independientes.
Todo lo anterior, desde luego, produce gran daño a una parte fundamental de quienes procuran entender la dinámica de nuestra sociedad, obligándolos a esfuerzos más largos, complejos y costosos, a veces frustrados, para obtener información fundamental. Adicionalmente, revela una deriva peligrosísima en la conducción nacional: una que cree que es posible sostener el poder sobre la desinformación y la ignorancia generalizada, tal como ocurrió con todos los fascismos y comunismos del siglo pasado. Pero extiende también al campo de la actividad profesional y científica el apartheid inaugurado por la vergonzosa y nunca retirada lista Tascón. Por eso el título del artículo robado a Arthur Koestler, porque da una profunda pena ver a viejos amigos, en la reunión convocada por el gubernamental Centro Internacional Miranda, empantanados en el esfuerzo por explicar cómo es que se puede llamar revolución a este amasijo de corrupción e incompetencia, calificando en cambio de enemigos y asesinos a quienes disienten.
Lo anterior no es una queja, menos aún un reclamo. Solamente la dolorosa constatación de la regresión que vive una sociedad que, ingenuamente, creímos moderna.