Opinión Nacional

Olvidamos lo esencial

Las declaraciones y acciones de los jerarcas del régimen y de los dirigentes oficialistas han acostumbra do a los venezolanos a vivir en constante inquietud y preocupación. Adentro, el régimen y su dirigencia reiteran constantemente, con el tono amenazante característico, los atentados contra la propiedad privada, la confiscación de tierras, la eliminación de la educación privada y su politización e ideologización, la creación de cuadros paramilitares, todo ello a través de los numerosos medios de comunicación a su disposición, propio de los regímenes totalitarios.

Afuera, lo mismo. Declaraciones y posiciones en apoyo de regímenes dictatoriales claramente definidos, como los de Irán, Cuba, Bielorrusia o Corea del Norte, regímenes que, se sabe, son una amenaza a la paz y a la seguridad internacionales. Coincidencias muy claras también con reconocidos grupos terroristas, como las FARC, en la región; y Hezbolá, en el Medio Oriente, entre otros. Anuncios igualmente claros sobre alianzas militares y políticas con esos regímenes forajidos, para luchar contra el «imperio» y justificar su permanencia en el poder. Ni hablar de las constantes informaciones sobre compra de armas por miles de millones de dólares. Y no son especulaciones, ni afirmaciones o suposiciones producto de la imaginación. Se trata de la simple lectura de las declaraciones y actos inequívocos, claros, de las autoridades bolivarianas. De manera que nadie lo está inventando; tampoco se trata de una interpretación tendenciosa.

Todas esas declaraciones y anuncios son realmente patéticos. Unos más graves que otros. Estas acciones, para utilizar un término genérico, son minuciosamente elaboradas e insertadas en una estrategia para distraer la atención y para que los venezolanos olviden los problemas que, igualmente graves, afectan directamente sus vidas.

Así, se olvida la situación de los derechos humanos, de los detenidos políticos, la destrucción progresiva y acelerada de la infraestructura nacional y de las empresas del Estado, el despilfarro generalizado sin control, la crisis hospitalaria, el desastre nacional que reflejan una ineficiencia y una incapacidad absoluta para gobernar.

La situación de los derechos humanos es gravísima. No hay políticas correctivas de parte del Estado y de las instituciones encargadas de velar por la promoción y el respeto de esos derechos fundamentales. El defensor del pueblo es un simple observador del desastre en esta materia. Las denuncias no importan. La investigación, menos. Los detenidos políticos, las ejecuciones sumarias, las desapariciones, los casos denunciados de tortura, los secuestros no parecen interesar al defensor del pueblo, quien sólo parece rendir cuentas al Ejecutivo. Un funcionario eficiente, no hay dudas.

Las investigaciones sobre crímenes y otras situaciones graves, incluso sobre corrupción, no concluyen. Los casos no se resuelven. El lamentable asunto Anderson sigue en el tapete y todavía aparecen «testigos claves» sin que se sepa la verdad tantas veces prometida por el fiscal y por las autoridades bolivarianas. La impunidad sigue reinando, continúa campante.

Al lado de todo esto –que es sumamente grave-tenemos un gobierno excluyente y unas instituciones sometidas a sus designios que conforman, en su conjunto, un régimen ineficiente que ha dilapidado irresponsablemente los recursos millonarios que ha recibido del petróleo de todos los venezolanos. Muchos anuncios y pocas obras. Las construidas por la democracia, desde 1959, se han abandonado porque el régimen sólo se ha ocupado del proyecto político que trata de imponer por todos los medios. Un grave error que tendrá un costo muy alto a mediano plazo.

La solución de los problemas que plantean la salud y la educación se limita a la creación de «misiones», antítesis de las políticas estructuradas, concebidas a largo plazo. Paliativos muy costosos e ineficientes basadas en el criterio «buhoneril» en el que se fundamenta el proyecto bolivariano.

El desempleo no se ataca con una visión de desarrollo integral. La economía informal, el buhonerismo, siguen siendo el centro del tan cacareado desarrollo social. De la inseguridad, ni hablar. Anuncios, promesas, demagogia pura. El resultado es el aumento constante del número de muertes violentas a lo largo de todo el país, en las calles, en las cárceles, como nunca antes.

De igual gravedad lo que se plantea en el contexto electoral. Todas esas maniobras oficiales desvían la atención del electorado que mayoritariamente se opone al régimen y al descabellado «proyecto».

Las condiciones electorales, la transparencia, la legalidad del proceso, el ventajismo oficialista parecen secundarios ante el debate sobre otros temas. El régimen sigue marcando el paso hábilmente y la oposición continúa siendo reactiva. No hay determinación. Es hora de que los aspirantes a la presidencia se pronuncien sobre estas y otras cosas y desistan de participar en el juego que impone el oficialismo.

El régimen ha sabido engañar, manipular, desconcertar y desalentar a los venezolanos, pero eso no lo hace más fuerte, mucho menos eterno. Nada de eso le hace sustentable a largo plazo. Mientras la democracia –la que conocemos, la que brinda libertad y dignidad-evoluciona y se fortalece constantemente en beneficio del hombre y de su desarrollo integral, estos proyectos políticos, como la mal llamada «revolución bolivariana», desaparecen con el tiempo, si no explota antes, en medio de la desilusión y la frustración. La historia lo confirma.

Es cierto, la paz en el Medio Oriente, las alianzas del régimen con las dictaduras del mundo, la carrera armamentista, la solidaridad hipócrita que guía la acción externa, entre otras, son temas muy relevantes para todos pero lo más importante para los venezolanos, en los actuales momentos, gira en torno a la lucha por reconquistar la verdadera democracia. Es el momento de recapacitar, de marcar la pauta, de actuar. No podemos olvidar lo esencial.

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