Opinión Nacional

Ojos bien abiertos (Texto Zen)

El Soberano Loro nunca duerme. Loro, despierto está siempre. En un cuento de mediados del siglo pasado, un insomne se vuela la cabeza para escaparse al sueño eterno, mas el irónico autor nos dice que, aunque muerto, el hombre no ha podido quedarse dormido. Loro no es de los que se pegan un tiro. Al contrario, es un cazador oculto con balas para quienes traten de verle directamente a sus ojos: siempre abiertos. Este Soberano habla y habla. Loro, acusa y acusa a los enemigos del Imperio, cuyo número es igual al de los habitantes del país menos Uno. Si el Imperio se extendiese hacia arriba o hacia abajo, él encontraría conspiradores en las estrellas y en los pozos de petróleo. El Soberano sólo contrata cuervos, no para que le saquen los ojos, sino para que repitan «nunca más», una y otra vez «nunca más». Loro y sus cuervos porfían su «nunca más» en periódicos, emisoras de radio, cadenas de televisión y hasta en persona, cuando son visitados por aves menores que chillan torpemente «nun..nun…ca…caca». Quién podría negar la belleza de ese cónclave de aves, flotando en torno a una idea fija. Nube negra reflejada por la melancólica laguna que la justifica. Sólo Macario Colombo pintaría un lienzo tan dispar. El Soberano odia a los asesinos de la ignorancia y la pobreza. Todo hombre que acumule ocho cifras medias o más, debe ser lacerado y sometido al escarnio de las aves menores, dignas protectoras de las incapacidades innatas de la especie. Acaso Jesús, Simón o el «Guerrero del Ocaso del Oráculo», ¿ostentaron fortunas?. Por supuesto que ¡no¡, graznan al unísono el Soberano y sus pequeñas aves. Loro sólo mata el tiempo, la economía política y la reputación del país, pero nunca le robaría el pan a un mendigo, como los perdonados delincuentes anteriores a su Dinastía.

A diferencia del maestro Soyen Shaku, Loro no duerme. Shaku, iba cada tarde al país de los sueños a encontrarse con los sabios antiguos, como lo hacía Confucio. «Cuando Confucio dormía, soñaba con los sabios y después les hablaba de eso a sus seguidores». Acaso teme Loro una severa reprimenda de Jesucristo o Bolívar, sus idola fori. Si ellos, habitantes del mundo del nuncasiempre, le negasen sus autógrafos y recomendaciones, ¿recurriría el Soberano a los más fantásticos ardides para conquistarlos?, ¿resistiría Loro al deseo de ser admirado y venerado por sus fantasmales excusas?. Loro olvida que su luz puede apagarse. Tampoco recuerda, que al igual que toda la escoria del Imperio, Él también necesita aire: «ese apuesto extranjero sin el cual no puedes vivir». Como los discípulos de Soyen, tal vez debamos dormirnos, y al despertarnos decirle al Soberano Loro: «Fuimos al país de los sueños y nos encontramos con los sabios y les preguntamos si nuestro maestro venía aquí todas las tardes, pero ellos nos dijeron que nunca habían visto un tipo así».

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