Nunca más, noches de cristales rotos!
Acaban de conmemorarse 69 años de ‘La noche de los cristales rotos’, episodio perteneciente a la historia del Holocausto judío y que sucedió en Alemania la noche del 9 de noviembre de 1938. Se conoce así la noche en que las fuerzas de seguridad del partido nazi destrozaron miles de viviendas, comercios y sinagogas y asesinaron cientos de judíos residentes en Alemania. Ese momento dio inicio a la persecución y matanza de millones de hombres y mujeres cuyo único crimen para los efectos de su acoso, era haber nacido judío.
La historia está llena de episodios oscuros. Las dos Guerras Mundiales, entre los que han marcado con una huella indeleble la historia de la humanidad, son imposibles de olvidar por las secuelas que trajeron y la muerte de millones de personas, la mayoría inocentes, que murieron porque sus gobernantes hicieron uso de la violencia con el fin de ‘lograr la paz’. Así, el fanatismo, el terrorismo y la intimidación, se disfrazan de ‘soberanía’ cuando los gobiernos son dirigidos por seres irreflexivos cuya egolatría les hace olvidar la existencia y reconocimiento del otro.
El Holocausto del pueblo judío es un suceso vergonzoso y triste. Un hecho que llama a la memoria para jamás repetirse. Sin embargo, lamentablemente, y pareciera que con cierta pericia se manifiesta y se esparce en Latinoamérica, algunos gobernantes persiguen el renacimiento de la intolerancia, el sectarismo y la exaltación de alguna ‘pureza étnica’ que algún megalómano pretende reivindicar desenterrando antepasados que la tierra tragó.
Es por demás temerario y fuera de todo contexto de universalidad y paz, lanzar dardos a quienes en el pasado emprendieron hazañas descubridoras y llegaron a estas tierras, ya por azar o por búsqueda de destinos distintos a los que les brindaban sus raíces. Es más que una brusquedad del verbo, una insensatez producto de la turbación ocasionada por el ansia de poder. Es una impericia en el concierto de la realidad terrenal del siglo presente. Más que eso, es el juicio de la estupidez.
Cuando el mundo entero ha condenado la exacerbación del racismo, de la violencia y de la segregación de cualquier tipo; cuando más que nunca la civilidad se apodera de las hazañas emprendidas por el encuentro de los credos, de los gentilicios y de los géneros, es inconcebible la aparición de un ‘hombre nuevo’ que resucita héroes cuyas acciones mostraron el absolutismo como solución a los males que les aquejaban.
El mundo actual es complejo. Aún existen enormes diferencias entre el Norte el Sur. El mapamundi se ha modelado abruptamente en varias ocasiones durante el pasado siglo y lo sigue haciendo en el presente. Todo esto es cierto, pero hay algo que salta a la vista dentro de la rotación de liderazgos e ideas en el perímetro de las naciones democráticas: La búsqueda de la paz, el entendimiento y la justicia. El quiebre de las tiranías, los despotismos y las opresiones. Por ello, cuesta entender que, estrenado el nuevo siglo, se pretenda seguir ejemplos de eventos oscuros que el mundo rechaza y condena. Pero es peor aún que se encuentren seguidores de tales majaderías obviando páginas de historia que avergüenzan al planeta.
‘La noche de los cristales rotos’ fue el inicio del Holocausto. Es preciso desear que incidentes como aquél nunca más sucedan, pero además, hay que hacer esfuerzos por formar futuras generaciones que conozcan los errores cometidos para jamás repetirlos, e instruirlos en el conocimiento de que, los cristales pueden romperse en cualquier parte si se ignoran hechos que aunque lejanos, pudieran resurgir y adosarse a nuestro entorno.