Nuestra guerra cibernética
En materia de guerras, el futuro cibernético ya nos alcanzó. Los países más desarrollados cuentan con armas cibernéticas dirigidas por computadoras a través de un sofisticado sistema de comando, control y comunicaciones. Un ejemplo son los aviones de ataque sin piloto que combinan computadoras con información actualizada sobre el enemigo a fin de destruir sus armas y unidades con gran precisión.
La guerra cibernética no se limita a atacar los archivos, sistemas informáticos o redes sociales del enemigo sino que incluye el uso de armas convencionales dirigidas a remoto por sistemas computarizados. El reciente «hackeo» a los twiteros de la oposición hecho mediocremente por el G2 cubano es apenas una modesta muestra de las acciones que se realizan en este tipo de conflicto.
Los combates a pie con fusiles de asalto y otras armas de corto alcance han pasado a ser la última fase de las batallas. Los combates de infantería se reducen a «operaciones de limpieza» para capturar territorio luego que artefactos cibernéticos destruyen las armas pesadas del enemigo. En esa etapa final la infantería con apoyo aéreo y naval aniquila a las diezmadas fuerzas contrarias en encuentros cercanos.
Esto no es ciencia ficción, lo acabamos de ver en Libia. La gran novedad fue que en este caso las fuerzas de tierra no fueron de la OTAN sino rebeldes libios que se alzaron contra los abusos de Gadaffi apoyados por fuerzas de la OTAN. Los fascio-comunistas criollos ven con espanto que algo parecido puede ocurrir en Venezuela.
Contra esta realidad, los comunistas han propuesto las guerras de Cuarta Generación. Originalmente estos conflictos se referían a guerras de liberación en países pobres o colonias atrasadas que no tienen un ejército regular ni armas pesadas. El caso nuestro es muy diferente. Venezuela es un país atrasado, pero rico. La liberación sería para dejar de ser una colonia comunista cubana. Por lo tanto, no calza en el modelo de la Guerra de Cuarta Generación.
La guerra cibernética no solo se hace contra fuerzas armadas regulares, sino también contra milicias y guerrillas. Eso ha funcionado en Colombia, pero hay casos como el de Afganistán, donde condiciones especiales hacen difícil derrotar al movimiento fundamentalista islámico, que allí opera inserto, disuelto, mezclado con la población. En ese teatro la guerrilla islámica fundamentalista está infiltrada en una población de más de 30 millones que ocupa un extenso territorio y cuenta con pocos blancos (objetivos) rentables. Esto hace casi imposible aniquilar alli la fuerza guerrillera mediante el recurso cibernético. Por supuesto, el escenario venezolano es diferente.
El caso libio sí tiene similitud con el de Venezuela. Libia es una nación petrolera con apenas 6 millones de habitantes que hasta hace poco era dirigida por un tirano militar narcisista. Gadafi utilizó la riqueza del país para organizar y mantener una poderosa fuerza represiva para eternizarse en el poder. Sus fuerzas armadas y milicias, integradas mayoritariamente por miembros de su tribu y equipadas por los rusos, le permitieron mantenerse en el poder gobernando despóticamente por 42 años. La represión permanente con masacres cada vez más graves condujo a la rebelión del pueblo. Gadafi respondió con matanzas de civiles. La ONU reaccionó al exceso de violencia gubernamental con advertencias y sanciones que fueron desoídas por el dictador. Para salvaguardar al pueblo libio la OTAN, cumpliendo acuerdos de la ONU, lanzó ataques aéreos en apoyo a los rebeldes. La OTAN utilizó armas cibernéticas que destruyeron con facilidad las numerosas pero obsoletas armas rusas con que contaba Gadafi. Al final, la infantería de Gadafi se vio sin cobertura y sus efectivos empezaron a desertar para salvarse, al igual que hizo su jefe.
El caso libio creó una nueva doctrina militar aplicable en los casos en que un régimen asesino masacra a su pueblo desafiando la opinión de la humanidad. El empleo combinado de armas cibernéticas con fuerzas terrestres no convencionales ha demostrado ser exitoso. La soberanía ya no es aceptada como una patente de corso para que los tiranos usen el ejército para masacrar sus pueblos. Es posible que esta nueva alternativa de empleo militar haga repensar a los dictadores que aun existen y cambien su modus operandi criminal.
Venezuela no está en la misma situación de Irán, Afganistán o Libia, pero el año que viene eso puede cambiar. Si el contexto electoral no le favorece, el Gobierno puede atreverse a un autogolpe o a desconocer los resultados de los comicios. Si eso ocurre es muy probable que se presenten protestas callejeras que lleven al gobierno a utilizar su aparato represivo contra la población inerme. Este escenario podría obligar a la ONU a tomar cartas en el asunto. Si esto ocurre el nuevo modelo militar aplicado en Libia por la ONU por intermedio de la OTAN sería utilizable en Venezuela. Ojalá nunca suceda.