Opinión Nacional

Nota (in) útil sobre el oficio político

El oficio político es impredecible: hay quienes se preparan con tesón para la lidia parlamentaria y, al alcanzar la madurez, deben mostrar su talento en las luchas callejeras. O, a la inversa, los que se abrieron paso literalmente a golpes, luego nos sorprenderán como arquitectos conceptuales del Estado y de sus instituciones.

Puede decirse que lo más importante es el talento que se prueba según las circunstancias y, por ello, frecuentemente tiene mayor éxito quien ha cubierto buena parte de las tareas que hablan del oficio: desde pegar afiches hasta procesar un proyecto de ley, por ejemplo. Tenemos el hábito de descubrir a un buen general en aquel que supo de la vida y de la muerte en las trincheras, completando los ciclos de un forzado aprendizaje. La fórmula no es absoluta, pero estadísticamente acertamos con ella.

Después de caída la dictadura de Pérez Jiménez, surgió una valiosa literatura testimonial que perfilaba el drama de la militancia política. Recuerdo, por una parte, un libro de Jorge Dáger en el que daba cuenta de los personajes más asustadizos y quizás delatores, en los años cincuenta, que –luego- despuntaron como brillantes parlamentarios y hábiles en la conquista de una cartera ministerial. E, incluso, por otra, una conferencia de Domingo Alberto Rangel donde se quejaba de alguien que supo del reconocimiento público como experto petrolero, tanto que después ocupó la cartera, aún cuando litigó sosegada y despreocupadamente cuando la Seguranal ejercía su imperio en el País del Concreto Armado.

No quisiera juzgar a nadie, pero la invocación es obligada. En la Venezuela del presente, el oficio político –más allá de los límites partidistas- ha requerido de coraje personal. Me refiero al coraje que reconoce en su seno el miedo y, a pesar de ello, prosigue la senda del combate.

Muchos quisieran “hacerse” y “graduarse” de políticos en un clima de normalidad institucional y de tranquilidad conmovedora. Se ven a sí mismos como “predestinados” ante el desastre de lo que se ha dado en llamar el “chavismo” y muelen todos sus esfuerzos por “televisarse”, asegurándose de no cubrir las rutas cotidianas que los haga contactar con el oficialismo. Una suerte de autismo los lleva a ofrecer salidas a la crisis o, mejor, ofrecerse como salidas a pesar de la crisis, pero desde la distancia de una amabilidad nobiliaria.

En lo personal, no siento especial gusto por marchar y exponerme ante los peligros que supone “dialogar” con el oficialismo en las calles. Sin embargo, aunque me preocupe por la suerte de un país institucionalmente infartado o por los retos gigantescos que adivinamos para su recuperación económica, entiendo que parte de mi testimonio –ante todo- ciudadano es el de marchar, confrontar con nuestros carteles y pendones a las huestes tarifadas del oficialismo. Y ello no me hace acreedor del “Guacaipuro de Oro”, como se decía en los sesenta y setenta, pero sí ayuda a avalar moralmente cualquier aporte que crea conveniente para superar la crisis. Diríamos que no fue en balde el muy modesto aprendizaje del liceo por defender lo que creíamos justo y legítimo. Y para ser francos, la militancia y la trayectoria muy modestas en un partido, con todo lo bueno y lo malo, ayudaron y ayudan.

Creo que más allá de los partidos, lo trascendente ha sido el aprendizaje de ciudadanía, pues, no podemos flaquear en defensa de aquello que nos permite sencillamente existir y convivir en un país que es de todos. Salimos de la apatía generalizada y hemos ganado en conciencia pública, porque el destino personal está irremediablemente vinculado al colectivo. Hay oportunidades que la calle urge de nuestra presencia, como ahora, al lado de otras en la que el logro de una ordenanza o ley amerita de nuestros más comprobados talentos.

La política jamás ha sido un oficio fácil. Ocurre que el estigma, aún vigente en la Venezuela actual, pretende borrar los esplendores y las agonías, las virtudes y las miserias que la hacen una obra radicalmente humana. Lo cierto es que ella nos ha sorprendido en medio de una crisis urgida paradójicamente de más política, por todo lo que sugiere un compromiso ético, programático, estratégico y organizacional que supera largamente la noción efímera, ligera y voluntarista que todavía está presente en nuestro imaginario colectivo.

Postdata

El lugar común es la tragedia de estos días. (%=Link(5471481,»Eduardo Marapacuto»)%)
lo esgrime para aproximarse a COPEI. Y es que, independientemente de las simpatías que tenga o no con la democracia cristiana, el texto publicado el 16 de los corrientes es una prueba más de la visión divertida que, a veces, nos tienta sobre lo que pasó, pasa y pasará en el país.

Los llamados partidos tradicionales o, mejor, históricos, tienen una experiencia que espera de mejores y más consistentes análisis en el campo politológico. Los que, precisamente, permitirán saber de su viabilidad o no en los años por venir. Sin embargo, es un flaco servicio al debate recurrir a las más cómodas generalizaciones cuando –presumimos- se cuenta con las herramientas teóricas necesarias. Por lo demás, respecto a la sentencia final, sospecho que Kruschev quedó mal. ¿O será que Marapacuto también espera confirmación de la caída del Muro de Berlín?.

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