Nostalgia, diáspora y globalización
Un reciente artículo publicado en Analítica.com y en petroleumworld.com, en el cuál hacía unas reflexiones sobre los miles de compatriotas que se han ausentado de Venezuela, ((%=Link(«http://analitica.com/va/sociedad/articulos/7654347.asp»,»Cuál ausencia, Cuál Venezuela? «)%)Gustavo Coronel Feb 23), ha recibido muchos comentarios, la mayoría positivos y algunos mostrando preocupación por haberlo percibido como pesimista o, inclusive, como una incitación a la salida del país de nuestros jóvenes. En este segundo artículo sobre el tema deseo hacer algunas reflexiones adicionales para sugerir que lo que está sucediendo en nuestro país ni es nuevo ni es necesariamente negativo, sino que responde a tendencias evolutivas de la humanidad, de las cuáles no será fácil escapar.
En el año 360 antes de Cristo Aristóteles decía que “la Tierra es esférica y no muy grande, en comparación con el tamaño de otras estrellas”. Por su parte Cristóbal Colón decía en 1490 que la Tierra “tiene forma de pera y es pequeña”. Pero, entre lo que dijo Aristóteles y lo que afirmaba Colón, transcurrieron mas de 1800 años durante los cuáles la mayoría de los mapas mostraban la Tierra como plana. Fué apenas en el siglo XVIII que expediciones a Perú y al Polo Norte confirmaron la afirmación de Newton que la Tierra, además de redonda, era achatada en los polos. Lo que esto significa es que las ideas tardan mucho tiempo en echar raíces y que lo que hoy suena como una blasfemia mañana será simple sentido común. Para confirmar esta reflexión, nada original por lo demás, confieso que tanto la música de Bela Bartok como la de Los Beattles me parecían insoportables hace algunas décadas y hoy hasta me gustan.
Las migraciones humanas no son cosa nueva. Comenzaron hace millones de años, cuando pequeños grupos neandertálicos y otras vías paralelas de evolución humana comenzaron su viaje desde Africa a América y, luego, a Asia y al Oriente cercano. Durante la edad de piedra los humanos llegaron a estar muy aislados y se habían diversificado geneticamente, pero en la época de Aristóteles ya habían comenzado a “regarse” por el planeta, con el hambre como motor principal de estas migraciones. El descubrimiento de América dió lugar a migraciones perversas y forzadas de once o doce millones de esclavos negros desde el Africa al hemisferio occidental.
A inicios del siglo XIX la población del planeta era de unos mil millones de habitantes. Al inicio del siglo XX había aumentado a casi dos mil millones de habitantes. Durante esos cien años intermedios unos cien millones de personas emigraron de sus países de origen hacia otros países. Casi un habitante por cada quince en el planeta se convirtieron en inmigrantes. Unos doce millones de británicos, incluyendo seis millones de irlandeses huyendo de la hambruna, así como más de un millón de alemanes y suizos se fueron de su patria durante ese siglo, principalmente a Estados Unidos, Australia, Brasil, Argentina, Nueva Zelandia, buscando mejores oportunidades de vida unos y mas libertad otros. Muchos de estos emigrantes actuaron repelidos por la miseria o la opresión que veían en sus propios países. Al final del siglo XIX había más de cien mil buhoneros, mendigos, prostitutas y criminales en las calles de Londres, lo cuál quizás le daba a esa ciudad un aspecto similar a Sabana Grande o al Capitolio. Sin embargo, la emigración mas voluminosa de esos años se originó desde el Asia. Unos treinta millones de hindúes y unos doce millones de chinos salieron de sus países para hacer vida nueva en Australia, Malasia, Filipinas, las islas del Caribe, Sur Africa y USA.
Estas migraciones fueron facilitadas por el mejoramiento de los medios de transporte. Desde que Phileas Fogg, el protagonista de la novela de Julio Verne , “Alrededor del Mundo en 80 días”, había logrado su hazaña ficticia de darle la vuelta al planeta, la humanidad se había encargado de hacer el viaje de verdad cada vez mas eficiente hasta que, en 1995, un Concorde de Air France le dió la vuelta alrededor del mundo en 31 horas ( todavía es el récord). Los adelantos en los medios de transporte han producido lo que los alemanes llaman el “wanderlust”, la compulsión o deseo de viajar. Sin embargo, es preciso admitir que una cosa es el turismo y otra cosa es la migración. Los turistas regresan a sus países de origen mientras que los migrantes generalmente no lo hacen. A pesar de esta diferencia ambos fenómenos tienen una raíz común. Quienes no viajan mucho como turistas o no emigran son quienes se sienten más apegados a su terruño. Los Estados Unidos, por ejemplo, recibe unos 40 millones de visitantes al año pero solo un 3% de los norteamericanos, un poco más de tres millones, han sacado su pasaporte en la última década. De los norteamericanos que viajan fuera de su país como turistas, el 95% se va a Canadá y México o a Gran Bretaña, Italia , Francia o Alemania, pero no se aventuran fuera de esa relativamente pequeña zona del mundo que les resulta más segura.
Como resultado de, o en paralelo con, las grandes corrientes migratorias se ha llevado a cabo un proceso de globalización. Aunque la palabra apenas entró a los diccionarios en la década de 1960 (traída por el concepto de la aldea global de McLuhan) el proceso es de origen mucho mas antiguo. El historiador Alex McGillivray, en su informativo libro sobre “Globalización”, habla de las cinco tendencias globalizadoras que ha experimentado el planeta, comenzando por la división del mundo por descubrir que se hiciera entre España y Portugal en 1490-1500. Para este historiador lo que ha ocurrido es que el planeta se ha hecho cada vez “mas pequeño”, un proceso reforzado por el incremento del intercambio comercial global y la existencia de unas 64.000 corporaciones transnacionales, las cuáles emplean unos 53 millones de personas en todo el mundo. Muchas de estas corporaciones tienen mas ingresos que países enteros. Wal-Mart, por ejemplo, la cuál tiene sus oficinas principales en un modesto pueblo de Arkansas llamado Bentonville (quien ha estado allá?), tiene tantos ingresos como toda Colombia mientras que el ingreso del Grupo Shell se acerca al nivel de ingresos totales de Venezuela. Los países pioneros de la globalización fueron China e India. Luego, en los siglos XVI y XVII España y Portugal. Después, en los siglos XVIII al XX, Gran Bretaña y USA y, ahora, en el siglo XXI, China e India están volviendo por su fueros abandonados hace ya mas de 600 años, cuando la China se escondió detrás de su gran muralla, aislándose inexplicablemente del mundo.
Que valor tiene todo esto para tratar de comprender lo que sucede en nuestra Venezuela de hoy? En primer lugar, que la diáspora venezolana es aún un proceso estadísticamente pequeño y, además, historicamente en línea con un proceso de mayores dimensiones que está tomando lugar en todo el planeta. Aunque no opinamos, como Stalin, que “una muerte es trágica pero un millón de muertes es una estadística” si pensamos que es válido el situar la diáspora venezolana en su correcta perspectiva. Quienes nos hemos ausentado de Venezuela en los últimos años, empujados por el vergonzoso régimen chavista y por el deterioro físico y espiritual de nuestro país, somos muy pocos, por ejemplo, en comparación con el millón de inmigrantes españoles, italianos, portugueses y de la Europa central que recibió Venezuela en el periodo de 1940 a 1960. Esa extraordinaria inmigración que nos dió grandes pensadores, naturalitas, artesanos, agricultores, comerciantes y maravillosos ciudadanos sentó las bases de una clase media venezolana que llevó al país a las puertas del desarrollo durante esa décadas y elevó significativamente el cociente intelectual promedio del país. No sé que pensarían de ellos quienes se quedaron en sus países de origen, si acaso los vieron como cobardes fugitivos o, por el contrario, como personas con total derecho a buscar nuevos horizontes para sus anhelos de superación y de búsqueda de la felicidad, a lo cuál todos los seres humanos tienen derecho. Es importante reflexionar en esta dualidad porque los inmigrantes que llegan a una nueva sociedad son, forzosamente, emigrantes de otra. Sería ilógico que en una sociedad los vean con buenos ojos como nuevos ciudadanos y en otra se les critique por haber abandonado la patria. La experiencia demuestra que la inmensa mayoría de ellos nunca “se vá” espiritualmente de su patria chica, aunque cuando se integren armoniosamente con su nuevo hogar.
Parecería que las grandes migraciones humanas se comportan, perdonen esta casi blasfemia científica, como se comportan los líquidos según el teorema de Bernoulli. Así como los líquidos fluyen de los sitios de alta presión hacia los sitios de baja presión, así los humanos nos movemos de los sitios de alta presión social (pobreza, frustracióny opresión) hacia los sitios de menor presión social (libertad y expectativas de realización).
Como lector asiduo de ciencia-ficción me he acostumbrado a pensar que todo lo que el hombre pueda soñar lo puede llevar a cabo. En “De la Tierra a la Luna” Verne imaginó al hombre en la Luna apenas cien años antes de que el astronauta norteamericano Neil Armstrong caminara en la superficie lunar. Ya los norteamericanos tienen un simpático robot dando vueltas por la superficie de Marte, jurungando su subsuelo, apenas cincuenta años después de la publicación de las “Crónicas Marcianas” de Ray Bradbury. De allí que pienso que, a imitación del comportamiento que exhiben los fluídos y debido a su capacidad de soñar y de concretar sus sueños, la especie humana va en una progresión contínua que comenzó con su condición tribal original, continuó con ser miembro de una ciudad-estado en el umbral del Renacimiento, a ser ciudadano de un país y a fundar las Naciones Unidas. Ahora se prepara para ser un ciudadano del mundo, hasta que, eventualmente, emprenda su viaje a las estrellas. Con los espásticos avances y retrocesos característicos del desarrollo histórico, el ser humano del Siglo XXI parece encontrarse en la puerta de salida de los nacionalismos y en la puerta de entrada de la ciudadanía del mundo para llegar a ser, en última instancia, un emigrante hacia el cosmos. Por temor a ser considerado un chiflado me abstengo de especular sobre su próximo paso, más allá del viaje interestelar.
En cierta forma, pués, la globalización, el achicamiento del planeta, la grandes migraciones, la inevitable atracción del hombre por las estrellas es lo que decreta, como subproducto, la muerte de la nostalgia por la patria tradicional. La nostalgia que le va quedando al Venezolano no es ya la de un país enmarcado por el Mar Caribe hacia el Norte, por Colombia hacia el Oeste y el Sur, etc, es decir, un ente político-territorial cuya frágil historia de 200 años representa apenas un abrir y cerrar de ojos cuando se compara con la historia de la humanidad. La nostalgia verdadera es la que se siente por la patria chica, por el entorno de nuestros orígenes, de nuestra ontogenia, por nuestras mas remotas e íntimas vivencias. Mi nostalgia está firmemente enraizada en el olor de las arepas hechas en los budares durante las frías madrugadas del Los Teques de mi niñez, en la voz del Padre Ojeda dándo sus clases de filosofía en un kiosco rodeado de pinos del Liceo San José o en la inolvidable suavidad de las manos de mi primera novia. Es una nostalgia integrada por un gran mural de recuerdos solo recuperables en nuestra imaginación. Siempre he pensado que si el contenido de una computadora puede salvarse y pasarse a un diskette, las vivencias contenidas en el cerebro humano también deberían poder ser conservadas en algun tipo de diskette, después de la muerte de su dueño/dueña.
En todo caso, es esa capacidad de amar lo más pequeño y lo más grande, de recordar el pasado, de maravillarse y disfrutar del presente y de soñar en un futuro que no le pertenece lo que le concede al hombre su cualidad fundamental de humanidad, no importa donde esté…. mientras esté.