No pertenezco
Venezuela comenzó a extraviar su rumbo ante la multiplicación de la renta petrolera en los años 70. Las distorsiones institucionales y económicas pronto pusieron de manifiesto el callejón sin salida en que se encontraba atascado el país. Esfuerzos por enderezar el barco en los ’90 fueron incomprendidos, con la complicidad de un liderazgo partidista que habían abandonado su responsabilidaden asegurar el progreso y el bienestar. Y apareció el hombre providencial ofreciendo refundar la patria venida a menos…
Invocando glorias pasadas, metió un frenazo y enfiló al país en contramarcha hacia la época dorada de la emancipación, germen de una venezolanidad pura y noble, apegada a la tierra y al sacrificio. Se fue inventando una patria refractaria a ideas modernizadoras al son de una retórica que ubicaba en éstas la raíz de los males que habían corroído las bases de la nación, legadode nuestro Libertador. En la medida en que se fueron demoliendo las instituciones del Estado de Derecho, fue emergiendo la figura mitificada de un demiurgo capaz de asegurar por si sólo -dada su asociación privilegiada con el ideario bolivariano- tan ansiado retorno. Poco a poco fue comprendiendo que para “endulzar” este retroceso era conveniente el camuflaje del socialismo, proyecto otrora inspirador de progreso y justicia.
A la par, fue menester resguardar tal impostura contra la libre contrastación de ideas, por lo que la globalización y la universalización de los derechos humanos pasaron a convertirse en detestables instrumentos del dominio imperial, el enemigo a vencer. Sólo la militarización garantizaría la independencia de la República.
La sobrevivencia de tan insólita involución -en pleno siglo XXI- requirió del control creciente de los medios y de la ruptura en el diálogo con los que pensaban diferente. Al refugiarse dentro de las verdades simplistas y maniqueas del comandante, el país se apartó del camino hacia la apertura y el progreso emprendido, no sin dificultades, por otros países del continente. Se optó por el aislamiento de todo lo que significaba adelanto, de la mano de un puñado de gobiernos retrógrados y dictatoriales.
Ese proyecto salió airoso, una vez más, en las elecciones del domingo. Puede esgrimirse, desde luego, el efecto del grosero ventajismo oficialista, la coacción y el miedo contra empleados públicos, y el efecto corruptor de la dádiva clientelar –magnificada por el usufructo discrecional de una renta petrolera ciclópea- en la obtención de tales resultados. No obstante, la realidad es que privó este proyecto frente a las aspiraciones de progreso enarboladas de manera fresca y clara por el candidato Capriles. Se prefirió la seguridad de un esquema primitivo, paternalista y clientelar, a la aventura responsable de soltar las amarras que han venido asfixiando las potencialidades de desarrollo nacional. Miedo a la libertad, como diría Hayek.
No puedo identificarme con tal proyecto. Se me ha hecho ver claramente, además, que ahí no pertenezco, como tampoco los millones de venezolanos que votaron por Capriles.
Vienen tiempos difíciles. Los ajustes económicos bajo Chávez van a ser mucho más severos que si hubiese triunfado la alternativa democrática, dada la dilapidación de los recursos petroleros y el acoso al sector productivo. Un poder ensoberbecido por el triunfo amenaza con avanzar en su aspiración de control totalitario a través de un Estado Comunal. Como quiera que éste disparate no tendrá vida sin incrementos continuos del ingreso petrolero, la única forma de implantarlo será por la vía coercitiva.
¿Qué hacer frente a un proyecto empeñado en excluir la mitad de los venezolanos? Perseverar en la prosecución de la razón sobre la sinrazón, del diálogo y la necesidad de convivencia, en un clima de respeto y tolerancia por el otro, frente a la siembra de odio y exclusión. No puede existir solo una Patria “Bolivariana”.
Congratulémonos por tener un liderazgo esclarecido, dinámico y a la altura de los desafíos de la modernidad, bajo la figura de Capriles y del equipo que lo acompañó. A la vuelta de la esquina espera la contienda por las gobernaciones en la cual, en ausencia del efecto mágico-religioso asociado al pretendido semidiós, debemos avanzar. La historia enseña que siempre termina prevaleciendo la libertad. Procuremos que sea más temprano que tarde.