No nos quedan más comienzos
En Venezuela, muchos compartimos la percepción de que nos hemos quedado rezagados en relación al dinamismo de otras sociedades. Pareciera que las tendencias de la modernidad son ignoradas por quienes hoy deciden los destinos de este país. Una sociedad que no se encuentre en este momento ensayando modelos alternativos para su futuro, en un franco proceso de reposicionamiento ante un entorno de incertidumbres y amenazas globales, será un país frágil. Parafraseando a George Steiner, podríamos decir que se nos están agotando los comienzos.
Esto será así, de seguir en manos de líderes ignorantes, incapaces de entender y gerenciar sociedades modernas que están tratando de sacudirse modelos obsoletos de economía y política, no me refiero sólo al socialismo real, que comprobadamente fracasó, sino también a esas abstracciones económicas insostenibles y próximas a colapsar, plagadas de inflación y desempleo estructural, donde se confunde a la gente hablando de capacidad de consumo y prosperidad, cuando disminuyen los índices de desarrollo humano y se hace todo lo contrario a la producción sostenible de bienes y alimentos, se expolia al medio ambiente y se agotan los recursos no renovables en medio de una inflación creciente. Según la pensadora británica Hazel Henderson (The Politics of the Solar Age), “se habla de crecimiento económico, pero hay que preguntarse qué está creciendo y qué está disminuyendo y que es lo que se debe conservar”. En los centros de pensamiento mundial han tomado conciencia de que “los líderes y fabricantes de decisiones de hoy, ya no están a cargo de los acontecimientos del planeta” (Henderson). Muchos pensadores alarmados ante la enorme crisis global que se nos viene encima, el costo de la energía, el agotamiento acelerado de los recursos naturales y el descontrol climático y ecológico, coinciden en sus críticas tanto a las ideologías de izquierda como al neodarwinismo económico, pues lo que es necesario plantearse y debatir, es qué vamos a hacer para construir sociedades posindustriales. Ya se habla de Economía Terciaria, así como de la necesidad de un “SHE-future” o futuro ecológico humanístico, amén de la necesidad de desarrollar aceleradamente energías alternativas. Si bien critican las inconsistencias y desigualdades de la era industrial y de la globalización, pisan tierra para retomar lo positivo y recuperable de estas para así innovar y crear, a partir de los errores pero en especial de los logros presentes, modelos sustentables hacia el futuro, basados en los progresos del conocimiento y la información, así como de todas las herramientas que brinda la era industrial antes de su anunciado declive. Entre otras, construir más y mejor democracia y el reforzamiento de los derechos civiles a través de más y mejor ciudadanía. Más ideas y menos ideologías. Esa es la tarea de la sociedad civil por encima de “aquellos que aun creen que están al mando de sus cuarteles de guerra” (Henderson). En Venezuela, los que tienen la responsabilidad de gobernar, se han afianzado en un viejo orden enmarañado y bizarro, han confundido visión de país con utopía, han agotado inmensos recursos y un valioso e irrecuperable tiempo en ideologías y modelos fracasados, en mitos populistas que contradicen toda creación de valor. En su arrogancia e ignorancia, han borrado arbitrariamente los límites entre gobierno, Estado y nación. Han destruido las instituciones que significan la supervivencia de los derechos del individuo y al final de cuentas, de la sociedad misma. Han convertido a la libertad de expresión en una especie en vías de extinción. En su fanatismo, han excluido a parte de la población, especialmente a gerentes, investigadores, científicos e intelectuales que representan los activos más valiosos de cualquier país. Han negado la posibilidad de un pacto social, que es la única herramienta de búsqueda de soluciones colectivas concertadas para aglutinar las individualidades en una causa común de país. En pocas palabras, han roto la cadena ecológica de la democracia en un despropósito desatinado y nihilista.
El mexicano Juan Enríquez Cabot (Los imperios del futuro), especialista en en el análisis del impacto de la biotecnología sobre la calidad de vida tanto en lo económico como en lo político, se ha convertido en un promotor de la reingeniería del pensamiento de los países latinoamericanos y un predicador que anuncia en los foros donde participa, que mundo está transitando de una economía de bienes básicos a una Economía del Conocimiento, “aquellos pueblos que siguen tratando de competir vendiendo materias primas sin conocimientos, son cada día más pobres”. Sostiene que una economía no solamente puede mover la riqueza física, reservas e inversiones, sino que también puede mover la riqueza intelectual. “Para una persona que habla el lenguaje genético, el de las patentes, el de ingeniería de sistemas, el lenguaje intelectual o el científico, la opción de quedarse en un país que no apoya la creación de nueva riqueza, que no apoya laboratorios, que no es competitiva, que no tiene colegas con quiénes hablar, no es la mejor”.
Insistiendo sobre los países que se han quedado en sus “bunkers conceptuales” o que en vez de plantearse salidas creativas para el futuro sueñan con el viejo orden, en un reciente diálogo afirmó: “Imagine un país sin democracia, donde el control de todo –escuela, radio, periódicos, empleos– lo tiene el gobierno. Ese país era Alemania del Este y, en tan solo nueve días, desapareció. Si un país puede desaparecer en nueve días, hay países frágiles. Sin embargo, es una fragilidad que no es exclusiva de los países comunistas o de las naciones pobres. Nadie es inmune a esto. Las naciones desaparecen cuando hay disonancia entre lo que se dice y lo que sucede, entre lo que se promete y lo que se da. Los himnos, las banderas son cosas artificiales, mitos e identidades que se generan para unir a un país, pero no son suficiente para mantenerlo vivo. ¿Cuál es la solución a esa amenaza? Exhortar a superar los prejuicios, el miedo y la pobreza mental. El renacimiento es posible si los formadores de opinión, los dirigentes y el capital social del pueblo se comprometen a revisar ideas arcaicas para conseguir de esa forma una definitiva corrección del rumbo incierto que ha predominado hasta el presente”. Enríquez Cabot enfatiza: “Es una decisión que tenemos que tomar, pero con un debate serio, sin insultos. Dejen de pelear entre ustedes y pónganse a competir con otros. En diez años pueden alcanzar el desarrollo”.
En este momento, Venezuela está comenzando a sentir y a estremecerse en su propia fragilidad. Hasta la gente más pobre que ingenuamente apoyaron esta mal llamada revolución percibe que vamos por la dirección equivocada ya que son ellos los que más la padecen. La pregunta es ¿desapareceremos? Nunca es tarde para abrir los ojos a las nuevas tendencias, para la reingeniería del pensamiento, para el reposicionamiento, la reconducción y la reconstrucción de un país, para un nuevo comienzo.