¡No, no hay libertad!
El argumento más trajinado por Chávez desde que asumió el poder (1998) se cimentaba en establecer una clara diferenciación entre su mandato con la otra república e implantar las bases para «fabricar» una justicia real por igual para todos los venezolanos. Prometía, e igual lo hizo en su última campaña electoral no obstante haber gobernado los últimos 14 años, el fin de la pobreza y de la sumisión de los pobres ante el atropello de la camarilla exprimidora e indolente que controló el país por décadas. Su laberinto, al igual que el de sus partidarios, radica en precisar cuál es la noción de libertad, justicia social y felicidad que tanto predican. ¿Son los pobres de este país más libres? Veamos:
Todos los pueblos, sobre todo los recluidos en terruños tiránicos como en Cuba, insisten en conquistar el derecho de hablar con quien y cuando les dé la gana sin el riesgo de ser reprimidos. ¿Disponemos acaso de la libertad suficiente para comunicarnos a escala nacional e internacional? Globovisión ha padecido el rigor del poder represivo del régimen sólo por informar sobre los graves sucesos que con frecuencia ocurren en nuestras cárceles. ¿Cómo queda la justicia social tan predicada por los extraviados izquierdosos de siempre ante la masacre de Uribana? ¿Están los pueblos cubano y venezolano libres de reprimendas tan sólo por informar?
Lo mismo ocurre con la propiedad privada. El derecho de posesión anhelado por todos, reconocido por todas las doctrinas como un derecho humano primordial y aceptado como una de las grandes conquistas del hombre, es constantemente condenado por el régimen por distorsionar los principios de la felicidad social plena. El estilo de vida del venezolano, al igual que de cualquier otro, refleja en sus detalles más insignificantes como en sus convicciones y prácticas más sentidas una filosofía de usufructo vehemente que a su vez refleja una imagen exacta de la estructura de la misma economía. El sueño del venezolano incluye un medio personal de transporte (vehículo o moto), una vivienda acorde con su condición social, empleo en una empresa privada, sin dejar de lado un servicio médico eficaz y oportuno. ¿Está el gobierno en esa onda de felicidad?
En ese marco es lógico esperar que sean los individuos y las organizaciones privadas quienes impulsen los cambios hacia el progreso. El actual gobierno está impedido de hacerlo porque ha subvertido, entre muchas cosas, el orden urbano. Entendiendo esto último como la transgresión del precepto recíproco que concierta la paz y la convivencia. Ello no entra en el plan revolucionario. Invasión de bienes ajenos, indiferencia ante el crimen, desatención de las ordenanzas municipales y estatales, confiscación de bienes privados, estimulo a la anarquía, corrupción, control de todas las instituciones del Estado, apropiación de los medios de producción, ineficacia administrativa, entre muchos, conforman un peligroso paquete que atenta contra los principios básicos de la coexistencia social. ¿Quién puede ser libre bajo ese contexto degradante?
La libertad individual, elección personal, producción privada de bienes y poderes públicos confiables, son las defensas más poderosas del ciudadano para promover la libertad. Al gobierno poco le importa desracionalizar estos juicios con tal de preservarse en el poder. Promete un futuro feliz mientras distrae la atención sobre las insuficiencias básicas que afectan, precisamente, a los más pobres. Bajo esa pseudofilosofía, el atraso y la sumisión son los instrumentos de control que el régimen estimula para fortalecer su poder. Educación, crecimiento y desarrollo son harinas de otro costal que no caben en la revolución. ¿Somos libres bajo esas restricciones?
@MiguelBM29