No leyeron los clásicos
Tras 39 horas de lucha civil, tensión y toque de queda, en la madrugada del 23 de enero la población fue despertada por el despegue de la «Vaca Sagrada» y salió a las calles. Fue un día inolvidable, de emoción patriótica, fervor democrático, y reencuentro entusiasta y fraterno entre el pueblo y las FAN.
Este último aspecto demostró una vez más una verdad comprobada no sólo en América Latina sino en el mundo entero: para recuperar la libertad de un país, tan esencial es la movilización popular y civil como lo es, al final, la decisión institucionalista y honorable del estamento militar. El primer año de libertad reconquistada fue de fervor democrático, con el pueblo y la sociedad civil alertas ante cualquier intento de golpe reaccionario.
Comunistas, socialdemócratas, liberales y socialcristianos coincidían en que se abría la etapa histórica de la «revolución democrática» o «democrático-burguesa», señalada por Marx, como también por autores liberales, como etapa ineludible que una sociedad en desarrollo debe atravesar y consolidar antes de siquiera soñar con algún tipo de «socialismo».
Manuel Egaña, liberal progresista y patriótico, escribió en aquellos días (cito de memoria), que «ahora es necesario que el poder sea ejercido por la clase a la cual, históricamente, le corresponde: la burguesía nacional». Infortunadamente, en el transcurso de los 40 años que siguieron, sólo se inició pero no se completó en términos económicos la revolución democrática nacional.
En vez de construir un capitalismo nacional industrial, Venezuela se contentó con mantener y expandir el «capitalismo rentista». En 1999 Chávez heredó un país todavía estructuralmente atrasado aunque adelantado en muchos aspectos parciales del desarrollo y, si él y su séquito de presuntos «revolucionarios» hubieran estudiado siquiera un poco los textos de los clásicos marxistas, habrían entendido que no existían condiciones para ningún «socialismo» sino que la realidad exigía continuar (¿y acaso mejorar?) la labor desarrollista («burguesa») iniciada por la IV República. Si así lo hubieran hecho, mucho se lespodría perdonar.
En lugar de ello, optaron por un extremismo expropiador (locamente calificado de «socialista») que destruyó precisamente lo que la economía tenía de independiente y soberana, hundiendo al país nuevamente en la dependencia importadora neocolonial más crasa. Este saboteo de un posible de sarrollo económico independiente sí es imperdonable.