No es un gobierno serio
No hacía falta que Shimon Peres, Presidente de Israel, dijera a medio mundo que el actual gobernante venezolano “es poco serio”. Ya desde hace un buen rato muchos venezolanos lo intuían, y ahora, luego de once años, ya ha quedado confirmado.
Y no se trata de apostar por el fracaso, muy por el contrario, nos gustaría ver convalidado en la realidad una retórica “socialista” que ha puesto en el epicentro las necesidades populares. No obstante, sólo queda el artificio, la verborrea encendida junto a la amenaza estéril y degradante dirigida a los adversarios reales y aquellos otros inventados. En realidad, lo que está en evidencia para Peres y la gran mayoría de los venezolanos, es la incapacidad más irresponsable disfrazada de una audacia suicida sólo tolerable en países indisciplinados como el nuestro y con una fragilidad institucional lamentable.
Lo grave de todo esto es que hemos asistido impotentes a una de las mayores regresiones históricas que país alguno haya sufrido en la contemporaneidad. Nos conduele la impericia de un gobernante absorto en sus propias quimeras y sin conexión real con los intereses de la colectividad.
Un gobernante que se estime por su condición de estadista fundamenta su prestigio y autoridad a través de su estatura moral, ética e intelectual. Y todo ello acompañado de una ejecutoria pública eficiente fundamentada en valores, principios y convicciones con un mínimo de coherencia y autenticidad. Y esto es algo inexistente, por parte de quién, en ésta hora aciaga para el país, conduce el destino de millones de compatriotas hacia una auténtica tragedia.
Cuando un gobernante y su gobierno es incapaz de cumplirles a sus ciudadanos, y se equivoca una y otra vez, sin que existan sinceras enmiendas y reparaciones ante tantos agravios, omisiones y torpezas, el camino es uno sólo: darle paso a otros dirigentes y formar un nuevo gobierno. Algo que los venezolanos, en un grado mayoritario, aspiramos lograr a través de los pocos espacios de participación efectiva que aún quedan.
Es completamente un infundio la sentencia que establece que los pueblos tienen a los gobernantes que se merecen. Hay sátrapas y caudillos que envilecen a sus pueblos hostigándoles y persiguiéndoles, incluso aterrorizándoles, y ese pueblo mancillado y humillado se resiste a vivir en una vergüenza que le condena bajo el oprobio. Los pueblos tienen sus mecanismos para salir de estos “accidentes históricos”, y en el caso nuestro, estoy convencido que muy pronto sabremos retomar una gobernabilidad responsable para beneficio de todos y con la inclusión de todos.