No creas lo que digo
1 La boutade se la atribuyó al presidente Chávez un ex embajador gringo, que con sonreída suficiencia se pasaba de astuto.
«Cree en lo que hace, no en lo que dice» repetía con astucia. Que se ufane de lo que quiera porque sus hechos desmienten sus dichos. Un fino desprecio a la oposición, tan empeñada en su acartonado devocionario: derechos humanos, libertad de los presos políticos y etc. ¡Lo mismo de siempre! Pocos se retrataban con sus líderes y en cambio cuántos suspiros por atraer al exótico personaje.
La frase la concibió Chou en lai antes del restablecimiento de relaciones chinonorteamericanas. Una peligrosa operación llevó secretamente a China al presidente más poderoso del mundo. Lo recibe sonreído Chou, quien lo rodea de servidores. Comienzan las negociaciones, súbitamente se levanta el premier: «dispénseme, presidente, debo dar una declaración».
Nixon ve en la pantalla su filípica contra el imperialismo yanqui. Observa la congelada sonrisa de los servidores. «¿Y ustedes por qué se ríen? Tan nerviosos como su huésped, corean: «los chinos siempre nos estamos riendo».
Regresa Chou. Se le encima Nixon y antes de que pueda reclamar, el premier lo frena: «crea en lo que hago, no en lo que digo».
2.-Con Chou la frase funcionó, y también con Chávez, sólo que al revés. Sus decires arrastran sus ejecutorias. Su mentalidad de sitiado inventa golpes y magnicidios. Todo en palabras, no en hechos, pero sus hechos son sus palabras. Aunque con frecuencia olvida sus amenazas, el mal que causan es volcánico. El delirio y el desastre van de la mano. Y sin embargo… la época mal que bien lo controla. En los años 1950 los antagonismos radicales solían zanjarse con golpes militares. Los uniformados, con sus chafarotes a rastras, eran los árbitros.
Su presencia abrumadora prometía cuando menos un siglo sin consultas electorales. En su libro Tres Revoluciones, Perón postulaba sin rubor las tres fases de un golpe: primera, la ultrasecreta conspiración de uniformados sin presencia de civiles; segunda, el metrallazo mismo, también sin la fastidiosa participación de civiles, y en la tercera, esa sí, entrarían las masas del pueblo a legitimar el zarpazo.
Pero la situación cambió. Se fortaleció el sistema jurídico internacional y la causa de los derechos humanos, entre los cuales, el sufragio. La diferencia entre la lucha democrática en Latinoamérica y la que se escenifica en África y el Cercano Oriente, reside en que allá el embate va contra dictadores uniformados colmados de chapas y medallas, y aquí los autócratas usan vestidura constitucional.
La gente intuye esa sutileza y por eso los eventos electorales son tan importantes. En lo que falta de 2011 se celebrarán comicios en Guatemala, Argentina y Nicaragua. Para 2012 quedan dos citas trascendentales, la de México, tornavolta del PRI con su joven líder Peña Nieto, y la de Venezuela, donde las cosas no lucen bien para el presidente Chávez.
3.-En Venezuela está por formarse lo que algunos planificadores llaman «tormenta perfecta» o confluencia de problemas inmanejables en un punto Aleph. Convendría que el paraguas fuese el sufragio, modo pacífico de superar tensiones. Pero es importante la victoria de la alternativa democrática, y si la división de la oposición alimentó la sed continuista de un autócrata zalamero como Ortega y de una demócrata con defectos cual Cristina, en Venezuela cristalizó por fin una sabia forma de unidad. El triunfo no depende sólo de la unidad pero sería imposible sin ella. Aquí finalmente la tenemos precisamente cuando hace aguas el modelo oficial, se extiende la protesta social y nubarrones recesivos abaten el precio del barril.
El gobierno socialista nos ha hecho retroceder 75 años de vida, y basta leer el Tratado de Reciprocidad Comercial de 1938 para medir la asimetría: nuestro desvalido país exportaba petróleo, plumas de garza y no mucho más. Importaba, supongo, hasta cepillos de dientes. Ahora, nuevo milenio, no es muy distinto. La sedicente revolución ha creado un desierto productivo que la obliga a comprar en el extranjero casi todo lo que se consume e insume. La hazaña revolucionaria es esa: en lugar de construir fuerzas productivas, las ha destruido con pasión exquisita.
La unidad de la oposición es sólida. Se edifica sobre primarias basadas en el registro electoral, de modo que todos puedan votar, incluso, si se animan, los amigos del gobierno. Un arma formidable que le desorganizó el sueño al poder; sus violentos ataques contra la MUD lo evidencian. Y lo más irrisorio son los generales que vomitan amenazas contra el resultado electoral. El camino es sencillo: atenerse a la Constitución y al sufragio, no temerle al miedo y trabajar con pasión carbonaria.
El gobierno puede perder las elecciones, hecho normal en democracia. Perderían más los que desafíen la Constitución y desconozcan la voluntad popular.
Creo difícil que eso ocurra, y no obstante siempre será bueno refrescarles el más que refrán, la filosofía aquella de ir por lana y salir trasquilao.