No basta parir para ser madre
Apartando el exagerado volumen de cursilería, mercantilismo e hipocresía que rodean al inevitable “Día de la Madre”, quiero referirme muy específicamente a la repudiable generalización que acompaña esta empalagosa celebración.
El segundo domingo de mayo ocurre con infinidad de mujeres vivas, un fenómeno similar al que sucede al fallecer cualquier adulto; Ipsofacto, desaparecen los defectos tanto de la persona que muere como de sus parientes, amigos, vecinos y simples conocidos.
Como por arte de magia el difunto (a) pasa a ser un buen progenitor, cónyuge, allegado político, tío (a), abuelo (a), colega, amigo (a), y en correspondencia todos los vinculados a él-ella, siempre mantuvieron un trato cordial, respetuoso, cariñoso, con quien está en el cajón. Un final feliz, digno de un largometraje de Disney.
Si nos atenemos a lo que expresan los velorios, los obituarios, las placas sobre las tumbas, y los infaltables souvenirs que reparten al final del novenario, todos los difuntos han sido responsables, honestos, simpáticos, adorables, y “dejan un vacío que será imposible de llenar”.
En ese mismo vacío deben haber escondido los malos tratos, las borracheras, las ausencias en los momentos en que más se les necesitó, las infidelidades, las adicciones, los despilfarros, de una cantidad importante de vivos que probablemente lo único bueno que hicieron en sus vidas fue morirse. Con parecido “embellecedor” embadurnan a ciertas mujeres, a quienes por el solo hecho de haber parido, les suponen cualidades maternales que están lejos de poseer.
Mi madre fue enfermera graduada, trabajó muchos años en la Maternidad Concepción Palacios de Caracas, y a través de ella supe de muchos episodios que lamentablemente demuestran que, algunas humanas enfrentadas a un embarazo, quedan muy mal paradas si se las compara con la mayoría de las hembras del resto de especies en el reino animal. Con preocupante frecuencia tenían casos de abortos provocados y, peor aun, casos de abandono del recién nacido, habiendo dado al ingresar un nombre falso, lo que indica premeditación y alevosía para con el nonato. A menudo hemos visto las noticias referidas a bebés encontrados en espacios baldíos, o dejados junto a la basura del barrio. Son una infinidad de informaciones sobre diversas formas de rechazo al inocente que llevan en sus entrañas, ya sea interrumpiendo abruptamente su normal gestación, aunque ya esté suficientemente formado como para que sobreviva caso de un nacimiento prematuro, como también llevando a término el embarazo para ni siquiera sostenerlo entre sus brazos y darle su primera nutrición natural, con el calostro que le proveerá de útiles defensas. Si a la enorme cantidad de abortos y abandonos que ciertamente ocurren en el mundo, sumamos los casos de negligencia, vejámenes, incesto, abusos cometidos en contra de infantes y niños de muy corta edad, estaremos frente a un panorama sombrío, que delata la existencia paralela de dos conductas, dos actitudes, dos tipos de mujeres y dos resultantes que son contrastantes, en términos de sus respectivas maternidades.
Por supuesto que la mayoría de las mujeres del planeta, independientemente de sus entornos culturales, religiosos, étnicos, económicos, dejan fluir su instinto maternal, que forma parte de su carga genética, y lo enriquecen con la predisposición favorable a la criatura que se gesta en sus úteros (predisposición que es producto de su formación personal, en la que tienen un alto valor los ejemplos y principios que recibió en el hogar y en la Educación formal), que nace a través de parto o cesárea, a la que deben atender, proteger, acariciar, guiar, acompañar, en cumplimiento de su obligación de hacer de ese ser, niño o niña, una persona feliz, bien alimentada, equilibrada, capaz de asumir las responsabilidades que encontrará a medida que se desarrolle, en su infancia, en su niñez, en su adolescencia y en su adultez, y en condiciones de madurar y aprender hasta el momento de morir. Gracias a esa mayoría de mujeres responsables y generosas, existe una mayoría de hijos e hijas, nietos y nietas, capaces de reflejar en sus comportamientos aquella responsabilidad y generosidad que recibieron de sus Madres, quienes con absoluto Derecho pueden ser Homenajeadas, no sólo en este día artificialmente inventado, sino todos los días, pues las que supieron elevarse hasta alcanzar la altura que exige ser Madre, merecen ser recordadas con respeto y amor, aun después de haber cumplido su misión, cuando ya no estén con nosotros en carne y hueso.
Pero las que forman parte de esa oprobiosa minoría de mujeres que sólo sintieron odio o desprecio por la criatura que gestaban, las que no tuvieron escrúpulos en deshacerse del inocente a punto de nacer o recién nacido, y las que le permitieron seguir con vida pero se aseguraron de que cada día supieran que no fueron hijos buscados, deseados, amados, y les procuraron todo tipo de sufrimientos, humillaciones, vergüenzas, rechazos, forzándolos a sobrevivir en medio de ambientes promiscuos, delictivos, amenazantes, con temporales padrastros que reforzaban los malos tratos y las relaciones familiares disfuncionales, esas NO merecen homenajes, regalos, ni siquiera ser calificadas como Madres, pues se limitaron a gestar con desgano, parir por obligación y lacerar de muchas maneras a quienes resultaron ser víctimas de su ignorancia, de su resentimiento, de su escasa condición femenina.
De los muchos casos horribles de bestialidad con niños sobre los cuales he sabido por las Noticias, voy a extraer tres que resumen la mezcla de rabia e indignación que me inspiraron sus perpetradores; Una maldita, que para colmo era estudiante universitaria, usó una faja para esconder su embarazo, al inducirse el parto sola en su casa trató de deshacerse del recién nacido metiéndolo en la poseta (por cuyo desague es imposible que pueda pasar un bebé, por pequeño que sea), luego lo puso dentro de una bolsa negra de plástico y le hizo 72 heridas con punzón, enterrándolo después en el patio trasero.
Al llegar su hermana del trabajo, la vio sangrar y la llevó a un Ambulatorio, donde los médicos reconocieron enseguida los indicios del aborto provocado y dieron parte a la PTJ, que descubrió la bolsa con el recién nacido gravemente lesionado, aun con signos vitales, aunque falleció poco después. Cerca de París hace pocos meses, un niño de 4 años llamado Bastién, era regularmente castigado por sus padres, encerrándolo en la lavadora, pero esta vez el equipo fue puesto a funcionar y el niño ya no pudo seguir siendo travieso. Su abuela declaró que ambos padres a menudo hacían eso, ni ella ni los vecinos hicieron nunca algo para impedir que prosiguiera esa insólita crueldad. Un niño de Guanare, cuya madre estaba en Nueva Esparta y lo había dejado a cargo de su “novia”, fue víctima de sistemáticas torturas por parte de una secta, maltratos que le causaron la muerte a una edad similar a la del pequeño Bastién.
Imaginar siquiera remótamente lo que sentían y pensaban estas tres criaturas, al ser sometidas a las ruindades que substituyeron el amor y la protección a que tenían Derecho, produce algo muy difícil de describir, especialmente al recordar cómo fuimos tratados los que tuvimos la fortuna y el privilegio de tener una genuina Madre, capaz de hacer cualquier esfuerzo o sacrificio, para garantizarnos el bienestar y la felicidad que merece todo ser humano en sus etapas de formación inicial. El privilegio es doble para quienes disfrutaron también de un padre responsable y amoroso.