Navidad desde la guerra
En varias oportunidades me he referido a la terrible situación que viven algunos países del continente africano. Los conflictos armados no han cesado especialmente estos últimos años y las consecuencias para su población han sido devastadoras. Los desplazamientos de miles y miles de personas bajo condiciones inhóspitas, el problema de los refugiados en países que no se dan abasto para recibir tanta cantidad de gente desnutrida, los problemas de salud ocasionados por pandemias masivas, contagios y violaciones sexuales a mujeres, niñas y niños, han hecho de África un continente que subsiste en medio de la tragedia. Desafortunadamente, y muy a pesar de la actividad desarrollada por organizaciones filantrópicas y personas desinteresadas que no son indiferentes ante tales hechos, África pareciera no contar con la atención necesaria de los países que en Occidente se debaten entre la búsqueda de energías alternativas y la cirugía estética como respuestas a los males que les aquejan y que no pasan de ser minucias pasajeras si los comparamos con las circunstancias que rodean a los pueblos del continente negro.
El tiempo de Navidad nos brinda un espacio para la reflexión, para detenernos a pensar en lo que podríamos mejorar y para ofrecer una mano, sin condiciones, a quien necesite de nuestra ayuda.
Indiscutiblemente, África nos necesita y nos necesita con urgencia. Quizá no está en nuestras manos embarcarnos y cruzar el océano para trabajar con las fuerzas de apoyo de las Naciones Unidas, Médicos sin Fronteras, Cruz Roja Internacional o cualquier organización de este tipo que disponga de personal especializado para brindar apoyo. Pero hay algo que sí podemos hacer desde nuestro lugar, además de rezar, y esto es presionar y exigir a los gobiernos locales de cada país y a los organismos internacionales que dirijan su mirada por un momento al vastísimo continente cuya mayor epidemia es el terror ocasionado por las atrocidades cometidas a diario y por la muerte.
Si bien es cierto que Latinoamérica ya cuenta con problemas de enormes magnitudes, también lo es que ninguno es cercano a lo que África vive. Con toda seguridad, en algún momento usted ha recibido un correo electrónico donde le envían la foto de un niño, o más bien el esqueleto de una criatura apenas cubierta por algo de piel, sentado sobre una tierra desierta comiendo insectos para saciar el hambre. A lo mejor le ha ocasionado horror ver hileras infinitas de seres famélicos esperando recibir una porción de comida de un camión destartalado en medio de un campo en guerra y un escalofrío ha recorrido su cuerpo. Inmediatamente invoca el nombre de Dios y cierra el correo para seguir con su rutina. Pues bien, esas fotografías son tan reales como la cotidianidad que vivimos cada uno y es tan verdad como que en pocos días celebraremos la Navidad rodeado de amigos y de comida mientras en otra parte del mundo un ser humano daría lo que fuera por recoger las migajas que caen de nuestra mesa.
No es nuestra intención nublar la dicha de la Nochebuena que cada uno de nuestros hogares tendrá. Es apenas nuestro propósito proponer a todos rezar esta Navidad, más que ninguna otra, por todos aquellos que especialmente en ese continente inmenso están siendo víctimas de la desolación y el olvido. Es un llamado a la meditación para preguntarnos si, después de quejarnos por tantas cosas que a diario no nos marchan bien, somos suficientemente felices con lo que somos y tenemos. Es una invitación para agradecer y valorar todo eso que nos ha sido dado. Y, especialmente, es una convocatoria para unirnos y pedirle al Niño Dios que abrace a los niños africanos y acabe la guerra.