Natividad
El tiempo es propicio para dedicar unos pensamientos al nacimiento de Jesús, ese Niño Dios, que de haber nacido de madre andina y padre llanero hubiera sido un niño venezolano.
Por desgracia la patria está muy lejos de haber sido bendecida con tal dicha. Nuestro pueblo creyente celebra la Natividad y acude a gozoso a rendirle honores al Niño reunido en familia. Pero grandes segmentos de la población no lo entienden así y perciben la recordación con ánimo comercial, no como tiempo de reflexión y de relanzar valores morales.
Nos enorgullecemos de los éxitos científicos y tecnológicos y nos ilusionamos con el descubrimiento de nuevos astros y planetas, los avances en la lucha contra enfermedades incurables, la réplica en laboratorios del estallido de la materia hace millones de años, los logros en la producción eficiente de semillas para alimentos, los nuevos modelos de telefonía celular, de computadoras, de cámaras digitales, de automóviles y aviones. Es loable el desarrollo del pensamiento humano al servicio de una mejor calidad de vida material.
Pero no somos capaces de atender los llamados a convivir como hermanos hijos de un mismo Padre, seguimos matándonos para dirimir diferencias, continuamos sembrando odios e intolerancia al servicio de egoísmos individuales y grupales. En esta lucha por alcanzar el bienestar material muchos pueblos sucumben ante la tentación totalitaria creyendo en nuevos Mesías y sus promesas. Asumen posturas irracionales atendiendo ideologías que prometen paraísos terrenales, en base a distribuir de manera coercitiva los recursos escasos en vez de aumentarlos con el trabajo que enaltece. En ese mundo nos movemos los venezolanos hoy.
Ha llegado el momento de: sacar del templo patrio con el látigo a los mercaderes de ideas, al canalla que trafica con las esperanzas del pueblo. La Natividad es tiempo de oración pero también de santa indignación en perenne lucha por elevar el espíritu.