Opinión Nacional

Morir apuñalados por el odio

En el mejor de los casos se hacen militares indignos y usan el armamento destinado a la defensa de la civilización para asaltar las instituciones democráticas o tratar de hacerlo. Se dan casos en que derrotados en el intento y sobreseídoles el delito, incursionan en la actividad política y capturan la presea presidencial. Desde ese alto sitial dejarán caer, sobre quienes obstaculicen su desplazamiento hacia la tiranía, el peso de su maldad connatural.

El odio, ese abominable sentimiento que habita en los socavones de los espíritus inferiores es, según se desprende de la prédica del “Ché” y, mucho antes, de los adoctrinadores que hicieron de Ramón Mercader una maquina asesina, el combustible indispensable para el avance de la Revolución Socialista; la del socialismo real, la comunista diseñada por la troica Lenin-Trotski-Stalin.

Con diferencia de estilos y procedimientos, así lo exigen los tiempos, el Socialismo del Siglo XXI propugnado por el Comandante Bellaco en Jefe  que nos desgobierna disimula sus verdaderos propósitos. Por ahora no realiza juicios públicos como los de Moscú en los años 30 y siguientes del pasado siglo. Ya vendrán, si los dejamos. De momento se limita a disfrutar del dolor ajeno. Es la fase del sadismo embozado.

En el pasado inmediato sólo Juan Vicente Gómez y Pérez Jiménez apuñalaron con su odio infernal a cuantos se le opusieron. Con saña inenarrable a quienes, para mayor desgracia, enfermaron mientras moraban en las ergástulas tenidas por cárceles. El más reciente fue el trato inhumano que dieron al Dr. Alberto Carnevali, líder de la Resistencia Civil, dejándolo morir en un camastro de la Penitenciaría General de Venezuela, sin la asistencia médico-humanitaria debida.

Hoy, en pleno Siglo XXI, entre otros ciudadanos dignos como los comisarios Henry Vivas (cáncer generalizado) Iván Simonovis (problemas respiratorios, cardiopatías, dificultades visuales y motoras, etc.) y Lázaro Forero atacado, como sus compañeros de infortunio, de males propios del encierro al que están sometidos, con derecho a ver el sol una vez por semana, están condenados a morir sobre el camastro de un lúgubre calabozo, según lo determina la justicia del Socialismo del Siglo XXI cuya espada tremola el Comandante Bellaco en Jefe, adalid del odio y la destrucción.

¡Pobre de él! El odio le obnubila y no alcanza percatarse de la proximidad del castigo. Porque los daños ocasionados al prójimo, por el odio que alguien guarde en su mala entraña, se revierten.

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