Opinión Nacional

Montesquieu fue asesinado en Venezuela

“constituye una experiencia eterna el que todo

 hombre con poder es llevado a abusar del mismo;

 eso sucede hasta que se topa con límites. ¡Quién

 lo diría! La propia virtud necesita límites. A fin

 de impedir el abuso del poder es menester que

(…) el poder refrene el poder”

Montesquieu

En tertulia de amigos, hemos comentado siempre entre bromas y veras, que en el gobierno actual, entre otros despropósitos, se ha cometido el de asesinar a Montesquieu.

No recordamos de qué murió realmente en París el ilustre Barón, lo que tenemos claro es que en los tiempos que corren, en nuestro país, sí se ha cometido su asesinato, obviamente simbólico, mediante la supresión de uno de los principios más caros de su legado democrático y libertario: la separación y autonomía de los poderes del Estado, detrás del cual está el concepto fundamental de límite aplicado al poder político.

Es de todos conocido que los bárbaros que nos gobiernan no sólo se han “cargado” de manera irracional y absurda a figuras históricas como Cristóbal Colón o José Antonio Páez, a historiadores e intelectuales de la talla de un Mario Briceño Iragorri o a políticos como Rómulo Betancourt.

  Su demencia ideológica va mucho más allá, y ahora llega a la de arremeter contra pensadores que dieron aportes trascendentales a la teoría y la práctica política democrática moderna, que, visto lo visto, siguen aún vigentes.

  Indudablemente, en el caso del jurista y filósofo francés, el “asesinato” no deja de ser incomprensible, por no decir extravagante, desde el punto de vista del pensamiento político de Occidente y de las realidades actuales.

  Aunque en la práctica ha sido así desde hace unos años atrás en Venezuela, es ahora que vemos explicitada por los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, ya como hecho notorio, la idea de que la división de los poderes del Estado debilitaría a éste; por tanto, el principio de “checks and balances” no tendría, según estos personajes del “nuevo constitucionalismo” bolivariano, pertinencia, bajo las circunstancias del mundo actual o en todo caso, las de nuestro país.

  Ciertamente, Montesquieu ha sido considerado un teórico del constitucionalismo liberal, pero sobre todo, del pluralismo de partidos y del pluralismo político y social. Según él, no hay libertad en aquella estructura política que no cuente con poderes distintos en cuanto a sus contenidos; autárquicos por su origen, y separados en lo que respecta a la función específica que realizan.

   Pero para este gran pensador, el principio del límite es esencial. En contraste con la filosofía de Hobbes, aquel es consustancial a la idea de la libertad, la cual no puede ser ilimitada. Esta contraposición de filosofías es la que se expresa entre el autoritarismo hobbesiano y el antiautoritarismo de Montesquieu. O como diría un autor, el enfrentamiento entre la filosofía del no límite frente a la filosofía del límite, en definitiva, entre una visión que no puede prescindir de la guerra y la que apunta a la paz.

  Con base en este principio es que las democracias pluralistas modernas se han desarrollado y han permitido que todas las expresiones políticas puedan tener vida tanto en los ámbitos nacionales como en el de las organizaciones de gobierno descentralizado.

   Sin embargo, ahora resulta que en pleno siglo XXI y conocidas las virtudes prácticas y la efectividad en términos de democracia y libertad del principio de la separación e independencia de los poderes públicos, aparecen desde las profundidades de la historia enterrada y más que superada, unos zombis a reivindicar el absolutismo (eliminación de la separación de los poderes) en nombre de un supuesto avance de la teoría constitucional.

  ¿Cómo puede ser considerado un avance semejante retroceso, tal atentado contra la libertad y la democracia? Al igual que su amo, los magistrados del TSJ que han expresado tales disparatadas ideas, son el hazmerreír en los círculos académicos del mundo que se han enterado. El nuevo constitucionalismo, el verdadero, está en las antípodas de este engendro salido de las tinieblas premodernas.

  Estos magistrados, aprendices de brujo, no escarmientan. La locura ideológica, en algunos casos, y la sumisión vergonzosa, en otros, están contribuyendo a llevar al país a una encrucijada muy peligrosa, al reafirmar al déspota en sus propósitos.  

  La Constitución Nacional venezolana, cuestionable en otros aspectos,  es muy clara sobre este tema, y ninguna interpretación, por muy retorcida que sea, autoriza para decir exabruptos como los que la Presidente del TSJ ha proferido en estos días en un evento de carácter internacional.

  Estas opiniones pasarían al tacho de la basura, si no fuera porque estos magistrados de la ignominia y de la abyección se han prestado a todo tipo de desaguisados en nuestro país. Estoy seguro, sin embargo, que no pasarán inadvertidos frente al juicio implacable que el pueblo venezolano emitirá mas temprano que tarde.

  Finalmente, queda recordar, por sabias, estas palabras del barón de Montesquieu: “el espíritu de moderación debe ser el del legislador; el bien político, como el bien moral, se halla siempre entre dos límites” (…) Lo afirmaré siempre: es la moderación lo que gobierna a los hombres, nunca el exceso”

 

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