Monólogo vaticano
Tráeme, Elías, un poco más de café. Acércame el espejo. Proyecta las fotos otra vez.
Pon de nuevo el video de Manuelita arribando al Panteón. Quiero escucharme con tranquilidad, Elías. Mirarme serenamente en la ceremonia. Quiero celebrar contigo el momento cuando este servidor reunió para siempre, para la gloria eterna, a nuestro padre Simón con nuestra madre la Libertadora.
Ay, Elías, ¡qué gusto! No es que yo sea narciso y disfrute viéndome a mí mismo como dicen mis enemigos. Los apátridas. Los intelectuales tarifados. Los periodistas pitiyanquis. No, Elías. ¡No, no y no! Lo que sucede es que yo ya no me pertenezco. Mi voz no es ya mi voz. Es la voz del pueblo. Mi rostro ya no es mi rostro. Es el de los oprimidos, el de los condenados de la Tierra. Pero los disociados no lo quieren entender: lo que brota de mi garganta no es mi voz, ¡lo que vibra por los parlantes es el libro abierto de un pueblo entero que aguarda su redención! Ponme la parte del cardenal.
Pero dale volumen para que se escuche bien. ¿Cómo me quedó, Elías? Vergatario, ¿verdad? ¿Viste la cara del nuncio apostólico cuando le dije troglodita al sinvergüenza de Urosa Savino? O cuando le enrostré que el Papa se había equivocado al nombrarlo cardenal. Ellos, Elías, se creen superiores. Intocables. Pontífices. Desgraciados. Pero conmigo se jodieron, compadre. Porque conmigo el que se resbala pierde (¡Elías, no aplaudas que estamos solos, no estamos en cadena!). No quieren entender que conmigo nadie juega la pelota. Que esta es una revolución pacífica pero armada, democrática pero autoritaria, civil pero militar, civilizada pero bárbara.
Y no es que yo sea peleón.
Grosero. Maleducado. Es que me obligan. Porque si se portaran bien, si se quedaran callados, si no metieran sus narices en mis cosas, yo no tendría que meterme en la suyas. Se la buscan, Elías. Se la buscan. ¡Venir a hacer campaña contra mí ahora que se acercan las legislativas! No han entendido ni la Biblia. Si la entendieran tendrían que aceptarlo: «A Chávez lo que es de Chávez, y a Dios lo que es de Dios».
Pero ellos no. Porque son lacayos, Elías. Lacayos de los ricos. Lacayos del imperialismo.
Lacayos de los judíos. ¡Los maldigo una y otra vez! Elías, te lo juro por Dios (¡y no me calmes que no me va a dar ningún ataque!), los maldigo con todo el poder que me da ser el representante legítimo del pueblo.
Los maldigo en nombre de la Historia, de Guaicaipuro, de Bolívar y de Manuelita (que encarna la dignidad de la mujer latinoamericana), del Che Guevara, de las garzas del Cunaviche y de las vibraciones del Arauca vibrador.
Entonces, Elías, prepárate porque ahora sí viene lo grande. Qué Polar ni qué Polar. Qué Electricidad de Caracas, ni qué Cantv. Llama al embajador en el Vaticano, dile que saque las cuentas. Y llama a Ramírez para que saque los reales, porque ahora vamos a fondo: ¡a comprar el Vaticano con Capilla Sixtina y todo! Y si no la venden, ¡me la expropian! Elías.
¡Exprópiese el Vaticano! A ver si aprenden a no llevarme la contraria. Si es necesario cambiar las leyes, me las cambian. Y si se ponen brutos, me sacan los tanques de la brigada blindada, porque no vamos a permitir que le arrebaten al pueblo venezolano la soberanía que tanta sangre costó a nuestros libertadores.
Y ya tú sabes, Elías, cuando tengamos el Vaticano, nombramos el Papa socialista que la humanidad se merece, y al cardenal socialista que Venezuela necesita y, como Moronta se rajó, pues, ponemos a cualquiera. Puedes ser tú mismo, Elías, al final, todos somos hijos de Dios, y tú tienes cabeza suficiente para llevar la mitra.
Lo demás es pan comido, hermano. Anulamos los matrimonios de ambos y casamos post mórtem a Manuela y a Simón, para que los escuálidos que andan llamando barragana a la generala se queden con las ganas de ensuciar el nombre de la madre de nuestra revolución. Y, quién quita, Elías, quién quita, si hasta logramos beatificar a Simón que debe estar a la diestra del Dios padre mirándonos orgulloso cómo de un solo tiro estamos acabando con el capitalismo salvaje y con los diablos vestidos con sotana.
Desgraciados.
Déjalo así, Elías. Ya está bien por hoy. Ponme el video otra vez y vete a dormir, hermano.
Pero recuerda: ¡conmigo el que se resbala pierde!