Minicidio y Microcidio
Jamás de los jamases pude imaginar que algún día añoraríamos la oratoria de Hugo Chávez. Era vulgar, ofensivo, amenazante, arbitrario, chabacano, cursi, ridículo, payaso, pero de vez en cuando soltaba alguna idea. Había que verlo y oírlo porque solía gobernar frente a las cámaras de televisión y en cadena nacional. La mayor parte de sus dislates, de sus abusos de poder, de sus decisiones demagógicas y populistas, de sus nombramientos y destituciones y de sus órdenes de perseguir y encarcelar a adversarios o a personas que lo incomodaban, así como sus amores, odios y rupturas internacionales, eran conocidos en el país y en el extranjero, gracias a sus interminables alocuciones encadenadas. Confieso que nunca agradecí tanto a la vida no haber seguido mi vocación de ser periodista, como en esos largos catorce años en que los profesionales del área debían soportar aquellas peroratas para luego publicar un resumen.
Era difícil entonces imaginar que pudiese haber algo peor que esa microfonía compulsiva del gran timonel y llegó Maduro, mejor dicho, llegó la dupla que nos gobierna; el dúo dinámico constituido por el presidente en entredicho y el capataz de la Asamblea Nacional, teniente en situación de retiro, mejor dicho de expulsión, Diosdado Cabello. Decir que nos gobiernan es un eufemismo, porque hasta ahora no hay evento alguno, incluyendo las fechas patrias, que no tenga el mismo guión: loas al Gigante, al líder supremo, a “nuestro” Comandante Chávez, el único e insustituible y, acto seguido, insultos y amenazas a la oposición. Los calificativos fascista, apátrida, burguesito, asesino, corrupto, son indispensables en cada una de las apariciones de la dupla que comparte la presidencia.
En las últimas semanas hemos apreciado una cierta variante en ese libreto y es la incorporación de las denuncias de conspiraciones que pretenden acabar con las vidas de ambos presidentes. El 24 de julio, día del natalicio de El Libertador, ese tribuno que lleva por apelativo el nombre de Dios, vociferaba que no se equivocaran (los conspiradores) que caiga quien caiga, así sean el mismo, Nicolás o cualquier otro, sabrán quiénes somos, porque aún no nos conocen. Tratamos de descifrar ese galimatías y llegamos a la conclusión de que fue un lapsus derivado de la mala conciencia del teniente en situación de retiro por expulsión: o él está metido en la conspiración para asesinar a su socio en el poder o piensa que éste podría autosuicidarse, lo que viene al pelo cuando se trata de suicidios que suscitan dudas.
La manía de acudir con alguna regularidad a las denuncias de magnicidio en grado de tentativa, fue copiada al carbón por el difunto Hugo Chávez de su padre putativo y guía máximo, Fidel Castro. Un cálculo a vuelo de pájaro nos lleva a que en sus 45 años de ejercicio absolutista y activo del gobierno de Cuba, Castro refirió unas tres tentativas de asesinarlo por año, casi siempre atribuidas a ese monstruo de mil cabezas llamado Central Intelligence Agency vulgo CIA. La conclusión es que después de 135 intentos fallidos de acabar con la vida del tirano, uno puede entender el porqué del caso Snowden y del affaire WikiLeaks de Julian Assange. Cuando el discípulo Chávez se inició en denuncias similares -se calcula que fueron no menos de 25 en sus catorce años de gobierno- la prensa chavista (Aporrea, Vea y otros por el estilo) incorporaron en la planificación del asesinato de su líder, al Mosad israelí. Resulta que el A Mosad leModi’in v’leTafkidim Meyuhadim (su nombre en hebreo) o «Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales», que puede contar entre sus hazañas haber conocido con anticipación el discurso acusatorio de Nikita Kruschev contra Stalin, en 1956, la localización y captura de Adolf Eichmann en Buenos Aires, en 1960, la obtención de los planos de los aviones franceses Mirage 5, lo que le permitió a Israel fabricar los poderosos aviones de caza IAI KFIR, la Operación Entebbe para rescatar a los 250 pasajeros de un avión de Air France llevado por terroristas árabes a la Uganda de Idi Amín Dadá, en 1976 y la aniquilación uno por uno, de los terroristas implicados en el secuestro y asesinato de los atletas israelíes en las Olimpiadas de Munich, en 1972; ese prodigioso cuerpo de espionaje y acción que ha sido capaz de dar muerte con un arma satelital de largo alcance, a un jefe terrorista palestino sin que se movieran un milímetro sus lentes ni su celular colocados en su escritorio, falló una y otra vez de manera vergonzosa en los supuestos intentos de librar a Venezuela y al mundo de la presencia de Chávez.
Agotadas por increíbles las imputaciones al Mosad y debilitadas las que se le hacen a la CIA, ahora la conspiración con fines asesinos se fragua en Colombia bajo la dirección del ex presidente Álvaro Uribe Vélez. A este controversial personaje de la política colombiana no se le puede negar su éxito en combatir y debilitar al máximo, a los aliados y altos panas de Chávez, las FARC. Quizá de allí provenga el miedo que manifiestan nuestros Tintán y su carnal Marcelo. La insistencia en la denuncia, que transpira pánico, nos obliga a buscar en el diccionario el verdadero significado del término magnicidio: “Se considera magnicidio el asesinato u homicidio de una persona importante”. Juzguen ustedes apreciados lectores si ese podría ser el caso de los dos presidentes, Maduro y Cabello.