Opinión Nacional

Miedo, furor y estupor

Nadie sensatamente racional y con una moderada dosis de cordura lo discute: el miedo es una pulsión ontológica consubstancial a la especie sapiens y desde los albores de nuestro largo e inacabado proceso de hominización socio-cultural los seres humanos, todos sin excepción, debemos echar el miedo a nuestras espaldas y cargar con él, del mismo modo como llevamos nuestro patrimonio fenotípico y nuestras trazas distintivas antropológicas. El miedo va con nosotros así como van nuestras características bio-psico-sociales. Ningún ciudadano venezolano puede salir en la mañana a su trabajo a cumplir con sus obligaciones civiles profesionales dejando el miedo guardado en el armario o en el clóset de su vivienda o apartamento. En Venezuela vivimos un terrible clima de auténtica zozobra ciudadana; el país entero es presa de eso que los psicoanalistas denominan una “esquizotimia colectiva” . El alma del país está literalmente escindida; la subcultura de la muerte se ha entronizado en el espíritu del colectivo como una demónica fuerza destructora que disuelve lazos y pulveriza certezas que creíamos sólidas y firmes y que le ha costado a la nación centurias de convivencia pacífica y de cohabitación civilizada, obviamente con sus breves períodos de escaramuzas y convulsas catarsis políticas.

Nunca como en el último septenio Venezuela había experimentado tanto derramamiento de sangre en esos pandemonium dantescos injustamente denominados penitenciarías.

Jamás transcurre un mes sin que en Venezuela se escenifique una cruenta batalla fratricida dejando como saldo una estela de cadáveres decapitados, cuerpos de reclusos mutilados, tasajeados y agujereados por proyectiles de armamento de calibres sólo permitido en confrontaciones bélicas y conflictos militares internacionales. Vivir en Venezuela se ha convertido en ese macabro “juego” mortífero llamado “ruleta rusa”. Ayer le tocó al vecino de la esquina, hoy le tocó al vecino de enfrente; ¿a quién le tocará mañana, a usted que lee estas líneas angustiadas o a mí, a mi hija, hermano, etc?
Así vivimos en esta nación llamada Venezuela, con un barril de petróleo a más de 70 dólares y la delincuencia y el hampa fabricando más cadáveres en un solo fin de semana que la mismísima guerra de ocupación norteamericana a Irak. Para mayor asombro de todos, nadie; ni el Vice-Presidente, ni el Fiscal General de la República, ni el Ministro del Interior y Justicia hacen una cadena nacional de radio y TV para declarar la “emergencia nacional” contra el toque de queda a que está sometida la sociedad venezolana por la delincuencia. Y no se trata de un simple problema de seguridad de Estado; se trata de algo muchísimo más grave que un problema de Estado; Venezuela entró en estado de anomia social generalizada y el que menos pensamos está armado para su legítima autodefensa porque el Estado o no hace absolutamente nada para garantizar el derecho a la vida de los ciudadanos o mira para otro lado pretendiendo “hacerse el loco” ante la peor catástrofe social, jurídica y la peor conmoción moral a que ha sido sometida la nación en décadas. En una sociedad que se reivindique a sí misma democrática el Estado debe estar al servicio de la sociedad y no como ocurre actualmente: la ciudadanía está vergonzosamente prosternada ante el Moloch estatocrático. Los cimientos jurídicos e institucionales del país sólo se estremecen cuando la víctima es un(a) notable de la pirámide societal. De resto, las 67.000 vidas segadas por la barbarie con rostro humano de la inseguridad a manos de la sanguinaria guadaña del delito impune nada dicen a la conciencia nacional. Ante el tétrico cuadro mefistofélico que tenemos los venezolanos ante nuestros estupefactos ojos no podemos dejar de preguntarnos si guardar silencio y jerarquizar prioridades subalternas comparadas con tamaña hecatombe no es también una eufemística forma de legitimar el delito y hacerse copartícipe del incesante baño de sangre que se cierne sobre los hogares venezolanos. Como dijo el inmenso peruano universal César Vallejo: “Nunca lo lejos arremetió tan cerca”.

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