Opinión Nacional

Metaltrópicos

SI SE BUSCA una definicion de metaltropía en el Diccionario de la Lengua Española, no se encontrará. Lo cierto es que parece útil como concepto para reunir toda la viruta intelectual que emana de las versiones que pensadores, propios y extraños, han dado sobre lo que hemos sido los venezolanos. Si con alguna me siento satisfecho es con la de país metaltrópico. Explosiva combinación esa de metales y trópico. Más aún si le agregamos petróleo, que es por definición un aceite mineral caracterizado por ser inflamable y del que el mundo depende de manera creciente.

¿COMO ESCRIBIR la historia de un país metaltrópico? Empecemos por decir que por tal entendemos un conjunto más o menos ordenado de gente que sobrevive sobre un territorio medianamente definido, con un sistema jurídico-referencial esencialmente borroso, que se sostiene casi exclusivamente, material y espiritualmente, de la venta de lo que producen sus minas. En el caso de Venezuela, esa mina profunda se llama petróleo. Por cierto, una de las acepciones de la palabra «petrolero» que da el mismo diccionario es la de «persona que con fines subversivos, sistemáticamente incendia o trata de incendiar por medio del petróleo». Ojalá que el Gobierno nacional no declare persona non grata y abra un juicio posterior a los académicos de la Lengua por enemigos del país, al sentirse aludido por dicha revelación.

POR ESO ES QUE AFIRMAR que lo más parecido a Venezuela sea un periódico en el que todo ocurre y nada pasa, no sería una exageración, porque la historia escrita es periodismo. Nuestros historiadores que lo que casi siempre han querido ser, y han sido, es políticos, andan detrás de los hechos para que la historia no los deje atrás. Y cuando la historia ha querido hacerse seriamente, ha sido más congruente con la literatura, la filosofía o la mitología.

¿ES POSIBLE la historia sin continuidad? Porque lo recurrente es en nuestro caso el brinco, la incoherencia y la falta de persistencia, montados sobre la estructura de una silla con tres patas, que son la geografía, el caudillismo y el petróleo. Río en desgaste. Energía sobre sí misma que no desemboca. Tierra de Gracia, Dorado, Manoa, siempre buscando lo que vamos a ser o lo que fuimos, y nunca lo que somos. Vivimos en un estado de insatisfacción permanente en el que se genera el complejo de Adán, según el cual nada sirve, todo debe comenzar de nuevo y el que lo va a realizar «soy yo». Como la relación del minero y la roca: abro, miro, y si no aparece nada rápidamente, sigo en una nueva empresa. Al final el territorio espiritual que hemos construido está plagado de traspiés más que de escaleras, agujeros cuando no abismos en vez de puentes y caminos. Queremos ser sin estar.

EN ESO HEMOS SIDO fieles a las leyes de la geografía que es nuestro distintivo más evidente como nación. Desde que nos descubrieron, o como gusten llamar, nos hemos destacado primero como naturaleza (belleza, diversidad, exuberancia), luego bonhomía (gente amable, sencilla, alegre), y lejos, muy lejos, institucionalidad. La mirada del otro o de nosotros ha coincidido en esa dirección. Los viajeros que han llegado a estos lares y los venezolanos que han escrito sobre el país coinciden en estos elementos de juicio que aquí muestro.

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