Merienda de caudillos
“En tanto él mismo se proclama líder de los pretorianos,
declara a cualquier otro líder pretoriano como su enemigo”
Karl Marx, El dominio de los pretorianos, 1858
El caudillo comienza a asquearse de su propia obra. Ha triturado toda forma de democracia, ha aniquilado toda institucionalidad, ha permitido que afloren los peores sedimentos de caudillismo autocrático nacional. Pero cuando ve el resultado de esa trituración, la anarquía de quienes pretenden emularlo en las regiones, viene con su cara tan lavada a decir que “le da asco”. Si a él le da asco ver cómo se destripan sus secuaces, ¿qué asco no le dará a la Venezuela decente el destripe que él mismo le ha causado a la institucionalidad nacional?
Lo que no quiere ni puede reconocer es que su obra lleva el germen de la disolución social, económica y política de toda una sociedad. Que nadie puede impunemente destrozar el orden institucional para pescar en río revuelto y erigirse en el caudillo de un país reducido a montoneras, sin provocar la emergencia de mil caudillos y mil montoneras. El caudillismo es centrifugador. Manuitt es el Chávez del Guárico. Como muchos otros líderes de su entorno – Diosdado Cabello a la cabeza – pretenden ser los Chávez del futuro. ¿Con qué derecho puede el principal caudillo impedírselos? Su tragedia, la tragedia de Chávez, es que está multiplicándose en miles de enanitos con verrugas y boinas rojas. Todos potenciales enemigos militares y políticos suyos.
Y ya comienzan a devorarse por el Poder. Que es centrípeto y no admite competencias. La imagen de Saturno devorándose a sus hijos, maravillosamente pintado por Goya en sus pinturas negras, le viene hoy como anillo al dedo. No sabe que su máxima fortaleza es su más grave debilidad. Nadie puede provocar el caos sin caer en sus redes. Así le de todo el asco del mundo: los asquerosos no son los otros. Ni siquiera él mismo, que será su víctima exquisita: es el perverso sistema del caudillaje.
De ese modo, y mientras la oposición formal – que bien podría ocupar un ministerio en el gobierno de Chávez, el Ministerio de la Oposición, la misma que condujo las luchas de la Coordinadora Democrática y publica vespertinos a la espera de ser llamada a candidatearse como contrafigura ideal del caudillo -, vegeta la catalepsia de los justos, el Poder se deshilacha producto de sus propios ácidos gástricos.
Seguramente no ha leído aún el 18 Brumario de Louis Bonaparte, de ese genial analista político que fuera Carlos Marx, ni ha tenido tiempo su vicepresidente de explicarle en qué consiste el bonapartismo. Si lo supiera, vería que comienza a verse necesitado de él: tratar erigirse en el árbitro supremo de feroces luchas de facciones. Lo cual podría servirle a la hora de intentar algún orden en sus montoneras.
De lo que no podrá ser árbitro es de las luchas sociales ni de una oposición con los pantalones bien puestos. Que ya comienza a asomar cabeza, a despecho de los viejos y nuevos partidos que ya hacen mutis entre las patas de los caballos del CNE.
Mientras a Chávez otro Chávez lo acecha en la sombra, un nuevo liderazgo emerge para un nuevo país. Comienza a sonar la hora de la verdad.