Opinión Nacional

Maracaibo 479 e incivilidad 2008

Y Dios creó a Maracaibo mucho después del séptimo día, el segundo después de su descanso, y se valió de los alemanes, a quienes había sembrado el amor tras las aventuras mas diversas, entre las que cabían las virtudes y la avaricia, el amor al arte y a al guerra, a la razón y a la locura, el temor a Dios y la desconfianza por la Iglesia, la asunción del diálogo perenne entre Mefistófeles y Fausto, y en eso andan y anduvieron siempre. Sin brújula ni bitácora Ambrosio, quien vive por siempre en Cabimas, llegó a estas tierras donde escucharía decir, no se en que lengua, que por esos lugares mandaba un indio llamado Maracaybo, de quien no habría razones para temer, sino causas buenas para ser amigos. No se qué pasó entre ellos, pero nada queda de esa amistad probable. Algo así como Bolívar y San Martín. Después de eso, en pocos años , otros vinieron con el fin de refundarla, rehacerla, redimensionarla, en la idea, de modo que Maracaibo es realmente la historia de nombres, sobre un nombre, Maracaybo, que Alfinger asumiría para evitarse complicaciones, lo que sí ocurriría después para ser otros nombres dependiendo de la voluntad de Pacheco y Maldonado. Poco importa que cambiara de nombre, Ciudad Rodrigo y Nueva Zamora, diríase, respectivamente, pero la esencia seguía allí clavada, sin que nadie sepa por qué, Maracaybo. El alemán quizá dejó un poco de vehemencia por asumir el trabajo como bueno, pero no quedó nada mas, mientras los españoles trajeron y sembraron su habla y mas cosas que traían en sus mochilas, sus santos y sus credos, su lengua y sus mañas, sus virtudes y sus enfermedades, sus saberes y sus brujerías, su ser de mestizajes híbridos y su falsa convicción de ser originales, virtuosos prostitutos y ascetas rezanderos. Maracaibo será, pues, desde siempre un ser que se construye sobre su nombre y preserva su nombre, como su unidad originaria y primigenia. Quiero decir, Maracaibo no se crea sobre tierras habitadas por gentes que aferrados fueran a sus espacios y a sus alrededores sino sobre un nombre, del cual para preservación de lo que vendría luego, no tenía parentesco con los dioses, ni había sido amamantado por loba alguna, ni lo sostenía leyenda mágica o poema épico, ni había surgido de las aguas, ni era árbol que alcanzara los cielos para hacerse ciudad que a los dioses embriaga. Eso sí, tan grande y tan magnánimo era que ni siquiera sabemos cómo era, pero sí que tenía algo de Quijote-Sancho, porque él era dos personas en su único ser verdadero y tenía su ínsula, su Barataria en su Coquivacoa. Y allí, jamás hubo espacio para guerra alguna, ni para odios, ni maledicencias por el mal vivir, ni venganzas ejecutadas por sicarios hechas, ni envidias y obscuras pasiones por el buen existir ni vacunas para poder moverse libre por sus calles sin miedos, que ahora en ellas habitan.

Nada de eso era, todo eso será. En ese andar llegó para quedarse la Chinita, de eso fue después de los primeros siglos, ¿dos quizá o un poco menos? Y por esos mismos tiempos llegaron otros, venidos de todas partes y dejaron sus huellas, unos, de Atila, hunos, de Dionisos y Prometeo, otros, los sabios, los poetas, los labriegos, y no será hasta 1991 cuando San Sebastián asume el patronato de la ciudad, pero sin llegar a poseerla. La propiedad es de exclusividad de la Chinita y él se convertirá en una ser adventicio. Ni gaitas tiene el pobre, pero tampoco sufrimientos, sólo su anonimato tiene, lo cual por lo demás puede ser bueno, pocos ni nadie se acercan a exigirle milagros y él está exento de cualquier secuestro. No es poca cosa eso. Mi sagrada pecadora ignorancia siempre me sugería respetar mejor a San Francisco, como el verdadero Patrón de la ciudad, pero no se por qué hay algo de mala suerte en este santo o su vida desenvuelta en la caverna no sea propia para este clima donde el sol abrasa y abraza y tanta dama suelta bien lo emula.

Mil cosas fueron pasando y en eso siguen, unas, sirven de historias a los cronistas o alimentan el ego a los veneradores de Kitsch. Otras, no pasan. Son las sembradas por el arte y la ciencia que en estrecho binomio han logrado preservar el nombre, Maracaibo. Pero, su realidad espacial Maracaibo, tiene otra historia, la historia de su muerte. Con la destrucción de El Saladillo le arrancaron de cuajo el corazón, fue un asalto a la razón a la historia a la belleza. Le vendaron por siempre los ojos para impedir contemplarse a si misma en la grandeza de su lago e impidieron a todos asistir al entierro nauseabundo de sus aguas. Le secuestraron la consciencia al inventarle que “somos la primera ciudad de Venezuela” y no faltan quienes la ven como la mejor de América y, por si poco fuera, la mejor del mundo, que acompleja y de rodillas ante ella ponen a Paris, Roma, San Francisco, Buenos Aires, Praga, Budapest, devenidas en aldeas avergonzadas por su pequeñez ante la “primera ciudad de Venezuela”. Le crearon, para completar su destrucción, un complejo de vanidad que es, en esencia, ajeno a cada quien aquí nacido o aquí venido y que vive en la palabra Maracaibo, empeñados en construir un poema en realizar un sueño crear un teorema, hallar lo oculto en el descubrimiento. ¡Tantos son y tan buenos! Larga lista de seres en donde Maracaibo existe para siempre. La verdad de Maracaibo en la palabra queda como magia o quizá mejor dicho, que la magia queda viva en la palabra Maracaibo, mientras la realidad, la que es dura y verdad, grita para ser escuchada y nadie o muy pocos responden.

La realidad incompleta pero inmensa es un espacio sin corazón rodeado de barrios, ajenos a su historia, ayunos de sus mitos, centenares, sin parques, sin aguas, donde en sectores flamea la bandera colombiana y en casi todas partes se canta, entona, baila vallenatos, mientras la danza, el vals, el bambuco, la décima jamás recorrieron los espacios sin alma que por allí deambulan sin sentido. Visitados son por las gaitas, tantas veces colmadas de vacío, tantas otras retóricas de cuanto ya no existe y daño hacen como estimulo a la vanidad inconsciente. Por las cañadas corre la muerte que se alimentada por la suciedad y la desidia y camina sin escrúpulo alguno para engordar la agonía de su lago. La realidad incompleta es el crecimiento sin belleza, sin orden, que vendan los ojos para imponer la idea de observar mejor con los ojos cerrados. La realidad incompleta es su LUZ pagada, cómplice de las más tragicómicas aberraciones, que ha perdido la risa, el color, el canto el saber y pisotea su historia y la historia. La realidad incompleta es el maratón de la alcaldía y el acto del Baralt de la comisión para conmemorar su cumpleaños, cada uno por su propio camino de incivilidad sin huellas. La realidad incompleta es eso y más que eso y es su otra verdad. La de Maracaibo. La que a diario buscan y hacen y recrean sus poetas, sus artistas, sus sabios, sus científicos. Sus trabajadores. Y en justicia algunos políticos. Manuel Rosales inició la búsqueda y persiste en ella, mezquino no asumirlo. Devolver a la ciudad un eland de belleza y un espacio adecuado para tropezarla es y será bueno para todos por siempre. Cuando la belleza sea en la ciudad su vida, entonces no habrá inseguridad, puedo jurarlo. Por ahí andan artistas, arquitectos, músicos, proponiendo alternativas y haciendo obras para que la ciudad vaya al encuentro de su mismidad sublime y la palabra Maracaibo recobre su esencia, la magia para que la vida sea sueño verdad hecho. La realidad incompleta el esfuerzo del MACZUL, CAMLB, FANM, T Baralt para que la luz brille constante y clara, sublime y trascendente.

La realidad de Maracaibo impone de inmediato que CORPOZULIA, Gobierno Regional, Alcaldías, por encima de sus diferencias que buenas son si racionales son, establezcan consensos para dar respuesta a esa verdad inmensa que reclama unirnos y así devolver la vida al Lago, con ello garantizarla al Zulia todo, al País todo; desarrollar ya el proyecto ferroviario que dé unidad geopolítica y cultural al Zulia y se contribuya de ese modo a hacer crecer su identidad sin vanaglorias. Que es difícil, lo se. ¿Cómo ignorarlo? Pero esas dificultades son muy menores a la cualidad de los éxitos que ello hace posible. Hasta el arzobispo escondido en palacio podrá salir a bendecir los transeúntes. Los rectores doctos y los otros extenderían sus voces para ser vistas y asumidas según la cualidad de sus mensajes. Desde cuando gobernaba Oswaldo, y mi amigo Luis Hómez recorría paso a paso estas tierras y tocaba las almas y así abría caminos según era su andar, empecinado ando en ser oído, y en ese empeño he reiterado esta propuesta que es mi apuesta para que el Zulia gane, lo humano sea y viva. Agradezco a quien desde su mundo bueno me ha escuchado. Hay muchos más, y mejores que yo, empeñados en esto. Confieso que mi hijo Simón, con la inmensa ayuda de sus amigos y los suyos, hace mejor las cosas con más éxito. Maracaibo es esa realidad y es la otra que en conflicto cohabitan, déjenme gritar, salvémosla, todos, si no todos perdemos.

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