Mal perdedor
En las culturas democráticas está muy mal visto que un candidato derrotado no reconozca el triunfo de su adversario. Es mal perdedor quien nunca admite sus fallas y siempre tiene un culpable para endilgárselas.
En EE.UU., por ejemplo, es muy probable que un político encuentre el final de su carrera si responsabiliza de su derrota a otros o si no reconoce la victoria de su rival de manera clara y rápida. Ni siquiera Al Gore en 2000 alargó la angustia de los estadounidenses, en medio de aquel engorroso proceso, una vez que la Corte Suprema, con un discutible fallo, impidió un nuevo reconteo de votos en el estado de Florida que dio el triunfo definitivo a George W. Bush.
Hemos visto cómo en las últimas elecciones, Jhon McCain, con la más grande hidalguía, aceptó su derrota y esa misma noche, ante las desfavorables proyecciones de las cadenas de TV, llamó a Barack Obama “Mi Presidente”. No en vano la democracia gringa puede hacer alarde de un ejercicio democrático sin interrupciones de más de dos siglos y cuarto.
Como la regla de oro de la democracia es la de la mayoría, quien aspire a gobernar no puede burlarse de esa voluntad mayoritaria expresada en las urnas. Sobre todo, si el perdedor piensa volver a presentarse a la evaluación de los electores.
Uno de los pocos casos de malos perdedores que regresaron y ganaron es el de Richard Nixon. Siendo vicepresidente de Eisenhower, Nixon perdió por muy escaso margen la carrera presidencial en 1960 contra Jhon F. Kennedy. Su admisión de la derrota fue intachable. Pero dos años después, cuando buscó la Gobernación de California, protagonizó una deplorable rabieta, sin ahorrar insultos a la prensa que lo criticaba. Desde entonces fue marcado como “mal perdedor”, hasta su triunfal regreso de 1968.
En nuestra democracia venezolana las cosas no eran muy diferentes hasta 1998. Está el ejemplo de Gonzalo Barrios para demostrarlo. Barrios, siendo el candidato de AD, partido de gobierno, perdió la elección presidencial de diciembre de 1968 frente a Rafael Caldera, candidato de COPEI, por un poco más de 30.000 votos. Admitió su derrota porque prefería “una victoria dudosa de la oposición a una victoria sospechosa del gobierno”. Y así, por primera vez en la historia de nuestro país, el poder pasó pacíficamente de un partido a otro.
Mal perdedor es también quien sólo ve la trampa que le hacen pero nunca admite la que él inventa y dirige. No sabe perder quien insulta a las encuestadoras que lo perjudican pero no a las que él paga y manipula.
Pero el peor perdedor es el que diciendo que ganó hace todo lo posible por sabotear las consecuencias de las elecciones. Ese es el caso de Chávez, diciendo que ganó, demuestra con sus acciones que está sufriendo una dolorosa derrota.
Después de haber amenazado con sacar los tanques de guerra, ha admitido que perdió en cinco gobernaciones y en varias alcaldías, pero no disimula su intención de hacerles la vida imposible a los recién electos. Asiste sólo a las tomas de posesión de sus seguidores. (No a todas, porque vimos cómo se perdió los enfebrecidos elogios de Tarek Willians Saab, reelecto gobernador de Anzoátegui). Así, Chávez sería, como efecto perverso de su discriminación, sólo presidente de la mitad del país.
Para colmo, ha dado la orden de que las gobernaciones y alcaldías perdidas por su grupo devuelvan competencias y bienes al poder central, violando la Constitución y las leyes, despreciando a la gran mayoría de los venezolanos (que incluye parte de los chavistas) que desea unas administraciones locales y regionales bien dotadas y eficaces. Si esto no fuera una muestra de verdadera barbarie política, daría risa por ser una reacción infantil. Estos funcionarios salientes demuestran una obsecuencia pocas veces vista en Venezuela, digna de los tiempos de Gómez.
¿Qué demócrata es éste que preside elecciones que sólo son legítimas cuando le dan el triunfo? Para Chávez quien no sigue su confusa revolución no es demócrata, aunque se someta al ventajismo gubernamental, la parcialidad del CNE, el censo electoral sospechoso y gane contra todo esto.
La angustia del mal perdedor se hace evidente con su desaforada, inconstitucional y repetitiva propuesta de reelección eterna. Ya desde el poder electoral se han adelantado algunas voces para decir que tal enmienda constitucional puede ser llevada a referendo en febrero, sin que se haya dado a conocer su redacción ni iniciado su proceso de discusión.
Debe estar muy nervioso el mal perdedor que no quiere dejar el poder y tampoco puede esperar un poquito.