Magistrados
La polarización del país, su división en dos bandos aparentemente irreconciliables, hace que las más de las veces quienes militamos en uno tratemos de ignorar al otro; no queremos saber de él porque nos resulta urticante, en consecuencia no lo leemos, no lo escuchamos y no lo miramos. Sin embargo, cuando uno logra vencer hasta donde es posible algunos de esos escrúpulos, puede encontrarse con revelaciones extraordinarias, de esas que permiten un acercamiento a la idiosincrasia del chavismo en general y a las diferentes formas de ser chavista, es decir, de encajar en esa idiosincrasia.
Como ejemplo voy a utilizar la formidable entrevista de la periodista Alicia Mocci al abogado José Jesús Jiménez Loyo (El Nacional 24-6-04) casi una fija – a decir suyo- en la nueva composición del Tribunal Supremo de Justicia. La descripción del edificio donde se encuentra el bufete de este magistrado en estado embrionario, del bufete en sí mismo y de su atuendo, sumada a las consignas revolucionarias y antioligárquicas con que se inicia la entrevista; darían cuenta de un caso más de audacia extrema y de escasez de escrúpulos unidas a una inocultable mediocridad, tan comunes en muchos de los abogados de medio pelo que hoy saturan el gremio. Lo sorprendente es que éste confiesa, al develar sus méritos profesionales, que él es “muy pedante” cuando tiene que dejar en claro que se graduó en la Universidad Católica Andrés Bello “porque no me rayo con otras universidades”. No satisfecho con el título, está haciendo un postgrado en esa misma universidad y tiene algunos otros “papelitos” que no menciona porque son de unas universidades que no me convencen mucho (sic). Ante la sorpresa de la periodista por esa arrogante defensa de una universidad que el chavismo considera emblema de la más rancia oligarquía; agrega: “Esa universidad (la UCAB) va a cambiar mucho cuando apliquemos internamente el proyecto pobreza. Hay que reeducar a las autoridades universitarias”. Si a todo lo anterior agregamos que el abogado Jiménez Loyo es apoderado legal de Lina Ron y defensor de uno de los pistoleros de Puente Llaguno, podemos desde ya considerarlo no solo una de las doce lumbreras que integrarán el Tribunal Supremo de Justicia, sino un verdadero jurisconsulto.
Lo que más llama la atención volviendo al tema de la idiosincrasia chavista, es ese empeño por distinguirse del resto -no solo de sus copartidarios- sino de sus compatriotas que no han tenido los medios para graduarse en una universidad privada de tanto prestigio como la UCAB. Si para este flamígero revolucionario las otras universidades –incluida seguramente la Central- son una raya, imaginemos lo que en su fuero interno debe pensar de la Universidad Bolivariana. Pero es que él pertenece a lo que, con la venia de los psiquiatras, me permitiría llamar la casta esquizofrénica del chavismo o el chavismo bipolar. La integran los mandamases, los enchufados, los que están en la pomada y han visto crecer y multiplicarse sus cuentas bancarias, pero tienen vetado el ascenso social. Este último y el económico venían siempre muy aparejados; las páginas de sociales de nuestra prensa dieron cuenta a lo largo de cuarenta años y hasta 1999, del ingreso permanente de nuevas figuras en los círculos selectos del who is who en Venezuela. Políticos, contratistas y ex ministros súbitamente enriquecidos, lograban casar a sus descendientes con los hijos (as) de familias de cuatro apellidos; el dinero les abría todas las puertas. Pero la llegada del chavismo al poder rompió todos los esquemas: No solo es imposible que se den esas alianzas morganáticas sino que estos nuevos ricos tienen vetado el acceso a los lugares en los que las clases media y alta hacen sus compras, educan a sus hijos, se divierten y viven. El Sambil se ha transformado para ellos en el símbolo de lo inalcanzable, en un oscuro objeto del deseo, en una obsesión. Así como las multimillonarias mujeres de Arabia Saudita, Irán y de otros países musulmanes compran joyas y trajes de marca para lucirlos entre ellas mismas, impedidas como están de mostrarse ante públicos masculinos; nuestros revolucionarios amantes de la buena ropa y de las costosas joyas (como el fiscal Danilo Anderson) a donde más pueden llegar para lucirlas es al Circulo Militar.
Repetimos, es muy probable que el jurista de la UCAB con postgrado en Lina Ron llegue al Tribunal Supremo; esa última credencial basta para ello. Ya uno de los actuales magistrados quiso justificar su adhesión incondicional al chavismo con el argumento de que Venezuela sigue debatiéndose entre Santos Luzardo y Doña Bárbara; le faltó agregar que por eso la máxima instancia judicial debe estar en manos de los Ño Pernaletes y los Mujiquitas.