Maduro se va a la guerra
Por las denuncias, palabras y gestos con que el gobierno de Nicolás Maduro ha comenzado a desovillar una suerte de conflicto con el de, Juan Manuel Santos, de Colombia, pareciera que el hijo de Chávez -muy en la tradición de su padre-, está tras la caza de una serie de refriegas militares, que si no le dan soles para ascender al grado de general, si creen la fama de que al exlíder sindical no se el agua el guarapo a la hora de lucir en zafarrancho de combate y empuñando las armas.
Complejo que es posible le venga por el lado de que, como dirigente civil de la revolución, jamás se vio involucrado en hechos donde se oyeran tiros y menos cañonazos, y más bien prefirió la modorra que siempre produce el servicio en la administración pública, ya sea en áreas del Ejecutivo o el Legislativo.
Está, además, el “factor Cabello, teniente coronel (r), con conocidas influencias en el Ejército, quien conoció a Chávez en la Escuela Militar en los inicios de la conspiración militar por allá, en los tempranos 80, y desde entonces, no lo abandonó y se las jugó, tanto en la intentona golpista del 4 de febrero del 92, como en la experiencia carcelaria que le siguió, fundó el MVR, y después, una vez accedidos al poder en el 99, fue vicepresidente, tres veces ministro y una, gobernador de Miranda, el tercera entidad estadal más importante del país.
De Maduro se sospecha, por el contrario, que no conocía de la conspiración del 4 de febrero, que mucho menos participó en ella, y que durante los años de cárcel que pagó el teniente coronel en Yare, y los del desierto que cruzó para llegar a la presidencia de la República, mantuvo una actitud discreta, y cuando no, distante.
Pero tampoco se destacó en los cargos que ocupó en los años en que Chávez inició sus períodos presidenciales, primero, como constituyentista, y después como parlamentario, de modo que, se juzga como un auténtico milagro de Say Baba (el santón hindú del cual Maduro es devoto desde su ya lejana juventud), o de otro más milagroso y poderoso aún, San Fidel Castro de Cuba, que Chávez lo designara como canciller de la República el 7 de agosto del 2006.
Cinco años en que recorre el mundo sin una declaración, un hecho, o una iniciativa diplomática que especialmente lo distingan, o por lo menos, le suministren una mediana información que le permita conocer que Copenhagen es la capital de Dinamarca y no de Finlandia.
En otras palabras, que un presidente civil de una República “abortada” por un proceso revolucionario cuartelario como el bolivariano o chavista, en busca de protagonismo militar, de hacerse notar por un hecho de guerra, por una batalla como la de “Bahía de Cochinos” o “Playa Girón”, y después de las cuales, pase a consagrarse como el comandante en jefe que derrotó una fuerza invasora extranjera, capitaneada por el imperialismo yanqui y secundada por la derecha nacional y traidora.
Necesidad, tanto más perentoria, por la fragilidad con que emana su elección como presidente constitucional, que al ser lograda apenas por 200 mil votos, según el CNE, o simplemente por un fraude, como alega el líder opositor, Henrique Capriles, hace propicio que oiga voces de intrigantes que le aconsejan que embista contra gobiernos como el de Juan Manuel Santos en Colombia, por el “pecado” de haber recibido a Henrique Capriles en el Palacio de Nariño.
Como si no fuera público y notorio las veces que tanto Chávez, como Maduro, recibieron a líderes de las FARC en el Palacio de Miraflores (Raúl Reyes, Iván Márquez, Piedad Córdoba, Rodrigo Granda, entre otros) y hasta el apoyo que le brindaron para que algunos de sus grupos operaran en la frontera.
Pero Maduro está ahora bajo el influjo de un político jubilado, que a falta del general, Pérez Arcay, funge como estratega de su política militar, José Vicente Rangel, quien desde que se inició en la política, por allá en los lejanos 60, vienen azuzando a los gobiernos venezolanos de todos los tiempos y pelajes para que invadan, o sean invadidos por Colombia.
Primero a los mandatarios de la “Cuarta”, a los de los adecos y copeyanos, con el pretexto del diferendo limítrofe sobre las aguas del Golfo de Venezuela, y ahora con los de la “Quinta”, los de Chávez y Maduro, con el argumento de que los gobiernos colombianos, los de Uribe y Santos, son aliados del imperialismo yanqui, y en cualquier momento, traspasan las fronteras nacionales.
Pero la argucia con la que viene ahora Rangel, no puede ser más chimba ni trasnochada, como es la de acusar a un grupo de empresas petroleras que operan en el vecino país, fundadas por ingenieros, gerentes y expertos venezolanos expulsados de PDVSA a raíz del paro petrolero del 2002 (y son las responsables del auge de la industria petrolera colombiana en los últimos años), de estar financiando a la oposición antiMaduro y, en particular, al líder y candidato, Henrique Capriles, que por supuesto, estaría al frente de la tropas que perpetrarían la invasión.
Y Maduro que, aparte de frágil, es de una ingenuidad conmovedora, y que no solo escucha las voces de pajaritos preñados, sino la de politiqueros intrigantes, ya se está haciendo eco de mentiras como esa de que la oposición compró 18 aviones de guerra y los tiene en un hangar de Bogotá listos para el ataque, o que desde el Palacio de Nariño salen día a día bandas de paramilitares que vienen a matarlo, o que el propio Santos está al frente del complot que busca derrocar su gobierno.
Se hace ecos, y comienza a darse ínfulas de presidente en campaña, que todavía no viste el uniforme militar, ni los galones de comandante en jefe, pero desliza la idea de que hay que replantear las relaciones con Colombia, y que si Santos no acepta los reclamos de Venezuela, entonces habría que ponerle fin a la política de acercamiento y reconciliación que heredó del difunto presidente Chávez.
El caso es que, el clima de preguerra comienza a desatarse, como aquellos que armaba Chávez cuando amenazaba con enviar hasta de 10 divisiones a la frontera, pero que no alcanzaban a salir de los cuarteles, después que se le informaba que el 100 por ciento de la comida para el rancho de la tropa venía de Colombia, o que la gasolina para los vehículos, tanques y aviones se importaba de Estados Unidos, pero que son noticias que, al parecer, nadie se las ha informado a Maduro y es una lástima que se entere luego que llegue a un punto de no retorno.
Pero de algo pueden estar seguros Maduro y Rangel: Santos no va renunciar a la actual prosperidad económica colombiana, producto, es cierto, en buena parte, del auge de su industria petrolera, sustentada en la eficacia de los gerentes, técnicos y trabajadores que Chávez, Alí Rodríguez y Rafael Ramírez, botaron de PDVSA por razones de “limpieza ideológica”, por complacer a unos revolucionarios anacrónicos que no terminan de comprender que las razones de la política, no deben confundirse nunca con las de la economía.
Y ahí están las pruebas, si Santos quisiera mostrárselas: PDVSA descapitalizada, con una deuda de 50 mil millones de dólares , viviendo del fiado y una producción cayendo en picada que ya la obliga a importar gasolina de los Estados Unidos por unos 20 mil millones de dólares anuales.
Ecopetrol, por el contrario, la más importante empresa petrolera colombiana, exportando 1 millón, 500 mil barriles diarios, más de la mitad que el total de las exportaciones venezolanas, y con un crecimiento tan acelerado que ya figura entre las inversiones más cotizadas del planeta.
Y no hagamos las comparaciones entre lo que pasa con la producción agrícola colombiana y la venezolana, porque sería como comparar la selva amazónica, con el desierto de Atacama.