Opinión Nacional

Maduro se retira de la CIDH, mientras apoya los asesinatos en Siria

Quizá no existan dos hechos en la política venezolana reciente que revelen mejor la naturaleza neototalitaria del régimen de Nicolás Maduro, como su retiro de la “Comisión Interamericana de los Derechos Humanos”, CIDH, mientras enviaba un buque con “ayuda humanitaria” y combustible a la dictadura criminal y sangrienta de Bashar Al-Assad.

Sucedieron en paralelo, y uno está perfectamente enlazado con el otro, o son dos caras de la misma moneda, y se ejecutaron para dejar un mensaje que la oposición a Maduro, tanto nacional, como internacional, necesita copiar y no olvidar.

El exlíder autobusero y primer mandatario por sucesión dinástica de Venezuela -con denuncias que aclarar, además, por su dudosa nacionalidad-, está profundamente identificado con los crímenes que han provocado la muerte de más de 100 mil ciudadanos sirios, el último de los cuales, tiene un saldo que se aproxima a 1400 personas asesinadas, aparentemente víctimas del gas sarín, un arma química prohibida en tratados y convenciones internacionales que son ley de la República, ya que que fueron firmados y ratificados por gobiernos venezolanos anteriores .

Pero de cuya violación no tiene que dar cuentas “por ahora” el señor Maduro, puesto que es un exmiembro de la CIDH, mientras ingresó al exclusivo club de gobiernos forajidos, y al margen de la ley, y cuyo carnet portan un grupo de matones en serie como Kim Jong-An, Robert Mugabe, Omar al-Bashir, los generales de Myanmar, y Bashar Al-Assad.

Y no es que afirmemos que a Maduro puedan imputársele violaciones del derecho a la vida iguales o parecidas, sino que al solidarizarse con el también conocido como “carnicero de Damasco”, y negarse a dar cuenta de sus actos a instituciones del derecho internacional -que están en la obligación de pedírsela-, opta por una forma violenta de hacer política, que no tendría por qué soslayar cuando le toque enfrentar a una oposición venezolana en ascenso, que cada día está en más capacidad de disputarle el poder.

Perspectiva que se dibujaría más clara, cuando, el 8 de diciembre próximo, sus candidatos sean catastróficamente derrotados en las elecciones para alcaldes, y quede, una vez más ratificado y refrendado, que perdió en las presidenciales del 14 de abril, y es presidente, en virtud de un gigantesco fraude.

Una causa que, por cierto, cursa en tribunales internacionales, que seguramente no será decidida a favor de Maduro, pero que, en previsión de la cual, Maduro podrá decir que no acepta, porque ya no reconoce la juridicidad del sistema donde la sentencia fue aprobada.

Todo lo cual no lo excluye de las consecuencias más reprobables y ominosas, como es quedar constituido en un reo de la justicia internacional que en cualquier momento podría ejercer sus sanciones contra él.

Augusto Pinochet, Slodoban Milosevich, Charles Taylor son nombres que, a este respecto, no deben escapar a los recuerdos de Maduro, capturados y juzgados por tribunales internacionales cuando se creían a salvo de las consecuencias de crímenes de lesa humanidad, por los que se les buscaba en todo el mundo.

Y todo ello como telón de fondo a las particulares condiciones en las que sobrevive el gobierno de Maduro, que espera en cualquier momento, pero sobre todo por los resultados de los comicios del 8 de diciembre, resulte confirmado que Maduro no es un presidente ni legal, ni constitucional.

Sucesos que retrocederían la política al virtual autogolpe electoral que impuso a Maduro como cabeza del estado nacional, pero en circunstancias muy adversas para la continuidad de su mandato, pues ya se sabe que es un pésimo gobernante, un capataz entre folklórico y disléxico, amigo de amenazar con apoyos y poderes que no tiene, y, por tanto, con las peores intenciones de hacer lo que sea para atornillarse en el poder.

Pero eso no es todo: con Maduro la economía socialista, que inútilmente pretendió establecer Chávez, ha tocado fondo, pasa por una crisis de desabastecimiento como jamás se había vivido en el país, que se apresura a concluir el año con la inflación más alta del mundo occidental (un 45 por ciento), cuando el poder adquisitivo del bolívar podría llegar a devaluarse a tales niveles que ya se cotiza a 45 bs X 1 dólar.

Y sin anotar la crisis social que hace estragos en todas las clases y sectores de la nación, pero fundamentalmente entre los pobres que son los que sufren con más inclemencia factores como la inseguridad, el deterioro de los servicios, y la escasez de alimentos, que se ha convertido en el sello más característico del régimen que ya se puede etiquetar como “castromadurismo”.

Vergüenza, más que una definición de política, que en su sentido más específico quiere decir que Maduro ha permitido que la satrapía de Fidel y Raúl Castro hayan hecho de Venezuela una suerte de protectorado, en el cual no sucede nada sin su consentimiento y autorización.

Y al cual le exprimen hasta el último petrodólar para que su dictadura sobreviva, en tanto se preparan a ensayar en la isla una suerte de monarquía dinástica por la que, uno de los hijos de Fidel o Raúl, esté en la sucesión.

En otras palabras: que si hay desabastecimiento en Venezuela, si tenemos la inflación más alta del continente y del mundo occidental, si se han volatizado el poder adquisitivo del bolívar y las reservas internacionales, si colapsó el sistema eléctrico y la inseguridad cobra 20 mil víctimas al año, es por el saqueo que perpetran los hermanos Castro de las riquezas nacionales, con la anuencia de esta suerte de súbditos del siglo XXI, que son los primeros en la historia que pagan para que los colonicen.

Pero, igualmente, para contar con una fuerza de choque mercenaria y sin escrúpulos, que no se detenga en reprimir a la hora de contener un rechazo popular que traspase el marco estrictamente legal de las urnas y tome las calles.

Ya los cubanos han jugado este rol, aunque no con resultados muy eficaces, cuando se propusieron defender al dictador panameño, Manuel Antonio Noriega, ante la ofensiva de sus enemigos internos y externos, o a Daniel Ortega al recomendarle no aceptar los resultados de las elecciones del 91 -que lo desalojaron del poder- o al propio Hugo Chávez al aconsejarle no resistir a la intentona golpista del 11 de abril del 2002.

No será distinto con el procónsul, Maduro, usado como un esquirol para poner al servicio de un poder colonialista extranjero a un país que de repente no es el suyo, y que cada día toma más por la fuerza, por cuanto, su régimen contraviene, tanto a la Constitución Nacional, como al orden jurídico internacional.

Por eso, el descaro del heredero de Chávez, al actuar como el único gobierno en el continente que no pone objeciones al asesinato de miles de sirios con el uso de gas sarín, enviando “ayuda humanitaria” y combustible a un genocida empeñado en pasar a la historia como el otro dictador que, después de Saddan Hussein, asesina seres humanos recurriendo a los mismos métodos de Hitler.

Pero también renunciando al control del sistema interamericano de los derechos humanos, que no va cruzarse de brazos si su intención es instaurar una dictadura capaz de recurrir a las mismas armas de Bashar Al-Assad para someter al país.

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