Maduro, pichón de dictador
A Nicolás Maduro poco le importa que lo llamen dictador, y así lo dice, con desplante. Cuando menos, por vez primera, se desmarca de su progenitor político, quien hace tres años, bajo las críticas de su autoritarismo y nepotismo, de su exacerbado militarismo y sus violaciones repetidas a la Constitución -purificadas por la complaciente Sala Constitucional del Tribunal Supremo- dijo para negar ¡no soy un dictador! Y sí que lo era.
La cuestión, pues, resulta interesante. Maduro se declara dictador por una razón que en lo inmediato explica, a saber, que dictará normas para acabar con el amarillismo de la prensa. Y no huelga admitir que, justamente, la prensa libre es la columna vertebral de toda democracia, según las enseñanzas del Sistema Interamericano de Derechos Humanos que enterró José Miguel Insulza.
¿Censurará la prensa Maduro o, acaso, mejor aún, apenas declarara lo que ya es un hecho en Venezuela?
La prensa escrita independiente ya no tiene papel para circular, pues su compra se la niega Maduro y la otra -la radio y televisión privadas, que son las menos ante la hegemonía comunicacional de Estado imperante y salvo la clausurada RCTV- ha optado por el sincretismo de laboratorio. Busca conservar sus licencias o ha vendido sus acciones a empresarios «bolivarianos», tomando las de Villadiego sus viejos propietarios.
Incluso así, si bien el menoscabo de la libertad de expresión es raizalmente antidemocrático, no convence todavía la seriedad del arrebato de Nicolás: ¡No me importa que me llamen dictador!
La cuestión es que los dictadores en serio -tenemos larga experiencia en América Latina- ni se declaran como tales y menos trucan sus actuaciones o apelan a jueces para validar sus atropellos a la democracia, que entre nosotros es mentira de Estado. Antes bien, los dictadores militares que conoce nuestra historia, todos a uno reclaman se les llame Presidentes Constitucionales.
Lo único cierto y coincidente con el ánimo de Maduro es que los dictadores reales son «transparentes» como tales por una razón vertebral: No aceptan que prensa los critique. Mantienen a sus países en silencio.
¿Será entonces, pues, que al anunciar el final de la prensa libre, el inquilino de Miraflores pretende crear un escenario que le permita ejercer como dictador cabal, desnudando, de una vez por todas, la farsa democrática del Socialismo del Siglo XXI? Es posible, pero no lo creo. Lo que sí intenta es ocultar ante la opinión -de allí su propósito como censor de mandados- son sus torpezas cotidianas. Maduro es, únicamente, un usurpador, algo así como el invasor ilegal de la vivienda ajena.
Según la Constitución vigente -no la aplanada por Luisa Estela Morales -mal puede Maduro ocupar legítimamente el Palacio de Miraflores. Y tampoco las herederas de su progenitor político podrían mantener su ocupación ilegal de La Casona.
Este poseyó la presidencia como encargado sin otro respaldo que el testamento político de Hugo Chávez, impuesto a la fuerza por la señora Morales, a quien el primero mal le paga removiéndola de la presidencia del Supremo Tribunal. Y como Vicepresidente que era entonces se salta la prohibición constitucional que le impide ser candidato presidencial. Lo fue a cintarazos, empujado por las «damas de la revolución» desde los poderes públicos y con la Ley contra la Violencia de Género en la mano para que nadie las cuestione.
Ahora, de allí a declararse dictador creo que a Maduro le falta mucho. No lo logrará, a pesar de la Constitución autocrática que nos rige y que viola junto a los suyos todos los días; y que han transformado en su decálogo, paradójicamente, algunos opositores quienes se dicen «demócratas» a pie juntillas.
La dictadura no la ejerce Maduro y ni siquiera su consorte, la Primera Combatiente. Gobierna sin legitimidad y sabe bien que no es legítimo. De allí sus arrebatos como pichón de dictador. Pero nada más. Dictadores son quienes a diario le dictan, para que copie diligente en su cuaderno de alfabetización. Dictadores son los cubanos quienes lo usufructúan para humillación de los venezolanos. Dictadores son los generales -no la ministra de defensa, que tampoco calza- quienes en pugna con los invasores detentan los hilos de la Administración Pública.
Maduro, en suma y aquí concedo, sabe que no puede darse el lujo de comportarse democráticamente, como cuando acepta el reconteo de votos frente a su contendor, Henrique Capriles para luego retroceder, por exigencias de quienes le dictan. Lo único que le queda es la fanfarria.